21 años

Hoy me he levantado tarde, remoloneando en la cama antes de poner los pies en el suelo. He desayunado tranquilamente y al cruzar la cocina he sentido una sensación de vacío que ya sé que nunca nadie podrá llenar nunca. Fui ingenuo cuando le tuve por fin conmigo, pensaba entonces que estaríamos juntos al menos un cuarto de siglo, pero nuestra ilusión se quedó en poco más de la mitad de tiempo. Hubiera cumplido hoy 21 años.

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No nos conocimos al uso, no recuerdo qué estaba haciendo yo tal día como hoy cuando él nació, sólo sé que gracias a que dos días más tarde me levanté antes de lo normal y desayuné tranquilamente viendo la televisión antes de ir al instituto, nuestros destinos se cruzaron a través de una pantalla. Es natural cabrearse cuando no salen las cosas como uno quiere, cuando un suceso se topa en tu camino por haber elegido ese día ir por otro sitio o cuando lo eludes y das gracias por no haber estado allí en ese momento, tantísimas cosas que pasan a diario y que son causa de nuestras decisiones combinadas con las de los demás y la propia naturaleza, que es infinito. Yo aprendí aquel día que todo ocurre por algún motivo, y que dentro de ese infinito de posibilidades, hubo, hay y habrá buenas y malas por siempre, porque son… las cosas que pasan.

Todo lo que ocurrió después fue una maravillosa locura que no cambiaría por nada del mundo y que repetiría una y otra vez si pudiera echar el tiempo atrás. En todo este tiempo que ha pasado, nuevas vidas han llegado a la familia. Hace poco me sentaba con mi sobrina Sofía aprovechando que se quedó unos días en casa, para mostrarle las fotografías. Nunca llegó a conocerle y le hablé de él, de cómo sus primos le daban de comer yogur cuando se lo acababan. Se quedó mirando fija las fotos, como pensativa. Yo también pensé cómo sería si aún viviese.

Te quiero, mi cincuenta por ciento.

Diseñando

A veces me cuesta un mundo ponerme delante del ordenador (lo hago extensible al resto de cosas de la vida cotidiana excepto en mi trabajo) a hacer determinadas cosas, soy de esos de «deja para mañana lo que no quieras hacer hoy», pero cuando se mezclan las ideas y una buena empieza a elevarse como el sol cuando amanece, eso ya no hay quien lo pare y entro en un proceso creativo que me tiene pegado a la pantalla hasta que lo termino.

La vida está llena de bifurcaciones entre las que uno ha de elegir: uno o dos, A o B, playa o montaña, Madrid o Barcelona (no os podéis quejar, he puesto todas las más típicas), pero he dado con la forma de no tener que elegir para así no tener que echar de menos, al menos por ahora, haciendo que el tránsito sea lo más agradable y menos doloroso posible.

Hace un año más o menos nació yokoyyo.com pero ahí quedó aparcada, en beneficio de otros proyectos, hasta que ha surgido una idea con gran fuerza que espero se mantenga viva mucho tiempo, una forma de volver a compartir las tonterías diarias que se me pasan por la cabeza.

Ya habrá tiempo de mudanza, ahora llega el momento de presentaros el aspecto del nuevo logo, simpático y divertido, que a veces hay que poner una pequeña tirita en alguna parte y continuar el camino. La vida sigue…

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La vida no es como tú esperas…

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Pierdes un montón de tiempo pensando en cómo será tu vida.

El caso es que no lo sabrás hasta el día en que abras los ojos y veas. Que si te relajas y aceptas lo inesperado, tal vez encuentres algo más hermoso de lo que podías haberte imaginado.

La vida no es como tú esperas… es aún mejor.

(A la memoria de Yoko 15 oct 1993 – 8 dic 2006, por el día en que me levanté sin esperar nada, me relajé, abrí los ojos y le vi, por regalarme ese tiempo inesperado con el que nunca conté)

20 años

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Hoy nacías tú. En algún lugar del mundo, mientras yo continuaba mi vida sin saber de ti, tú nacías y abrías por primera vez tus pequeños ojos para ver este mundo, sin saber que en pocas horas nuestros destinos se cruzarían por una extraña mezcla de casualidades, por lo inevitable.

Cuando lo tenía entre mis manos, cuando aún era lo bastante pequeño para cogerlo en el regazo y acariciarlo, siempre pensé que estaríamos juntos mucho tiempo, quizá veinticinco años. Lo acariciaba mientras dormía apacible, observando esa cara tan dulce y pelirroja, su perfecta narizota negra y redondeada, sus orejas suaves, le molestaba un poco viendo cómo se revolvía cuando le hacía cosquillas en los tres pelos del bigote que le sobresalían del morro y no me resistía a darle unos besos grandotes, pensando todo lo que nos quedaba por disfrutar y por vivir.

Aunque cuando nació aún no sabíamos el uno del otro, nos conocimos un 16 de octubre de 1993, bueno, más bien yo lo conocí a él. Papá y mamá habían viajado a Córdoba y estaba solo en casa con mi hermana mayor. Esa mañana hice algo inusual porque me levanté antes de lo previsto, simplemente me desperté antes, no sé por qué. No era consciente de que ese pqueño descontrol me cambiaría la vida. Normalmente solía levantarme con la hora pegada, el tiempo justo para prepararme el desayuno, arreglarme y salir pitando al instituto. Pero aquella vez fue distinto, me lo tomé con calma, me preparé un desayuno más completo, y en lugar de desayunar de pie como siempre, me senté tranquilamente en la mesa de la habitación para beber el cola cao con leche y unos cereales.

Sólo iba a desayunar, pero como había tiempo por delante decidí poner la tele. Podía haberme levantado más tarde haciendo el remolón en la cama, haber desayunado sin más, podía haber puesto el televisor en cualquier cadena, incluso unos minutos más tarde y entonces todo en mi vida habría tomado otro rumbo, pero ocurrió como debía ocurrir. Estaban terminando los dibujos animados de Telecinco en «Desayuna con alegría», presentado por Sofía Mazagatos entonces y acto seguido salió una camada de once cachorros pelirrojos, todos en una cesta, recién nacidos el día anterior. Junto a Juan Luis Malpartida, el criador (más conocido también por llevar los animales de El Gran Juego de la Oca de Emilio Aragón en Antena 3), estaba Sofía Mazagatos. De esa camada, cada uno de los perritos iba a quedarse en alguna casa, dos para Sofía, uno para Patricia Pérez, otros para presentadores y presentadoras de la cadena y dos de ellos iban a ser para dos niños, los que estábamos al otro lado de la pantalla. Para ello había que escribir una carta de por qué queríamos tener un perro. No había sorteo de por medio, nada de suerte, aquí jugaba el sentimiento.

No tenía ni idea de que un mes más tarde uno de esos niños era yo. Redacté la carta y la finalicé al llegar del instituto. Una vez redactada contando todas las ganas que tenía de tener un perro, le dije a mi hermana lo que iba a hacer y la dejé en el buzón de correos más cercano. Más tarde Pilar Soto, redactora que la eligió, me contó que se había emocionado mucho al leer la carta y que estaba en los archivos de la cadena, yo desgraciadamente no tengo ninguna copia, aunque me encantaría e intentaré ver si es posible rescatarla de alguna forma, sabr el sentimiento que escribí aquel día y que me llevó a él.

