Halloween

Sí, normalmente hubiera elegido un título más enrevesado para la entrada, pero por qué no ponerlo tan sencillo como lo que es, Halloween. Y es que de un tiempo a esta parte, esa fiesta yanki del otro lado del charco que tanto me gustaba, que veía en las series, películas y fotografías, aquí no existía. Y eso me daba una pena tremenda.

Los colegios tomaron la iniciativa hace unos años y tal día como hoy, al volver del trabajo por la noche, ahora se escucha música dentro de ellos, en el patio, con chavales vestidos de brujas, batman, hadas, duendes, hombres lobo y todo tipo de fauna fantástica. También me encontré con una señora que parecía ir vestida de bruja, pero no, resultó ser una señora normal… Qué suerte tienen ellos ahora que pueden disfrutarlo, aquello con lo que soñábamos algunos de pequeños.

Seguramente de aquí aunos años las calles estén decoradas con calaveras, telarañas y las cejas de JR y miles de niños se echen a la calle y dejen atrás las fiestas de los colegios para llamar a las puertas y decir eso de «truco o trato».

fotografía de Terry Tyson

El niño y la lavadora

No he podido evitar, nada más ver esta fotografía, que ese niño que está sentado frente a la lavadora me recuerde a mí. Porque tenía su edad, porque vestía dela misma forma, con mi jersey de rayas y una camiseta de manga larga y de cuello vuelto, con mis zapatillas marrones de andar por casa y mis pantalones deportivos, con mi pelo liso de color castaño exactamente con el mismo corte.

Por un momento he vuelto atrás en el tiempo, cuando el simple hecho de observar aquel objeto llamaba mi atención, miraba su mecanismo, la forma en que la ropa se levantaba y caía dentro de aquel rodillo, cómo se llenaba de agua y se vaciaba y el momento más divertido, el centrifugado donde de repente la ropa de tantos colores se convertía en un solo tono.

Y es que las lavadoras en mi casa siempre han tenido un lugar muy especial, sobre todo la primera de ellas, a la que pusimos el apodo de «lavadora atrapapersonas», digamos que era tan especial que parecía tener inteligencia propia (y pies para andar) 😛

LOVE

De repente sientes que todo lo que hay alrededor no importa, que el mundo se convierte en un camino de rosas, que huele a rosas, en que prima la felicidad y en el que tienes la extraña sensación de estar en las nubes. Da igual lo que ocurra aquí y allá, todo queda difuminado y lo envuelves en un halo de ignorancia.

Tan sólo el odio se hace visible, el que siempre está a un paso de distancia de aquello que realmente importa en este mundo, como un corazón gigante que lo pone en movimiento.

National Geographic España, 25 años de magazine

Hace ya 25 años que National Geographic en Español forma parte de mi vida. No hay rincón de la casa que no esté teñido por ese característico color amarillo del marco de su portada. Llevo un retraso de varios años en la lectura, cierto es, pero todos los números están ahí, desde el primero en octubre de 1997, algunos antiguos que tengo sin leer pueblan las estanterías más cercanas a mi cama, otros ya leídos están en sus encuadernaciones de piel, mientras que los más modernos se apilan sobre las estanterías del salón junto a las decenas de mapas, esperando sus tapas como los demás.

Recuerdo que lo compré una tarde con mucha ilusión, me acerqué a la papelería que acababa de abrir en el barrio y allí conocí a la dependienta, que me dio la revista y me invitó a ir allí cada mes, que ella me la guardaría, y así ha sido durante casi 300 meses cruzando sus puertas, como esta misma mañana para comprar el último número.Y ha sido hoy cuando casualmente he caído en la cuenta de que había pasado tantísimo tiempo, mientras leía por encima las páginas del número especial sobre el Universo, al pensar cuán pequeño era nuestro planeta, como un grano de arena en una inmensidad gigante, extensa y profunda.

Esa primera tarde, después de tanto tiempo deseándolo, sabiendo que era una de las revistas más prestigiosas en EEUU y que ahora estaba en mis manos traducida, me sentí especial, como con un tesoro entre las manos. Difícil olvidar la primera portada de los niños indígenas tocando los tambores, abrí sus páginas y comencé a leer, una lectura que comenzó aquel día, que trataba sobre la historia, sobre la ciencia, sobre la fé y los conocimientos y sobre la aventura del ser humano dentro y fuera de su espacio, una lectura que comenzó entonces y que aún no ha acabado.

