Los 80: Mercromina para las heridas

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No recuerdo cuándo fue la última vez que mi madre cogió aquel botecito de tapa blanquecina y cuerpo oscuro. No recuerdo cuándo fue la última vez que lo desenroscó y de su interior salía un estrecho tubito empapado en un pigmento rojo, cuando según se acercaba a la zona afectada, el cerebro a uno lo ponía ya en preaviso del escozor que iba a sentir. No recuerdo esa última vez en que, con mucho cuidado, iba pasándolo, casi acariciando la piel por encima.

Eran los últimos meses de los años 80 cuando mi hermana comenzó a estudiar enfermería en Cuenca. Yo apenas tenía 11 años y, aunque vagos, si tengo algunos recuerdos del momento en el que el antiséptico que nos había acompañado desde el principio de nuestras vidas, vivió sus últimos momentos a nuestro lado.

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Fue un dia en que mi padre se hizo una herida. De repente mi hermana le dijo a mi madre:»tráeme el betadine». Lo recuerdo alto y claro, la palabra «betadine». Recuerdo a mi madre sacando de su mochila de viaje un frasco de color amarillento, recuerdo unas gasas, impregnadas de una sustancia amarillenta, oscura, casi marrón, al contacto con la piel.

Al día siguiente miré en el armario. El botecito colorado con su tapa blanquecina había desaparecido y no recordaba cuándo fue la última vez que esa sustancia roja limpió mi piel. En aquel momento supe que algo había cambiado y que nunca volvería verlo.

Mercromina, gracias por curarme tantas veces de pequeño, de una forma tan dolorosa y suave.

Los 80

cumpleaños

La maravillosa etapa de los años que cambiaron por completo nuestras vidas me pilló cuando apenas podía mantenerme en pie. Es por eso que la recuerdo como si de un álbum de fotografías se tratase. En mi cabeza se agolpan olores, sabores, sentimientos, todos viajando por el tiempo, momentos intensos que nunca jamás podré olvidar.

Mientras el mundo adulto se rehacía y de la necesidad surgieron nuevas ideas que nos cambiarían para siempre y que aún hoy persisten y se mejoran, yo me limitaba a vivir, ajeno a todo, pero dentro de ese mundo en constante movimiento. Crecí con las canicas y las chapas y un pedazo de tierra para jugar, con el Cola Cao en polvo, las galletas Tosta Rica, Mecano, las canciones del verano, el cubo de Rubik, los juegos de dados y aventuras desmontables, los juegos de MB, el boom de las maquinitas de game watch y sus imitaciones, el tetris, la game boy, mi primer PC MSX y el de mi prima, un Spectrum, el come cocos, los marcianitos, el walkman, el loro que te llevabas a todas parte y ponías a todo volúmen para que los demás escuchasen la música que te gustaba y fardar, los Pitufos, Ferdy, los Fraggle, Barrio Sésamo, Los Aurones y el simpático poti poti, Falcon Crest y la Ángela Chaning, las telenovelas, Candy Candy y la llegada de los animes con las televisiones privadas, Los Mundos de Yupi, Cajón Desastre, La Rosa Amarilla y esas mañanas de sábado madrugando mientras los demás dormían… y tantas y tantas cosas nuevas. Los bicivoladores, los Goonies, Roger Rabbit, las pelis de cine de sábado tarde donde podías llevarte tus chuches, esas que comprabas en la tienda de al lado. E.T. y lo que todavía hoy me hace sentir porque su mensaje es inmortal.

Mis primeros cumpleaños y lo que deseaba que llegasen acompañados con gusanitos que mi madre compraba. Me cogía la bolsa y no paraba de comerlos, y si eso de vez en cuando le daba uno a alguno de los invitados a la fiesta. El resto de cumpleaños rodeado de primos y amigos. El día que el 23-F me pilló en la calle jugando con mi camión, la caída del muro de Berlín que era tan comentado en la escuela al día siguiente como lo fue en los 00’s la expulsión de Maria José Galera.

Mis primeras vacaciones en la playa, nuestros fines de semana en un lugar al que ya no sabría ni cómo llegar, entre juncos, una auténtica aventura cada sábado, decorando una casa derruída con pegatinas de la Teleindiscreta y dándole algo de aire tecnológico gracias a los experimentos que hacíamos en la escuela. La primera vez que pisé el Club Social Los Alcores aquel mágico viernes a pocos días de acabar las clases y todo lo que viviría allí dentro, la primera vez que me enamoré.

Los 80 fueron una época maravillosa, increíble, indescriptible, inabarcable. Todo lo que sucedió entre sus barreras temporales es lo que hoy soy. Cada recuerdo, cada fotografía, no hacen sino sacarme una sonrisa y una ilusión, porque detrás de cada una se esconde un momento irrepetible.