Con tantos niños escribiendo para un programa tan popular, casi lo di todo por perdido desde el momento en que inserté la carta en el buzón, pero allá iba. Las semanas pasaron y un día llegó un aviso de telegrama. En ese momento nada se me pasó por la cabeza, sólo sé que recuerdo ir a la oficina de correos cuando caía la noche, cruzando la calle San Francisco, pasando por debajo de una escalera (no me olvidaré de este detalle), llegar a la oficina, recoger el telegrama y prometerme no leerlo hasta llegar a casa. Quizá era de alguno de los amigos o amigas con los que me carteaba por entonces.

Me pudieron la ganas, lo hice en el ascensor. Cogí el sobre y lo abrí leyendo sus primeras palabras: «Enhorabuena, has ganado el perro…». Me había hecho tan a la idea de la imposibilidad de que alguien me diese un regalo tan querido que lo había olvidado, incluso durante unos segundos me extrañé y no supe a qué se refería. Los 32 segundos en el ascensor dieron para abrir el telegrama, leerlo, extrañarme y comprender que se refería a aquel día en que escribí. También me dio tiempo a saltar de alegría, recuerdo la sensación como si estuviera allí dentro de nuevo, a salir disparado, llegar a casa y gritar por todas partes localizando a mi madre para decirle que me habían dado al perro.

Otro error de cálculo. El día que envié la carta, la única que sabía el secreto era mi hermana, así que las caras de mis padres eran un poema ya que no entendían nada. Con tranquilidad les expliqué todo y un poco reticentes ya que nunca habían querido que tuviésemos un perro en casa a pesar de llevar varios años insistiendo, no les quedó más remedio que aceptarlo.

En el telegrama me venía un telefono para llamar pero aunque lo hice, ya era demasiado tarde aquel día, tuve que esperar al día siguiente para contarcar con la redactora. Resultó que al escribir la carta, no indiqué ningún número de teléfono, además de casi ningún dato para contactar conmigo, lo que hizo que Pilar Soto tuviera que buscarse la vida para encontrar la dirección de alguna forma hasta dar conmigo. También tenía una mala noticia, y es que la entrega del perro se retrasaría hasta enero, debido a que la niña a la que le habían dado el otro tenía unos problemas personales. Pilar me prometió que los perros estarían muy bien acompañados, correteando entre la redacción y los presentadores de la cadena hasta que pudiésemos grabar el programa.

Sí, había que ir a Telecinco para grabar la entrega. Ocurrió a mediados de enero de 1994, una redactora nos llevó en coche directamente hasta los estudios por los que recorrimos sus pasillos, en los que muchos actores y presentadores se me quedaron mirando confundiéndome con uno de los personajes de Médico de Familia (Iván Santos, que hacía el papel de Alberto), hasta llegar, atravesando el comedor, hasta la zona exterior donde estaba situado el plató de «Desayuna con Alegría».

Nada más entrar y esperar un rato a que estuvise la otra chica, Sofía Mazagatos vino directa a saludarnos y a coger con cariño a los dos perritos que acababan de llevar a la entrada para que eligiésemos. Había una perrita y había un perrito. No sé muy bien cómo sucedió, miré a uno y a otro y sólo sé que en la cara de él había algo que me enternecía, así que lo cogí.

Prepararon nuestros micrófonos e hiceron algunas pruebas de sonido. Tenía a mi lado a Sofía Mazagatos, que me decía más o menos lo que iba a preguntarme además de contarme que ella se había quedado con dos y alguna que otra historia antes de empezar. Yo no dejaba de acariciar el pelo suave y rojizo de ese cachorro que se acurrucaba en mis piernas. Fue el día en que Yoko y yo nos conocimos por fin. Y así ocurrió…

El séptimo cumpleblog (especial 3,000,000 de visitas)

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El siete, ese número mágico con tantas connotaciones en nuestras vidas, las vidas de un gato (azul), los años de mala suerte al romper un espejo roto y mirarse en él, los siete días de la creación y su contínua repetición en el apocalipsis del final de nuestras vidas, el siete, ese número perfecto.

El siete, los siete días de la semana, las siete notas musicales y los siete colores del arco iris (tradicionalmente, venga, vamos a repetirlos como nos enseñaron en la escuela). Las siete maravillas del mundo, las antiguas y las nuevas. El siete es el número del universo, con sus siete rayos con nombre, Sthula Sharira, Linga Sharira, Kama Rupa, Kama Manas, Manas, Buddhi y Atma. El siete es la balanza y la pareja. Siete son las ramas del saber, Raja, Karma, Jnana, Hatha, Laya, Bhakti y Mantra y siete son las ciudades sagradas, Ayodhya, Máthura, Gaya, Casi, Kanci, Avanti y Dv Araka.

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Aunque el número once es el que más me ha acompañado a lo largo de toda mi vida (y aún hoy sigue haciéndolo de forma misteriosa), mi vida parece regida por el número siete. Hoy confesaré que a los 7 años rompí un espejo y me miré en él. No soy especialmente supersticioso, antes sí, ahora ya no, soy de los que pasa debajo de las escaleras sin temor, de los que no se asusta por cruzarse con un gato negro y de los que ya no hacen tonterías cuando se cae la sal o veo a alguien vestido de amarillo, aprendí a pasar de las supersticiones.

Y aunque no soy supersticioso, sé reconocer algunas cosas y una de ellas es que mi vida ha ido en ciclo de 7 años, pero no siempre para mal, muchas de las veces para bien, cambiando sin querer, quizá fruto de la casualidad, desde que rompí aquel espejo. A los 14 aprendí a ser adulto haciéndome más fuerte, a los 21 abandoné mi soledad para cambiar drásticamente de vida y conocí a los que hoy son mis amigos, a los 28 la vida se llevo mi cincuenta por ciento, a lo que más quería, a mi siempre amigo eterno Yoko al que dediqué el nombre de todos mis proyectos desde entonces. Estoy en los 35, esperando saber si el destino reserva algo o si ese espejo ya se cobró su deuda. A lo mejor el cambio se está produciendo poco a poco, en este mismo momento, y no sepa ver su cara hasta que pase el tiempo.

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Este blog se inició en otro lugar y con otro nombre un 11 de octubre, por el mero hecho de escribir y compartir con los demás, con ese mundo que es una audiencia inmensa, en el que siempre hay alguien para escuchar. Apenas dos meses más tarde y tras la trágica pérdida, Yoko le dio otro sentido y su nombre.

Est teclado está diciendo basta, tras pulsar cada una de sus teclas millones de veces, algunas no se quedan marcadas, os invito a ver que la letra «e» desparace de vez en cuando de las palabras. Su sucesor está aquí al lado y hay que darle paso antes de que mis cabreos al leer lo escrito aumenten.

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Esta celebración del séptimo cumpleaños del blog es muy especial por muchas cosas. El 8 de octubre así como quien no quiere la cosa, las estadísticas reflejaron ya más de 3,000,000 de visitas durante todo este tiempo. Tres millones de miradas que me ilusionan y que se hace una cifra enorme e imposible de asimilar lo suficiente como para ser consciente de ella. Pero no son sólo esos tres millones. Durante esta aventura surgieron otras, El libro gordo de Petete para los niños con sus más de 600,000 secretos, Mars & McLeod con más de 350,000 seriéfilos, el blog no oficial de Mujeres y Hombres y Viceversa con 1,500,000 seguidores, o la pasión por los videojuegos destada en Yoko’s Play con más de 2,300,000 jugadores.

Esos blogs han sido partícipes de parte de mis pasiones y desde hace unas semanas llegan a un nuevo nivel, el de los dominios propios abandonando la casa que los acogió. De esta forma nació primero el lugar que pronto, ahora en prueba, será el centro de todo, el cerebro, la placa madre, el motor, Yoko y Yo.