Valientes

Es como la entrada a otro mundo, como la frontera entre la más absoluta soledad y el extremo bullicio en compañía. En tu soledad están los que te dan palabras de ánimo, palmaditas en la espalda y te dicen lo que hacer, pero en realidad aquella habitación, aquella parte del mundo permanece vacía, solos tú y tu mente, una mente en blanco que piensa en todo y a la vez en nada.

Es la frontera entre no ser nadie y serlo todo, entre ser un completo desconocido y formar parte de la vida de los demás para siempre. La frontera entre tener fuerza y dar fuerza, entre ser tu propio ejemplo y dar ejemplo haciendo lo que mejor sabes, siendo quien eres.

Para todos aquellos valientes, deportistas en la cancha, cantantes sobre el escenario, concursantes dentro de una casa o recorriendo el mundo.

Dicen y creen que el más fuerte

Y dicen que aquellos que son débiles no pueden vivir en un mundo de instinto y supervivencia, lleno de impedimentos, de pruebas por superar, de barreras, donde la fuerza física y mental es el caballo de batalla para ganar las guerras que se libran cada segundo.

Y creen que el más poderoso puede recorrer el mundo, arrasando con todo a su paso, dejando una huella indeleble y una marca de destrucción, signo inequívoco de su fortaleza.

Están todos equivocados.

Con un beso de amor verdadero

«Y un día se encontraron atrapados en un lugar en el que la felicidad les había sido robada, nuestro mundo. Así es como sucedió…»

Crecí a mis espaldas con las historias de Pinocho, ese muñeco de madera hecho con tanto mimo por Gepetto, que de repente una noche mágica cobró vida, disfruté de sus aventuras, de esa nariz que crecía con sus mentiras y que nos dejó ese «te va a crecer la nariz como a Pinocho», y de cuando finalmente un hada lo convirtió en el hijo de carne y hueso que aquel hombre deseaba.

Hansel y Gretel que cayeron en la tentación de la dulce casa de chocolate, el despistado Pulgarcito, la niña que no quería ver la realidad de su mundo y se internaba en aquel país de las maravillas con el sombrerero loco y su té en la eterna fiesta del feliz no cumpleaños.

La imagen de la bruja en el libro de cuentos, gorro puntiagudo, cara demacrada, alargada nariz, una verruga, vestida toda de negro y con una roja y envenenada manzana en sus manos, preparada para vengar su odio hacia la mujer que el espejo consideraba la mujer más hermosa del mundo. Un ataud de cristal velado por siete enanitos, donde yace Blancanieves. Un príncipe roto de dolor que, con lágrimas en los ojos, da a su amada el último beso de amor verdadero.

Allá donde acabaron aquellos cuentos, sólo quedaba vivirlos una y otra vez, generación tras generación, millones de niños creciendo, como yo, con sus historias, sus finales felices y moralejas que uno no lograba entender hasta que pasaba el tiempo. Pero nunca nos preguntamos tras ese «vivieron felices y comieron perdices» qué ocurrió. ¿Qué cúmulo de casualidades hicieron que Pepito Grillo llegase a ser la voz de la conciencia? ¿Por qué Gepetto nunca pudo tener el hijo deseado hasta que apareció Pinocho? ¿De dónde nació esa manzana roja envenenada? ¿Por qué la malvada bruja tenía aquel odio tan grande hacia Blancanieves como para desear su eterno suspiro? ¿Qué hubo antes y que pasó después de las historias que nos contaron y leímos?

No podré agradecer lo suficiente a Adam Horowitz y Edward Kitsis que hayan recogido todos esos cuentos de nuestra infancia, a todos los personajes que tan bien conocemos, como si fuesen parte de nuestras vidas, tanto que no necesitan presentación, hayan decidido contestar a todas esas preguntas que jamás nos hicimos y mezclarlas y entrelazarlas como piezas de un complejo puzle para dar vida a una obra de arte llamada «Érase una vez».

Ojala pudiéramos recuperar todo lo perdido con un beso de amor verdadero, aunque si uno lo desea muy muy fuerte, quizá, aunque no sea como lo imaginamos, consigamos traer de vuelta de ese mundo de fantasía, un suspiro que bien vale una vida.

Un helicóptero para salvar vidas

El espacio que, por esto de lo inevitable, mi madre ocupó en el hospital tras su operación, anteriormente estaba ocupado por una historia de esas tantas que se esconden en lo más profundo, llena de gritos, problemas y violencia, tras una puerta cerrada que pocas veces se abre.

La llegada de un helicóptero que se posó a temprana hora de la tarde, entre la lluvia y el cielo nublado, hizo que entre las cuatro paredes de la oscura habitación,una mujer nos relatase aquella historia, la de la chica que había vivido una situación de violencia de género en la que el novio le había cortado el cuello de lado a lado. Decenas de amigos se acercaron a visitarla y la policía tomó declaración.

