Hace ya doce años que, en esten mismo lugar desde el que estoy escribiendo, me ponía frente a un papel en blanco, con los rayos de sol de la última tarde del año, de la última tarde de 1999, penetrando por la ventana y golpeando mi cara y mi espalda, regalándome sin saber cómo, la inspiración para un pequeño relato de apenas un par de páginas, impregnado por en renaciente fervor de las historias de Harry Potter, cuando aún en el país apenas nadie conocía nada sobre su existencia, antes de que se convirtiese en un fenómeno imparable.
He buscado en vano aquel relato sin éxito en la carpeta a la que van a parar todos mis retazos y quizá ande perdido en algún disco duro, un disquete o un disco compacto y sin querer algún día aparezca y me regale una pequeña dosis de lectura y pueda compartirla por entero entre estas páginas que antes no tenía.
Recuerdo muy bien lo que sentí al escribirlo, la inspiración me llegaba mirando a través de la ventana, sabía lo que quería, quería que en la fiesta y la incertidumbre del cambio de 1999 a 2000 hubiera celebraciones en un mundo real pero imaginario, pero a la vez quería un misterio, la parte ajena a todos los cambios, ajena a las risas, ajena a la diversión. Y así surgió el comienzo de esa pequeña historia en el que en una ciudad costera la gente se preparaba para vivir una gran fiesta, la música sonaba por todos los rincones y los fuegos artificiales iluminaban los cielos. Y así surgió también el lado misterioso, de aquella persona ajena a todo que vivía su propio dolor. Cerca de una cueva al lado del mar, una mujer se debatía entre la vida y la muerte dando a luz a un niño, se levantaría contra sus mermadas fuerzas y se encaminaría hacia la algarabía para pedir ayuda. Pero nunca llegaría a su destino, porque en el callejón oscuro, tan cerca de su meta, las fuerzas le fallarían y la vida de un niño quedaría abandonada a su suerte en aquel lugar lejos de las miradas.
«El niño del siglo», un relato corto que dejé inacabado, que me brindó una tarde de fin de siglo que nunca olvidaré por lo que disfruté escribiéndolo, pero que años más tarde continuaría de otra forma, hilando sin querer una historia que algún día espero poder contar, una historia que sin pretenderlo va surgiendo como si todos sus textos estuieran interconextados entre sí, o mejor dicho, como si realmente pudieran interconectarse entre sí.