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La pasión por el entretenimiento no desaparece, Yoko’s Play y Mars & McLeod se fusionan para dar forma a una web de la que estoy muy orgulloso por su estética y por el cuidado que he puesto en hacerla paso a paso durante los meses de verano, En Episodios Anteriores. Con logo creado por un experto chico con residencia en Rumanía y con mascota propia, Jack Shephard y Vincent, creada por uno de los mejores dibujantes de cartoon del mundo, Muhamad Rizqi.

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El círculo se completa con una ilusión hecha realidad y la que fue la fuente de inspiración para que todo esto comenzase hace 7 años. Todo nació el día en que accedí a un blog grupal, creado por unos amigos de Barcelona. De cada publicación, con cada opinión, con cada historia y cada fotografía, consiguieron inspirarme para buscar mi propio hueco en el océano inmenso. Con el tiempo y cada vivencia y situación personal, terminaron dejando el blog. Ahora 7 años más tarde y con muchos nervios y sudores para conseguir su regreso, que ya contaré en otra entrada, se me iluminan los ojos y se me dibuja una gran sonrisa al anunciar la vuelta de Ideoflexia.

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Tras hablarlo con alguno de los autores originales y tener el visto bueno de su creador, volverán Anna y Tietgale (que me emociono de sólo pensarlo). Los lazos de esta vida me cruzaron con gente impresionante a la que no puedo olvidar, compañeros de residencia universitaria que también estarán allí, como Alberto, ese gran artista del que siempre quise un cuadro, un gran polemista y «opinador» y José Luis, educador, con el que apenas compartí unas palabras en su día y alguna que otra hora de gimnasio y de fiesta, pero que el facebook ha hecho que pueda leer unos artículos y ver una personalidad que no pude descubrir en su día.

Cada texto, cada palabra en estos siete años no ha sido tiempo perdido delante de una pantalla. Ha sido como hablarle al mundo, pero sobre todo a mí mismo. La posibilidad de plasmar en palabras pensamientos, inquietudes, aficiones, reflexiones y que cada una de esas palabras esté condicionada por tu propio día a día, hacen que escribir un blog sea algo grande y único. Os espero aquí y en esos nuevos lugares donde las ideas y las pasiones se vierten en un océano sin límites, como botellas con mensaje, donde lo bonito es atrapar una, sacar el papel y disfrutar de la sorpresa que aguarda.

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Curro y el legado de las aves

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No hay verano que no tengamos a cargo a una mascota. Echando la vista atrás, desde el año 2008 unos peces de colores, unas tortugas, el año 2010, el mejor de todos, mi queridísimo perro Noddy y los maravillosos nueve días que me regaló entre mordiscos y muchas, muchas tonterías, después vinieron unas cobayas y este año le tocó el turno a un agapornis.

Por la parte paterna, los pájaros siempre han sido la mascota preferida, aunque parece ser que conmigo se rompió esa cadena, porque no logro encontrarle el sentido a tener a un pájaro en una jaula cantando todo el rato y volviéndote la cabeza loca, que es lo que me ha pasado con Curro, además situado al lado de mi habitación y respetando apenas las horas de sueño (y porque no escuchaba ningún ruido).

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Aunque no tengo muchas referencias más allá de lo que he visto, mi abuelo se dedicaba casi a la cría de pájaros, con discusiones con mi abuela frecuentemente debido a esta pequeña pasión que conservaba en la terraza. Tengo vagos recuerdos, de cuando los dejaba las puertas abiertas y me aseguraba que volverían para comer, y así era. De salir a saludarle siempre en el mismo lugar, dándoles de comer, observándoles. Cuando yo crecí, apenas hablábamos de ellos porque no me interesaban, pero sin duda tenía que tener grandes conocimientos, que ahora ya será imposible recuperar. El tiempo quita lo que da.

En casa, de pequeño, siempre tuvimos pájaros. Nunca les hacía caso alguno y terminé acostumbrándome a ellos. El último nos acompañó coexistiendo con Yoko (al que le decía «pipi» y se volvía loco levantándose sobre las patas traseras y mirando hacia la jaula).

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Un día me levanté y el pájaro estaba tirado en la parte baja de la jaula, inerte. Con él acabo el legado de esta mascota en la casa y comenzó el reinado de otra. Tuvo su entierro, necesario. Lo envolví con cuidado en unos trapos y junto con Yoko salimos de paseo a un pequeño camino al lado del colegio. Allí hice un pequeño hoyo con las manos, lo enterré y cubrí de tierra, haciéndole comprender mediante la palabra «pipi» que ahora allí descansaría para siempre. Para asegurarme, volví a pronunciar la palabra en casa. Yoko no se levantó sobre las patas buscando, algo había comprendido quizá.

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y volver

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El tiempo me enseñó a aceptar la muerte. Me enseñó a poder revivir los mejores momentos con una sonrisa en la cara en lugar de con lágrimas, a mirar cara a cara a los últimos momentos sin sentir un nudo en la garganta. Pero al tiempo se le olvidó avisarme de algo más.

Ayer en el parque vi aquella figura tan reconocible, pelos de color pelirrojo, andares de cazador, cazadora en este caso y no pude resistir ir hacia ella. Además de a Yoko, sólo he visto en mi vida a tres setter irlandés, pero lo que hace especial esta circunstancia es que nunca había visto uno desde que él murió.

Me acerqué y empecé a acariciar ese pelo tan suave, el mismo que acaricié durante años, cada mañana, cada noche, cuando entre risas o entre sollozos ponía su cara delante de la mía intentando participar en todo, lo bueno y lo malo. Mientras le acariciaba, hizo esa postura, apoyando su lomo contra mis piernas, como hacía él. Todo era igual, como volver.

Me hubiera quedado así eternamente. Fue unos segundos después de dejarle cuando entendí que el tiempo no me había enseñado aún a aceptar la gran necesidad de tenerle a mi lado de nuevo… y volver.

Yoko y Yo

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Hay personas a las que les gusta estar dentro de unos límites establecidos y controlar la situación desde sus confines, donde se sienten más seguros. Los hay que viven y están al límite impuesto por las normas sin salirse de los patrones marcados pero con un pie deseando cruzar a la otra parte.

Desde muy pequeño siempre he intentado ser otro tipo de persona, no la que se queda ahí dentro, llegando a ser el que sueña con poner un pie ahí fuera y finalmente consiguiendo ir más allá. Siempre pienso que, si cuando era ese enano que cada día inventaba un guión improvisado con los muñecos y cajas de cartón con las que jugaba imaginando un capítulo nuevo, si todas esas historias hoy las tuviera escritas, grabadas y entre manos, serían un gran documento.

No había tarde en que no saliese del colegio y me dedicase a inventar, a crear. Tuve mis propias versiones en maqueta y papel, de un simple sobre podía hacer maravillas, de unas cuantas cartulinas podía crear escenarios inmensos… el poder de la imaginación en la palma de la mano.

Toda esa creatividad en algún momento se vio sacudida por la falta de tiempo y apenas sin darme cuenta quedó dormida en un lugar profundo. De vez en cuando salía para regalarme grandes momentos frente a un papel en blanco, con poemas y relatos, algunos que tuvieron la enorme suerte de aparecer en revistas y un libro, otros que siguen esperando su momento, en una carpeta que guardo con recelo y que sería el primer objeto que rescataría de las llamas antes de huir a salvo.

Que los que cada día o esporádicamente llegan aquí no teman, tengo tanto cariño por este blog y sus casi siete años de existencia que me supondría un trauma dejarlo. He compartido tantos sentimientos y pensamientos que no podría dejar escapar. No me gustan los límites, me gustan mis límites y eso significa que no quiero límites a la imaginación.