Aunque entonces no lo sabíamos, aquel helicóptero estaba allí para ella, para ser trasladada cuanto antes. Sólo espero, desde aquí, que se recupere, y que el cabrón que le hizo esto se pudra en la puta cárcel. Sé que esto último no sucederá, y que en pocos días estará libre, cautivando a otra chica que se dejará llevar por su encanto sin saber lo que esconde.

Quién eres

De forma inconsciente nos basamos en primeras impresiones, intentamos compensar y completar lo que sentimos al conocer a alguien con experiencias pasadas, sus gestos, sus expresiones, sus palabras, conforman un patrón sobre el que actuamos en consecuencia, buscamos semejanzas con aquellos que ya conocemos y actuamos tal y como lo haríamos con ellos.

Y poco a poco se va creando un tú a tú particular, donde antes estaban las semejanzas comienzan esas maravillosas diferencias que hacen de cada relación, sea cual sea, algo único.

19 años

Muchas veces lo hice para esperar de él una reacción, la que esperaba. Con las manos me tapaba la cara y fingía sollozos y lloros y dejaba caer la cabeza hacia abajo. Era instantáneo, ya podía estar tranquilamente relajado en el suelo o en la otra punta de la casa, enseguida se acercaba nervioso y metía los morros entre las dos manos, intentando encontrar un hueco entre ellas mientras lamía y gruñía por el hecho de no poder ver el rostro ni saber qué pasaba.

Otras veces no fingía, era algo real, momentos duros en que se acercaba y, a su forma, sin manos para borrar las lágrimas, sin brazos para abrazar, me consolaba, participando de ese momento, mi pequeña mitad.

Daría todo lo que tengo sólo por unos minutos de nuevo, por sentir ese suave pelo rojizo, por acariciarle detrás de las orejas, por dejar de ser como sombras perdidas en el tiempo, por dar un nuevo paseo bajo el sol.

Las aguas del Éxodo

He de reconocer que cuando era pequeño alguna vez me tragué las taitantas horas de esas películas que hablaban de las historias de los personajes bíblicos. Una de las que más me gustaba, aparte de la de Noé y su arca misteriosa llena de animales y cuya nave parece que se quedó suspendida en alguna montaña al bajar las aguas según dicen los expertos y las imágenes de satélite que parecían haber dado con algunos de los restos, era la de Moisés, quizá por el hecho de que era mucho más de ciencia ficción, por lo de las tablas con los mandamientos que salen de la nada y ese momentazo de la apertura de las aguas.

Esta imagen me ha traído ese recuerdo. Bien podría haber sido este lugar en el que Moisés alzase su bastón e implorase la apertura y el cierre de las aguas, que les darían paso cercando a sus perseguidores.

Gantz y la escena del metro

Hace ya bastantes años que me la recomendó, la serie de anime y el manga. La seguí con bastante pasión, una serie distinta, extraña, que habla, sacando el contexto de toda la historia, sobre las pruebas que el alma debe superar antes de desaparecer para siempre y permanecer en paz (mi propia interpretación, claro).

Hace unos meses, con motivo de la entrevista de trabajo de jefe de proyecto junior, por primera vez los dos estábamos ante la parada del metro de Madrid camino de Princesa y entonces le pregunté «¿sabes a qué me suena esto?». Los dos nos miramos y estábamos pensando lo mismo «a la escena de Gantz en el metro».

Posamanteles de la época Coke

¿No tienes un mantel a mano para comer? Eso es muy difícil, pero quizá más facil sea que no te apetezca tener que estar sacudiendo y limpiando en la cocina, además de la lavadora.

Ayer nos regalaron cuatro bonitos posamanteles inspirados en cuadros de época, en el impresionismo, de la marca Coca Cola. Una mujer que recorre la carretera y a la sombra se bebe una refrescante bebida. Una pareja que pasea felizmente por un parque pasando al lado de un coche donde unos amigos disfrutan de unas coca colas.

Así además de comer, a uno le apetece echarse en un vaso ese líquido refrescante, meter la nariz casi al borde y sentir esas chispitas únicas. Qué calor que hace otra vez!!

Candy de Robbie Williams

Nuevo single, una portada de color rosa con letras al más puro estilo Coca Cola con la palabra «Candy», un poquito de calor, apetece un refresco y encima la canción es de Robbie Williams, que está loco como él solo (miedo me daba ver el vídeo), pero hay que decir que en el mundo del pop, con permiso de quien ya sabéis (y no me refiero a Lord Voldemort), para mí es el rey.

