Este es mi cajón, está repleto de recuerdos, de las canciones de los años 80, de cursos de inglés e italiano, de lo mejor del pop y de lo que ahora me resultaría absurdo, de las canciones new country de aquel programa de radio que me hizo descubrir un nuevo género musical, y no sólo descubrirlo, sino hacerme ver que es el que más me gusta. Mi cajón está lleno de canciones de mi infancia, cuando con pocos medios acercaba la grabadora al televisor para tener las canciones de los dibujos todas reunidas, también está repleto de voces, de chistes que grabábamos de pequeños, de nuestras voces perdidas en el tiempo y que tanto han cambiado. Escucharlas ahora remueve algo, de alguna forma vienen a contarte ya no sólo lo que te has divertido, sino que el tiempo pasa.
Cada una de sus cajas conserva a fuego un momento, aquel en que escribíamos a mano sobre los cartoncillos de las carátulas tras pasarnos una copia de una cinta, cuando metía el papel en la máquina de escribir deseando que no se saliese, intentando cuadrar los textos de las canciones o en los que intentando inventar sin descanso, me dedicaba a arrancar las pegatinas y les daba a las cajas un aspecto diferente, que entonces me resultaba atractivo.
Entre ellas se cuela la cinta que un día decidió traer mi padre de las ferias, le dijimos Rosana o Lo Echamos a Suertes, ignorante de mí que entonces no sabía que se llamaban Ella Baila Sola hasta que ví la portada del casete. Una cinta con tantos recuerdos… puedo sentir cómo la introducía por primera vez estando en la cocina, cómo me llamaba mi madre para cenar desde el salón sin poder hacer caso, dejándome impregnar por cada una de las melodías de aquella cinta mágica que sonaría durante varios años, haciéndome descubrir el sentido de la música. Poco podía imaginar entonces que 16 años más tarde esas notas seguiría existiendo, aunque desde que lo escuché por primera vez, sabía que mi grupo favorito estaba ahí delante.
Algunos casetes no tienen nombre y ponerlos y escucharlos supone todo un reto, porque puede haber cualquier cosa, porque del girar de sus ruedas, sobre esa cinta magnética, tienen el poder de conectar con la memoria y transportarme en los años en que vivía con pasión Cajón Desastre, en que bailábamos la lambada o el momento mágico en que, sobre mi voz en ellas grabada, resuene de repente el cantar de algún pájaro que me lleve a la niñez o la regañina de mi madre por el pasillo, como si tuvieran el poder de hacernos viajar en el tiempo.
Este es mi cajón, y en mi cajón ahora hay un tesoro.