Llevo madurando esto desde que todo comenzó hace siete años y la pasada semana todo se precipitó con una lluvia de buenas ideas que este fin de semana por fin verán la luz poco a poco. Es hora de cruzar de nuevo los límites, de explorar, de crear, de probar, de imaginar y sentir la emoción de ver el proceso, el resultado y esperar al «a ver qué pasa ahora».

Y esta nueva experiencia no podría llevar mejor nombre que Yoko y Yo.

Isabel

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Hay días que me rondan ideas y recuerdos por la cabeza, entonces vengo aquí, a mi lugar, un lugar en el que sé que pasa gente, algunos asiduos lectores, otros pasajeros, es como lanzar un mensaje de alegría, para compartir, de desesperanza, como lanzar un grito necesario en la calle, lo escuche quien lo escuche.

Hace unos días, debido a un grave accidente de una persona que apenas ví dos veces en mi vida cuando era pequeño, recordé a Isabel y así titulé este post que lleva en la recámara dos semanas.

Yo era apenas un crío que iba a cuarto o quinto curso de la EGB cuando unos señores llegaron, avisaron a la profesora y esta a su vez avisó a Isabel para que saliese fuera. Fue en ese momento cuando comprendí que aquello que rompe el ritmo habitual del día no siempre trae cosas buenas, que tras las puertas cerradas hay noticias y lamentos de esos que uno desearía tener el poder para dejar fuera, sin que nunca se abran y entren, dejando entrar con ellos la pena y la angustia.

Desde ahí no recuerdo nada más de aquel día, sólo una puerta cerrada, que la profesora nos comunicó la triste noticia del fallecimiento de la madre de Isabel y que una sensación de silencio y vacío lo invadió todo. Al día siguiente todos quisimos estar con nuestra compañera y fuimos a la misa. Yo me quede fuera con mis dos compañeros, Diego, ahora todo un director y cineasta y Rubén, desde hace tiempo jugador profesional de fútbol. Recuerdo las lágrimas de Rubén, al que nunca había visto llorar, el dolor de todos los que había alrededor, y recuerdo mis propias lágrimas de desesperación. Allí estuvimos hasta que vimos a Isabel montar en un coche camino del cementerio.

Y allí mismo, en la iglesia redonda frente al colegio, me juré que jamás iría a una misa de entierro, aquella sensación desgarradora del alma por una pérdida no me gustaba, dolía demasiado. Pude cumplirlo y así lo hice, nunca fui al entierro de mis dos tios ni de mi amiga.

Y esta promesa quedó rota en el momento en que Yoko dio su último suspiro con mi mano en su costado. A pesar de sentir el dolor más desgarrador de toda mi vida, aprendí a afrontar la pérdida, aprendí a dar el último adios a mis seres queridos.

Hoy esta entrada de repente cobraba su sentido y volvía a cerrarse una nueva puerta, aunque de otra forma diferente, como si todo volviese a suceder de nuevo en un círculo ininterrumpido. Porque no deja de ser la vida sino ese ciclo sin fin.

Palitos de merluza

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De nuevo anoche se coló en mis sueños, mi cincuenta por ciento. Pasó por allí y se comportó como siempre, como si hubiéramos estado juntos todo este tiempo de ausencia. Estaba a mi lado dando vueltas y moviendo la cola, esperando mientras escuchaba cómo sacaba su comida y se la echaba en el plato.

En un movimiento imposible, se metió en el plato de comida, donde le mezclé su comida con algunos palitos de merluza. Estaba contento y eso me sirvió, desperté y le dejé allí comiendo, en mis sueños.

El sexto cumpleblog

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Será verdad eso de que cuando uno ya se acostumbra a algo y forma parte de su vida, se llega a perder la noción del tiempo y este puede pasar más rápido o más deprisa, dependiendo de la intensidad de los acontecimientos. Los malos tragos parecen pasar a cámara lenta, mientras que los buenos momentos son tan fugaces que apenas duran lo suficiente como para poder darse cuenta de que estás inmerso en ellos. Y como al final la vida acelera y frena en ciclos ininterrumpidos, el tiempo que pasa es simplemente «el tiempo».

Es por eso que no mentiré si digo que cuando llegó el sexto cumpleblog el 11 de octubre de 2012, ni me di cuenta. Algo que ya lleva pasándome algunos años, por lo que he decidido desde entonces celebrar el cumpleblog cuando me salga «del bolo» (un saludo a la Milá que tuvo el detalle de felicitarme el anterior desde mi programa favorito de tv) y este año lo he hecho coincidir con el día de mi cumpleaños, porque al fin y al cabo este blog es también como un regalo todos los días.

Hoy he conseguido realizar un sueño que me fue «secuestrado» hace más de diez años. Ese día me arrebataron el sábado en que escuché por primera vez a Ella Baila Sola, de sábados por la mañana cantando hasta dejarme la voz, en que dos años después me emocionaba con «despídete» mientras el sol se ocultaba y yo miraba por la ventana sabiendo que al día siguiente comenzaría otra vida en otra ciudad distinta…

Hoy ellos han vuelto y es uno de los mejores deseos y regalos que me podían conceder.

Mi otro cincuenta por ciento

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Éramos él y yo y cada uno a su vez la sombra del otro, durante más de trece años moviéndonos a la vez, mi nombre no existía sin el suyo ni el suyo sin el mío y un día me quedé sin sombra.

El pequeño ser de pelo rojizo y orejas largas que se movía al lado de mis pies, burro como él solo, amante de las causas imposibles. No puedo evitar recordar el hoy de hace doce años, cuando los dos nos quedamos dormidos en el sofá y despertando en el amanecer de un nuevo siglo o ese día de enero de la mayor nevada en la ciudad y su cara al ver todo el paisaje blanco, un paseo inolvidable de nuestra corta pero intensa historia.

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Mi cincuenta por ciento está aquí, mi otro cincuenta por ciento se encuentra dividido, entre los paisajes que recorrieron sus pies, en los yogures que se acaban con el sonido característico de la cuchara, en el tintineo de una correa, en la manta que cubre mi cama, en el recorte del mueble de la cocina a cuyo pie descansaban su agua y su comida.

Un día me di cuenta de que las cosas no son eternas y me arrepentí el no haberlas aprovechado más cuando vivían, aún si lo hice, porque nunca parece suficiente cuando el tiempo se acaba.

Mi cincuenta por ciento

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Hace algunos años cogí uno de estos discos que regalaban con una revista científica, uno que te ayudaba a hacerte tu propia carta astral en función del día en que naciste. Sé que cada una de las palabras, cada párrafo inconexo, a pesar de ser tan genérico, daba en el clavo en su genérico modo.

Acuario, un poco desordenado pero con la mente muy ordenada, tremendamente imaginativo y creativo, lleno de ideas, amante de la literatura y las artes, amante de la naturaleza y los animales, un poco burro cuando la mente se fija en un objetivo, demasiado perfeccionista, sexualmente muy activo, algo que hace que no tenga pareja estable, capacidad y habilidades para las relaciones sociales, un sentido de la justicia tan acentuado como el de los héroes de comic, los amigos son una parte esencial en mi vida…

La mesa desde la que escribo está desordenada y lleva así algún tiempo, parte de la ropa que me voy a poner descansa sobre la silla de la habitación, tengo una carpeta llena de relatos, algunos han visto la luz y otros son hojas llenas de ideas y cuando creo algo, soy capaz de decidir si vale mucho o si es una mierda y aunque parezca perfecto, mi mente nunca descansa para cambiarlo. Soy de los que nunca se casará, de los que se cansa fácilmente de una relación en pareja, nunca la he tenido, no me gustan las ataduras, quiero libertad para acostarme con quien quiera y me encanta disfrutar del sexo con una persona que me atraiga. Cualquier injusticia me hierve la sangre y a mi manera perseguiré la forma de conseguir que todo cambie, no siempre lo consigo, pero otras muchas sí. Conocí tarde a mis amigos, pero en cuanto los tuve delante supe que eran ellos y lo seguirán siendo, hay algo especial que nos une, invisible. Soy alérgico a las gramíneas y aún así no me importa que los síntomas regresen si con ello puedo disfrutar de la naturaleza sin prisas. Le tuve a él, mi otro cincuenta por ciento, tan importante en mi vida que esto lleva su nombre.