 Esta canción me pone, serán su ritmo o su estribillo incontrolablemente pegadizo, sea como sea logra sacarme de cualquier estado en el que esté y transportarme directamente al mundo de la música, ese en el que no hay más espacio que tu cabeza, en que te quedas absorto moviendo los pies y tarareas sin importar las vueltas que esté dando el mundo.

Mientras espero a Marta, Rocío y Marilia, no está ni tan mal el plan.

Un poco más despacio, por favor

Dentro de la monotonía que se hace al andar cada día más de dos horas diarias, lo único que salva el trayecto de las mismas calles y los mismos lugares, son la gente con la que me cruzo cada día, la gente y algunas de sus mascotas.

Después de tantos años uno se encuentra por el mismo camino con situaciones peculiares y curiosas que ponen ese tinte de alegría o misterio a algo tan común. Desde historias un poco rozando el misterio y el miedo como encontrarme con unos niños implorando a un vecino que no hay nadie en casa y que sus padres se han marchado y no saben dónde, aquel coche que pasó a las 7 de la mañana en que su conductor me dijo si quería montar, pasando por los niños a los que curiosamente se les pasa la pelota por encima de la verja en el patio del colegio cuando estoy pasando por allí y me entran ganas de lanzársela aún más lejos todavía, hasta situaciones tan embarazosas y tiernas como silvar a un perrillo abandonado y llevarle conmigo todo el camino hasta el trabajo y quedarse esperando a la puerta a que saliese, acurrucado del frío en la alfombra del recibidor.

Este último lo recuerdo como uno de los momentos más bonitos, cuando todo el que subía me decía que abajo había un perro acurrucado…¿qué vio en mí? Todo esto tras haber perdido a Yoko.

Y cuando no hay nada mejor que hacer en esas dos horas de camino, el oído también hace de las suyas y se pone a escuchas a veces las conversaciones de aquellos con los que me cruzo. Hoy estaba escuchando una interesante historia y me he dicho «más despacio por favor», empezaba en un bar, donde su dueño se encontraba barriendo al final de la jornada como cada día. El hombre no había prestado atención a los papeles, pero aquel día cogió uno que había en el suelo, lo desdobló y… y aquí me he quedado en la historia, porque a pesar de decirme a mí mismo «más despacio por favor», he tenido que torcer una esquina si no quería ir a un callejón sin salida, así que me he perdio el relato emocionante.

Historias son para matar el aburrimiento.

50 años de Círculo de Lectores

Fue un sábado tranquilo, sin los agobios de las clases, creo recordar, cuando mi hermana y yo nos decidimos, previo consentimiento, a hacernos socios de Círculo de Lectores. Estaba en aquella revista, la Teleindiscreta que todas las semanas traía mi padre a casa, en una página, un folleto de promoción de tres libros por 500 pesetas de las antiguas más un libro de regalo.

En cuanto nos dieron permiso, nos pasamos un buen rato de aquel día revisando la lista de obras hasta ponernos de acuerdo. A día de hoy no recuerdo cuáles fueron nuestras tres primeras adquisiciones, ni si están aquí en casa o se las llevó a la suya, han pasado muchos años desde entonces y muchos libros por nuestras vidas como para recordar los primeros.

Si recuerdo el primer día que nuestro agente, nuestro primer agente, llegó a casa con el pedido, un hombre ya mayor que nos acompañó muchos años y cuyo servicio hasta ahora no ha conseguido igualar ninguno de los que vinieron después, ya no llaman a la puerta para dejarte la revista sino que te la dejan en el buzó, alguna que otra vez si has pedido una colección no te avisan para hacer pedido y cuando lo hacen, en lugar de recoger la hoja, llaman por teléfono y últimamente los pedidos van llegando fraccionados y muy tarde, demasiado. Ese primer día mi hermana y yo nos repartimos los libros, ella se quedaría con dos y yop con el tercero y el libro sorpresa. Y del título del libro sorpresa sí me acuerdo: «El bastón rúnico», una historia de ciencia ficción que aún no me he leído entera. Un regalo que ahora me resulta poco acertado pero que en aquel momento me hizo mucha ilusión.

Desde ese momento, comenzamos a recibir las primeras revistas y desde que somos socios, aunque mi hermana ya se ha despegado casi por completo, la sensación al recibirla sigue siendo la misma, una pequeña alegría, esperando desplegar sus páginas para ver cientos de libros entre los que escoger los que te harán pasar un buen rato las próximas semanas o meses. Así llegaron a mi vida las sagas de «Los Cinco» que nunca había leído antes, «El señor de los anillos», un tostón que terminé de leer con sus más de mil páginas, resto superado, la trilogía de «La materia oscura» posteriormente llevada a los cines pero inacabada en el celuloide…

Círculo de Lectores me descubrió a una de las autoras que a día de hoy, junto con Marian Keyes, es mi favorita, la italiana Susanna Tamaro. No me será fácil olvidar su primer libro «Donde el corazón te lleve», una historia conmovedora contada de una forma que nunca había visto, desde el más puro sentimiento, una inspiración en cuanto a forma de contar las cosas que se acercaba a mi estilo para mi relato, que terminaría siendo publicado unos meses más tarde.

Círculo cumple ahora 50 años, de los cuales casi casi hemos estamo la mitad. Todavía recuerdo el sistema de puntos por regalos que se instauró con las olimpiadas de 1992 en Barcelona, los pines de cobi que me llegaban con el pedido cada bimestre y que coleccionaba, los minilibros y los sellos, la llegada del extra de navidad con regalos, la primera vez que leí «El principito» y lo orgulloso que me sentí al adivinar lo que se escondía de verdad en esa primera página a pesar de lo que parecía, los relatos perdidos de «Ana la de Tejas Verdes» y obras como «Una brizna de hierba», que me pillaron en un mal momento y lograron alegrarme un poco por la ilusión de seguir leyéndolas.

Ha sido también recurrente en mis regalos de cumpleaños para mis hermanas, dinero y un libro escogido especialmente para ellas. Aunque como nombre figure aún el de mi madre, al final Círculo de Lectores se queda conmigo a pesar de que mi madre me ha insistido varias veces que nos quitemos, tantos años de lectura que me han hecho descubrir distintos géneros, desde mis inicios en las novelas de ciencia ficción que no me perdía, de repente descubrí el drama, me acerqué a la comedia y sucumbí a la novela de intriga.

En cada libro hay algo interesante más allá de su portada, algunos son más de lo que cuentan y otros de los que nadie habla atesoran frases para anotar en la memoria por siempre. Tengo ante mí la revista del 50 aniversario. Quizá en alguna de sus páginas esté ese libro que consiga que no pueda parar de leer. La abro, como desde hace más de 20 años, con la misma ilusión de siempre.

Algo está cambiando en las marquesinas

Cualquiera que me conozca un poco sabe que una de mis pasiones en mi tiempo de ocio es ver series. Cuando me recuerdo por primera vez jugando con algún juguete me veo en Córdoba, recortando un tigre y una gaviota de un libro de cuentos y jugando con ellos a hacer una serie… pero esto es otra historia. Como yo digo, las series me salen hasta por los poros.

Aunque no es la primera vez, al menos sí que se está convirtiendo en algo habitual y la foto que acompaña este texto y que tomé en una parada de autobús esta misma semana, lo atestigua. Ya pasó con Juego de Tronos y recientemente con Revolution, la nueva de Abrams en su estreo en primicia en Canal +. Hasta aquí todo bien, una cadena de la que hemos visto innumerables anuncios por todas partes. Lo que no me esperaba es ver en las marquesinas el estreno de una serie en Calle 13, concretamente 666 Park Avenue con Terry O’Quinn y Vanessa Williams mirándome desde cada parada de autobús.
Me gusta ver así la ciudad, empapelada con algunos de mis personajes preferidos. Quien sabe si un día de repente Dexter nos pille por sorpresa en la calle o los chicos de Cómo Conocí a Vuestra Madre arranquen una sonrisa a medio camino recordando aquella escena

Old lady

Las arrugas del ser humano son como las marcas de un árbol, allí donde tallamos un corazón se instala un sentimiento, cada golpe y cada hachazo dejan una huella y aquello que le rodea moldea su voluntad.

Son sus anillos de vida cada pliegue de piel de lo vivido. Una semilla infinitamente pequeña enterrada en lo más profundo que, por eso de lo inevitable, se instaló en el lugar oportuno para salir a la superficie. Son sus ojos como una película en la que se adivinan alegrías y sufrimientos.

Blanco

El color de todos los colores, símbolo de la paz en esa paloma blanca, el del caballo de Santiago de la adivinanza de los más torpes, el color de la limpieza, la pureza, el de la tranquilidad y la calma, el del día feliz (o infeliz) de tu boda, el de la luz que dicen, ven aquellos que cruzan al otro lado.

Pesadilla y terror para el escritor, que mira su eterno fondo deseando cubrirlo de tinta antes de sucumbir a su encanto.