Especial EL FIN DEL MUNDO, 21 de diciembre de 2012: Supersticiones

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2012Cuando esta fecha estaba lejana, no daba tanto miedo como ahora, algo así como ver a un fiero animal desde los seguros barrotes de un zoo. Ahora que se acerca, su fenómeno es incluso más intenso que el que sufrimos con el cambio de 1999 al 2000, cuando todo el mundo esperaba impaciente las sorpresas que nos depararía el cambio de milenio (no estrictamente, claro).

Todavía hay gente que no sabe acerca de la fecha del 21 de diciembre de 2012, os lo aseguro, esta misma mañana me encontré con alguien ajeno a todo esto, mientras que en canales como National Geographic no paramos de ver documentales especiales acerca de nuestro último día en La Tierra y las claves para entenderlo, canal en el que el mismo día 21 ofrecerán una maratón de 24 horas dedicada en exclusiva al fin del ciclo del calendario maya.

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Hoy, cuando apenas faltan 11 días (11, ese número mágico), es el momento de ver teorías y de profundizar en el comportamiento humano ante lo desconocido y precisamente esto último es lo que haré hoy, indagar en uno de los comportamientos del ser humano que nunca se extingue, el de las supersticiones, un tema al que regreso seis años más tarde, cuando este blog estaba creado pero tomando una forma desconocida y mi rincón era otro diferente. Entonces estaba empezando en esto del mundo de internet, experimentando y la segunda parte nunca llegó. Quizá estaba esperando a este momento, más grande, más sabio y más tonto. No me voy a poner a enumerar las supersticiones, que hay muchas y encima cada cual tiene la suya, sería una historia interminable, voy a hablar de mí y de mi entorno y del por qué necesitamos aferrarnos a una superstición.

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Cuando yo era pequeño sufrí, como el resto de la humanidad, este mal que te esclaviza y te ata a unas condiciones invisibles. Comencé por levantarme y poner siempre el pie derecho en el suelo, continué con alguna pequeña rutina pasajera con la que me sentía bien, apagaba las luces en un determinado orden, evitaba pasar siempre por debajo de las escaleras y algo de lo que me avergonzaba y me avergonzaré toda mi vida y que comenzó como un pequeño juego supersticioso, tocar algo de metal al ver a una persona con el pelo pelirrojo.

Un día me di cuenta de las tonterías que estaba haciendo y decidí jugar al juego contrario, qué pasaría si primero dejaba de tocarme el botón del pantalón al ver esa vecina pelirroja. Un día me la crucé y con mucho esfuerzo vencí al miedo. Y no pasó nada malo. ¿Por qué estaba apagando las luces en un orden, por qué no me levantaba como me diese la gana? Aprendí a relacionar mis supersticiones con mis miedos. Cada vez que apagaba esas luces o me levantaba de la cama, estaba persiguiendo una acción de acuerdo con el mundo, con la naturaleza: «Si me levanto con el pie derecho, hoy todo saldrá bien». Pero los pactos con los seres invisibles de la mente, se quedan en nuestra mente. Hice todo lo contrario y no pasó nada.

espejo

La última de las supersticiones que me quité fue la de las escaleras, quedando libre para siempre. Ocurrió un frío día de otoño en la ciudad, un aviso de un telegrama en la oficina de correos. Eran ya casi las ocho de la tarde, cuando me interné en la calle San Francisco, atestada de gente ultimando compras y regresando de sus trabajos. Era tal la incertidumbre por el asunto del telegrama que, para eludir a tantas personas, decidí meterme por debajo de una escalera de un hombre que estaba colocando la iluminación. No fue hasta media hora después, cuando abrí el sobre en el ascensor, que tú y yo creamos el segundo de nuestros lazos, Yoko. Desde entonces creé lo que yo llamo «superstición en positivo», es decir, que siempre que puedo, paso por debajo de una escalera en la calle (eso sí, que tonto no soy, siempre que la vea estable). Hemos relacionado el peligro con nuestro miedos, la situación real de una escalera cayendo sobre alguien con nuestros temores, el que se te cruce un gato negro, con el susto que te llevas y más si sale aullando de un contenedor a tu lado cuando pasas a las cinco de la madrugada cuando todo está en silencio (y de esto soy testigo, Cuenca, madrugada para coger el autobús de camino a casa, descampado a oscuras, gato sale lanzado del contenedor aullando enfrente de mi cara y me pega el mayor susto de mi vida, no sé si era negro, pero ya se sabe cuándo dicen que todos los gatos son pardos).

luna llena

Durante toda mi adolescencia, he podido ver cómo la gente a mi alrededor es esclava de sus propios miedos. A mi hermana, cuando su entonces novio estaba en el servicio militar, apagar y encender las luces un número determinado de veces, a mi tía despedirse sin decir adiós, siempre evitando esa palabra que parece de despedida eterna… una penitencia que nos cargamos a cuestas sobre el hombro y que, o bien pasa a formar parte de nuestra vida, o aprendemos a deshacernos de ella, pero ante la que cada cual elige lo que hace con ella y el momento.

nudo

Si la carga es ligera y nos hace sentir bien, es tan humilde como comerse un caramelo a escondidas. Pero si es pesada, tarde o temprano termina desapareciendo, cuando un buen día la mente despierta y comprende que no vale tanto sufrimiento una acción que nadie, sino lo inevitable, va a saber recompensar.

Ops, se me olvidó mencionar que todavía llevo una superstición a cuestas de por vida… a los siete años rompí un espejo y su maldición aún perdura. Si sobrevivimos al 21 de diciembre de 2012, quizá tenga que hacer una tercera parte…

19 años

Muchas veces lo hice para esperar de él una reacción, la que esperaba. Con las manos me tapaba la cara y fingía sollozos y lloros y dejaba caer la cabeza hacia abajo. Era instantáneo, ya podía estar tranquilamente relajado en el suelo o en la otra punta de la casa, enseguida se acercaba nervioso y metía los morros entre las dos manos, intentando encontrar un hueco entre ellas mientras lamía y gruñía por el hecho de no poder ver el rostro ni saber qué pasaba.

Otras veces no fingía, era algo real, momentos duros en que se acercaba y, a su forma, sin manos para borrar las lágrimas, sin brazos para abrazar, me consolaba, participando de ese momento, mi pequeña mitad.

Daría todo lo que tengo sólo por unos minutos de nuevo, por sentir ese suave pelo rojizo, por acariciarle detrás de las orejas, por dejar de ser como sombras perdidas en el tiempo, por dar un nuevo paseo bajo el sol.

Un baño de agua tibia

Todavía puedo cerrar los ojos e imaginar que me voy introduciendo en el agua caliente de una bañera. Primero los pies, que van a su ritmo, siempre por delante, comunicando al cuerpo lo que le espera, agua templada y relajante que se va extendiendo a todo el cuerpo hasta llegar al cuello. Calma total.

Un baño de estos ya sólo cabe en mi imaginación, desde que se impuso la conciencia colectiva del gasto de agua y cambiamos la bañera por un plato de ducha y, ahorrar se ahorra en dinero y en salud para el planeta, pero nadie quita que ese deseo siga ahí dando vueltas y sólo pueda ser disfrutado en ocasiones muy especiales y eso que nunca me he metido en un jacuzzi (con lo que soy yo de Gran Hermano).

Muy atrás quedan esos sábados por la mañana en que mi madre me acariciaba con cuidado mientras me lavaba el cuerpo y la cabeza, en que sobre la superficie del agua navegaban algunos juguetes y me tiraba las horas muertas imaginando historias de barcos y tesoros o por el mismo aburrimiento, siendo un poco más mayor, uno se arrancaba a entonar una canción en el lugar con la mejor acústica de la casa.

Ahora que lo recuerdo, Yoko aún llegó a esa época de la bañera y nos preguntamos al cambiarla, cómo nos las apañaríamos para meterle en un plato de ducha. Suerte que al sentir el agua se quedaba de piedra.

Esperando que llegues a casa

Te apoderas de mi espacio y de mi vida, aunque desde un principio quiera mantener las distancias y hacer de nuestra relación lo que somos por naturaleza, con el paso del tiempo las diferencias se van haciendo más estrechas, diminutas, hasta volverse inexistentes. Después de pasar por el común proceso del «esto no» y «aquí no», llegamos al punto en que todo lo tuyo es mío, en que no existe un momento en que no estés a mi lado y en que los breves momentos en que no es así, los demás me preguntan por tu ausencia, porque somos uno.

Por eso cuando te vas me queda el cincuenta por ciento, porque los paseos los cambié por prisas, porque las caricias las sentí por las ganas de acariciar, porque tras cada yogur medio acabado miro el fondo, recordando que alguien se acercaba a terminarlo cuando escuchaba el rápido golpeteo de la cuchara.

Deberías ser tú el que estés esperando cómodamente en casa esperando a que llegue y entre por la puerta, atento a cada sonido, mis pasos, mi voz, pero la historia cambió y ahora soy yo el que cada día añoro que regrese lo que se perdió y apenas he de conformarme con sueños.

Torso de GH 12 + 1 ha crecido tanto…

Ni siquiera ver al ganador de GH 12 + 1, Pepe (primer nombre que se repite como ganador en la historia del concurso) en el centro de un universo con su sol, su luna, las estrellas y un montón de polvo de estrellas que hicieron de ese el momento más mágico que se podía crear en televisión, pueden sustituir mi propio momento especial, en el que ni estaban presentes Pepe, ni Sindi, ni Marta y su pinza ni las risas de Dani, en una gala, que para qué engañarme, me resultó aburrida, ya no había vídeos que comentar ni lazos que desatar porque todo eso se había hecho antes, una decisión que supongo han tomado porque la final es tan precipitada que después todo se queda en el tintero.

Tras un vídeo, de repente apareció esa cosita, que en su día no sabíamos si era perrita o perrito y así estuvimos a vueltas varias semanas (y yo aún hoy lo dudo). No quería, no podía creerlo, quizá por la falta de costumbre después de tantos años desde que Yoko nos dejó, allí estaba aquella cachorrita nerviosa que tuvo también su momento de protagonismo gracias a Arístides. Y no podía dar crédito porque estaba enorme, en apenas 3 meses ya se ha convertido en casi una adulta y es que olvidé ya que durante los seis primeros meses los perros crecen hasta su tamaño máximo.

Torso creó en casa un momento mágico, porque sin tener que decir nada ni mirarnos, en Torso estaban nuestros recuerdos de alguna forma. Imagino que al igual que a mí, a mi madre le vendrían muchos momentos vividos. Hoy he visto la foto colgada y no me he podido resistir, porque es preciosa y porque para los que hemos seguido el concurso y hemos tenido una mascota a la que hemos perdido, significa mucho más de lo que enseña.

Un sobre de suero olvidado

Fase 3 de la recuperación. Tras una noche poco agradable de esas que vienen muy de vez en cuando, en mi caso de muy tarde en tarde, tanto que ya ni recordaba algo parecido, siguió una mañana con fiebre en la que apenas podía tenerme en pie, aunque con el paso de las horas fui ganando fuerzas para ir al médico, a un nuevo médico al que no conocía, en un centro que me encontré totalmente cambiado. La receta fue un suero y una dieta estricta.

Nunca entenderé cómo es posible que en una farmacia no tengan algo tan básico como el suero (no sé si es que esto de los recortes llega también aquí), pero en la siguiente sí que lo tenían. Me lo envolvió tan rápido y me pasó tan desapercibido que no me di cuenta.

Al llegar a casa llegó el momento de preparar un litro de agua mineral, potable. Quité el envoltorio de la farmacia y allí estaba aquella caja con aquellos sobres, los mismos que cuidadosamente le preparaba a Yoko cuando estaba enfermo tantas y tantas veces, cuando no quería probar la comida, para que tuviese alimento.

Me costó preparar el suero, el tiempo que tardé en recuperarme de aquellos recuerdos que irremediablemente acudían de nuevo al ver esos sobres color plateado. No podía quitarme de la cabeza fácilmente mi imagen agachado frente al cazo de beber insistiendo que bebiese cada cierto tiempo y viendo su lengua acercarse al agua mientras le acariciaba la cabeza diciéndole «muy bien».

La bicicleta que está de vuelta

Hoy la bicicleta estática ha vuelto a mi vida y puedo confirmar que cansa, sí que cansa, antes apenas lo notaba, pero es que «antes» fue hace un par o tres de años, después de dejar de ir definitivamente al gimnasio, tras esas sesiones obligadas de decenas de minutos con el control a tope que me dejaban exhausto y sudando sin ganas para poder hacer todo lo demás (y eso que era sólo el calentamiento). Pero hay que afrontarlo, llega el veranico en unos meses y hay que estar otra vez en forma, así que la hemos sacado, sinceramente no sé de donde la tuviésemos guardada (y puedo asegurar que no sé dónde estaba) y a correr kilómetros se ha dicho.

Dentro de poco toca una de verdad, de esas para disfrutar de unos buenos paseos ahora que tenemos el carril que cruza toda la ciudad por todas partes. He perdido la cuenta de la cantidad de veces que en mis escritos, sin pensarlo siquiera, he mencionado involuntariamente la cantidad de terreno que ha ganado la urbanización en detrimento de la tierra y el campo. Ahora sería impensable coger la bicicleta y hacer como cuando era pequeño, cruzar todo el terreno de tierra hasta la vía del tren, mirar que no pase ninguno y seguir en línea recta entre casitas llamadas «villas» cada una con sus colores alegrando un terreno en el que sólo había naturaleza pura y dura. Ahora sería imposible, tres carreteras sustituyen esos trozos antes sin urbanizar y el acceso a la vía queda tapado por la construcción de un edificio. Y como de momento no soy David Copperfield ni puedo atravesar paredes, es lo que hay.

Por cierto, debajo de ese puñetero edificio se quedan mis paseos a Yoko y el entierro del «pipi». Dejo esto para otra ocasión en que me entren ganas de expresar que todo el terreno vuelva a ser como era.

Este cuarto

La última noche en aquel lugar, el que le vio nacer, donde pasó de una cuna a la cama, de la que tantas veces se cayó mientras dormía entre sábanas empapadas en sudor por culpa de alguna pesadilla. Se levanta a tientas en la oscuridad de la noche, con sólo el reflejo de la luna menguante que se cuela por la ventana y recorre aquel suelo por el que antaño gateaba y sobre el que dio sus primeros pasos, el que sirvió de escenario improvisado para las historias de sus muñecos y coches con los que pasaba las tardes después de la merienda, el que pisarían los amigos y familiares para celebrar cada 365 días esa gran fiesta de cumpleaños.

En su camino a la ventana respira un agradable aroma y de repente su cuerpo se hace más lento y pesado, como si para llegar a su destino tuviera que atravesar las risas de los invitados que alguna vez acudieron a aquel lugar, el aroma de tartas y bizcochos, su primera varicela, seres queridos, el recuerdo de aquella primera vez, un perro pelirrojo que de repente frena un instante su marcha, que descansa a sus pies hecho un pequeño ovillo. Se agacha y lo acaricia con el recuerdo.

Cuando se incorpora y consigue dar un paso al frente, se percata de que en la silla hay un niño pequeño que llora desconsolado por sentirse incomprendido, extraño, pero no le preocupa, porque sabe que dentro de unos años ese dolor habrá desaparecido y lo habrá hecho más fuerte. Apoya los brazos sobre la ventana y respira hondo. Abajo en la calle todo cambia muy deprisa. Una madre que da de merendar a un niño en la calle mientras juega con su camión, un grupo de niños que se divierten jugando en el barro, un balón que se cuela por la casa de al lado, tres hermanos que se dirigen hacia un cobertizo donde guardan las bicicletas, ellas tienen una blanca, él una roja con el faro trasero roto.

Levanta sus brazos apoyados en la ventana y vuelve dentro, donde parece que la claridad de esa media luna ha logrado invadirlo todo, todo lo que queda. Las cajas de cartón se apilan por toda la habitación y ya sólo algunas fotografías adornan las desnudas paredes. Acerca su mano a ese ser al que tanto quiso y con la yema de los dedos intenta acariciar lo que ya no existe. Una a una las fotografías van desapareciendo, arranca con cuidado a ese grupo de amigos que están sentados alrededor de una fuente, sonrie con la sonrisa cómplice de dos amigas que hacen muecas a la cámara, y con esa en la que él y sus hermanas posan con algunos personajes de peluche de la tele.

Vuelve a la cama y se tumba boca arriba con las manos detrás de la cabeza, pensando en los momentos que ese lugar le regaló, un lugar que desde hace un tiempo estaba frío y distante, como si ya no sucediese nada importante que recordar entre sus paredes, como si estuviera perdiendo la vida. Se durmió pensando que quizá en un futuro, otra pequeña vida ocuparía su suerte, que habría otros primeros pasos, montones de cumpleaños con olor a tarta y bizcocho de chocolate y pequeños seres bajitos con los que lucharía sobre ese suelo, entre risas y mordiscos.

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Podcast El Ladrido de Yoko – Episodio 3: La magia de la radio en la noche

Un sonido se hace más fuerte cuando todo el mundo duerme, cuando todo está en el más absoluto silencio. Una voz que no rompe la serenidad, pero que con sus palabras ayuda a convertirla en algo agradable. Cuando todo está sumido en la oscuridad, una palabra llega a ser la luz que ilumina nuestros sentidos, podemos percibir cada acento, cada entonación, cada fragmento, una voz que termina convirtiéndose en amiga con el paso del tiempo, amiga y compañera de nuestros sueños. Ya sea en un frío invierno en que nos metemos bien arropados por las mantas en la cama o en una calurosa noche de verano en que salimos a la terraza buscando el contacto con el frío de las baldosas mientras nos tumbamos mirando hacia el firmamento, infinito y oscuro.

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Cada pequeña historia cotidiana cobra otro sentido que a la luz del sol no tendría tanta importancia. El relato de un beso, los motivos que llevaron a una disputa, deseos y miedos de gente desconocida y sin embargo tan cercanos, que de repente salen de las ondas y se hacen un hueco en nuestros oídos, como si realmente hubieran sido parte de nuestra vida diaria.

La magia de la radio en la noche es una voz que te susurra como si te cantasen bajito al oído una pequeña nana.

Podcast El Ladrido de Yoko – Episodio 1: Las aventuras de Lor, el caballo mágico

De vez en cuando abro esa gran carpeta que guardo como un tesoro, en la que desde pequeño recopilo los viejos cuentos que escribía estando en la escuela, los relatos del instituto, los que vendrían después como intentos o como obras preentadas a concursos, también bocetos de historias inacabadas que quizá algún día vean la luz.

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No recuerdo cómo nació Lor, el caballo mágico, que presento en esta historia narrada en el siguiente audio. Formó parte de un trabajo narrativo para el colegio, cuando seguramente contaba con 4 o a lo sumo 5 años de edad, una edad en la que mi imaginación volaba cada tarde inventando cosas nuevas recién salía de clase, cuando mientras tomaba la merienda y veía los dibujos animados, estaba deseando ponerme a dar rienda suelta a todas las ideas que se habían agolpado en mi mente a lo largo del día.

Una vez narrado el cuento, uno observa ahora con el tiempo muchos fallos que desearía corregir, repeticiones de palabras, cambios de escenario inconexos, diálogos demasiado vacíos y rápidos sin detenerse a saborear la historia. Quizá esos fallos sean el fiel reflejo de lo anterior, de las ganas de terminar algo que necesitaba contarme a mí mismo sin pensar cómo lo verían los demás, para dedicarme a narrar la siguiente historia sin perder más tiempo en algo que ya daba por hecho. Y por ese mismo motivo, hubiera sido un sacrilegio mutilar, ampliar o corregir esta historia. Al fin y al cabo es cuento con 30 años de historia de cuando era un enano y que sólo tres personas han leído: mi madre, mi profesor en aquel entonces y yo.

Tres décadas más tardes, con voz y la música que le corresponde, he querido que sea este cuento y no otro. el que abra esta nueva ventana a las posibilidades de seguir compartiendo con el mundo. Un relato que aún conserva en su página principal los colores de los rotuladores con los que dibujé una portada, en una época en la que aún no pasaba por mi mente que un ordenador pudiera después hacerlo todo mucho más bonito, nunca más personal, en el que las letras son perfectas con una caligrafía impensable hoy y en el que se puede leer la anotación detrás del 9 de nota: «demasiado mágico, pero muy bien».

¿Que de dónde procede la ilusión por hacer «El ladrido de Yoko»? Es una historia muy sencilla que quizá algún día cuente.

El quinto cumpleblog

Este mi blog, este pedacito de mi vida, nacido de una ilusión, después refugio de mis lágrimas y ahora conservando los recuerdos, que se hace hueco en un mar interminable al que cada día lanzo, sin espacio, sin tiempo, pequeños retazos que algunos entienden y deciden atrapar, que otros simplemente cazan al vuelo porque en ese preciso instante «pasaban por allí».

Con más de cinco años de vida, va madurando, va tomando forma y cambiando de color, pero siempre indefinido. Un deseo, un recuerdo, una frustración, una imagen inspiradora, ese «algo» que me asalta durante el día sobresaliendo de la rutina, la necesidad de contar algo al mundo, una canción…

No quise que esta entrada se correspondiese con el verdadero quinto cumpleaños en el mes de octubre, porque de alguna manera ya las fechas van desapareciendo en el calendario, porque con el paso del tiempo las imágenes en el recuerdo se van borrando sin remedio y uno siente tristeza por no poder hacer nada para rescatarlas mientras se van hundiendo en este extenso mar. Sé que al final sólo quedarán en mi mente su mirada, sus gestos, las sensaciones, pero su imagen se borrará y sólo quedarán las fotos para ayudarme a imprimirlas de nuevo en mi retina y alargar la agonia de su desvanecimiento.

Nunca agradeceré lo suficiente al destino, a lo inevitable, que pusiera en mi camino a los que compartieron y comparten conmigo ese sueño que nadie recuerda, ese secreto callado de la piedra blanca, a todos aquellos que antes o después ven partir a sus peludos seres queridos, sintiendo en lo más profundo de su corazón, que todos los perros van al cielo.

Nací un 2 de febrero de 1978 y este soy yo

En la noche del 1 de febrero, lo que viene a ser dentro de unas horas desde este momento en que me encuentro escribiendo, yo me debatía en una lucha por salir al mundo, cansado inconscientemente de permanecer encerrado, con la necesidad de estirarme, de respirar, de sentir. A pesar de los dolores y las contracciones, mi madre pensó que para qué ponerse nerviosos y esperó a que acabase el episodio semanal de «Starsky y Hutch» para decirle a mi padre que la llevase al hospital. Lo del gusto por las series y la televisión se me debe haber pegado de forma natural.

Así nací un 2 de febrero de 1978 a las  01:35 de la madrugada, descartándose para mí el nombre que quería ponerme mi hermana mediana y recibiendo los nombres de mi padre y mi madre juntos en un nombre compuesto, con un apellido poco común procedente de orígenes holandeses y otro apellido más común con cuna en tierras argentinas. Bajo un escudo de un árbol y un perro que refleja en gran parte mi admiración por la naturaleza y los animales, Yoko que llegaría inevitablemente a mi vida regalándome media vida de amistad, y otro escudo del que aún no tengo claro qué conclusiones extraer, con una infancia muy feliz que no obstante pudo quedar truncada por un intento de secuestro en el que mi madre sacó uñas, dientes y templanza, una adolescencia muy dura que me hizo crecer antes de tiempo, amigos a los que quizá conocí cuando ya estaba en una etapa hacia el mundo adulto pero que son los mejores amigos del mundo y una vida con muchos sueños por cumplir. Este soy yo.

El lado de ella

Esta habitación no era lo que es, ella eligió su decoración, los ornamentos, los detalles, los cuadros, y ella elige el color que debe tener cada vez que se hace limpieza, alguna vez fue azul, alguna vez fue tostado, pero no podemos olvidar que algún día en el pasado se construyó en papel, que tenía un par de camas y que un buen día pasó a ser de la habitación de las niñas a la habitación de ella y él.

Su lado está lleno de achuchones en algunas primeras horas de los amaneceres de los sábados, objeto de algún pequeño susto con cierto jarabe al que resultó ser alérgica y la parte baja de la cama el lugar preferido de Yoko cada vez que se abría la puerta y lograba colarse, donde pasaba las horas muertas al fresquito del suelo en la sombra.

Mi cincuenta por ciento

Hola Yoko:

Pasa veloz el tiempo, como un tren sin destino, como el paisaje a través de sus ventanas, cambiante y sin posibilidad de retroceder para contemplar sus vistas de nuevo, pero los recuerdos viajan a nuestro lado y parecen tan sosegados al contraste con todo lo demás, ahí quietos en un rincón, como esperando una caricia que los despierte de ese estado de aletargamiento que sólo un viaje eterno ofrece.

Han pasado los años, todo ha cambiado, han ocurrido tantas cosas que no hemos podido disfrutar juntos, que nunca más podremos disfrutar juntos. Las lágrimas parecen haberme dado un respiro indefinido, quizá inmunes ante lo más doloroso ya vivido, convirtiéndose en una sonrisa de agradecimiento por tu tiempo, y han dejado lugar a los buenos recuerdos, a los momentos de risas, quizá el rumbo normal del ser humano cuando se supera una pérdida y se logra llevar la carga encima soportando mejor su peso.

Bajo del tren y llevo el equipaje conmigo, porque formaste parte de mi vida y lo sigues haciendo, porque tu nombre aún existe, aquí y en el cielo en el que estés, porque tú y yo seguiremos siempre siendo amigos, mi cincuenta por ciento.

18 años

No me he levantado tarde, pero bastante justo como para tomar una ducha, desayunar rápidamente, leer apenas 4 páginas de un libro e ir a trabajar. Qué hubiera sido de mi vida y qué sendero habría tomado de no haberme levantado tan pronto hace 18 años, si no hubiera tenido tiempo para tomar un desayuno tranquilamente en la mesa, si no me hubiera dado por poner el televisor, si tras finalizar los caballeros del zodíaco lo hubiera apagado. Demasiadas posibilidades pero una sola verdad: la realidad.

Yoko hoy hubiera cumplido 18 años, esa deseada mayoría de edad, una edad adulta en la que los sueños comienzan a cumplirse, en la que se abre un nuevo camino de posibilidades.

Siempre pensé que permanecería conmigo al menos 25 años, pero ese tiempo, ingenuo de mí, se quedó en poco más de la mitad. Probablemente ahora estaríamos haciendo lo mismo de siempre, lo que no tiene por qué cambiar si está bien. Volvería a despertarme y estaría con su cabeza cerca de la mía al primer movimiento. Me estaría esperando a que me arreglase y saliese del baño, tras beber unos sorbos de agua, impaciente por escuchar ese tintineo de la correa y volveríamos a ese recorrido de su mundo conocido. 18 años es mucho más de la mitad de mi vida, mi casicincuenta por ciento, te echo de menos.

Frágil

Cuando Yoko llegó a casa por primera vez, comenzaron los preparativos para esa noche. Preparamos una caja de cartón en la que pudiera sentirse protegido, una manta para no pasar frío y un reloj para simular latido de un corazón, para recrear el mismo escenario maternal. No teníamos ni idea de animales ni de los cuidados, lo preparamos todo rápidamente y por suerte todo salió a la perfección, poco después descubriríamos el por qué y aprenderíamos parte de los secretos de la fauna doméstica.

Aquella caja improvisada, frágil, duró apenas un par de semanas como vínculo entre la vida que llevaba hasta ahora y la que iba a vivir desde ese momento. Pronto no hizo falta una caja, ni una manta ni el sonido del tic tac de un reloj despertador, él se convertiría en el despertador de toda la familia. El vínculo ya estaba sellado.

Noddy sobrevive. Los maltratadores de animales no descansan en verano.

Ayer cuando mi cuñado se acercó a ver a los perros en la parcela, a Noddy, a las dos perras y al Husky Siberiano, se encontró un escenario dantesco. Lleno de bultos en la cabeza y otras partes del cuerpo el Husky yacía inmóvil y solitario en el terreno. Algún hijo de puta maltratador que no tenía nada mejor que hacer, se cebó con él. Al ir a recogerlo, se le derramó la sangre por los oídos, le habían reventado por dentro a base de golpes. Ahora descansa en paz junto con Lobito.

Todos los demás perros, las dos hembras y Noddy, habían desaparecido y no habían dejado rastro. Esta mañana temprano, al regresar, al menos no todo fueron malas noticias, no se sabe de dónde, Noddy había regresado totalmente sano y a salvo, aunque las otras dos perras están en paradero desconocido, quizá se las llevaron o quizá también terminaron huyendo del hijo de puta ese.

De Noddy no era de extrañar, pequeño, ágil y veloz como ya pude descubrir el pasado verano inolvidable que pasamos juntos, ha conseguido salvar su vida. Volver al piso ya no es una opción, todo este tiempo al aire libre con mucho terreno para correr y jugar, lo han adaptado a ese estilo de vida. Habrá que seguir soñando con esos mordiscos en los talones y con su manía de subirse a todos los bancos de la calle.