21 años

Hoy me he levantado tarde, remoloneando en la cama antes de poner los pies en el suelo. He desayunado tranquilamente y al cruzar la cocina he sentido una sensación de vacío que ya sé que nunca nadie podrá llenar nunca. Fui ingenuo cuando le tuve por fin conmigo, pensaba entonces que estaríamos juntos al menos un cuarto de siglo, pero nuestra ilusión se quedó en poco más de la mitad de tiempo. Hubiera cumplido hoy 21 años.

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No nos conocimos al uso, no recuerdo qué estaba haciendo yo tal día como hoy cuando él nació, sólo sé que gracias a que dos días más tarde me levanté antes de lo normal y desayuné tranquilamente viendo la televisión antes de ir al instituto, nuestros destinos se cruzaron a través de una pantalla. Es natural cabrearse cuando no salen las cosas como uno quiere, cuando un suceso se topa en tu camino por haber elegido ese día ir por otro sitio o cuando lo eludes y das gracias por no haber estado allí en ese momento, tantísimas cosas que pasan a diario y que son causa de nuestras decisiones combinadas con las de los demás y la propia naturaleza, que es infinito. Yo aprendí aquel día que todo ocurre por algún motivo, y que dentro de ese infinito de posibilidades, hubo, hay y habrá buenas y malas por siempre, porque son… las cosas que pasan.

Todo lo que ocurrió después fue una maravillosa locura que no cambiaría por nada del mundo y que repetiría una y otra vez si pudiera echar el tiempo atrás. En todo este tiempo que ha pasado, nuevas vidas han llegado a la familia. Hace poco me sentaba con mi sobrina Sofía aprovechando que se quedó unos días en casa, para mostrarle las fotografías. Nunca llegó a conocerle y le hablé de él, de cómo sus primos le daban de comer yogur cuando se lo acababan. Se quedó mirando fija las fotos, como pensativa. Yo también pensé cómo sería si aún viviese.

Te quiero, mi cincuenta por ciento.

De la semilla a la flor

Los que habeis seguido el blog, sabeis que desde hace unos meses estuve cultivando un brote del alba, vamos, unas petunias. En mi casa parece haber una terrible maldición que acaba con toda forma de vida que no sea animal o persona, más que nada porque la mayor parte del día da el sol de lleno y, el tiempo de primavera ha sido tan corto, que apenas sí le dio a la planta para completar su ciclo.

Desde el pasado domingo y durante siete días, decidí crear en yokoyyo.com una semana temática para mostrar definitivamente el proceso de crecimiento de la petunia, desde los preparativos hasta la flor. Entre bambalinas detrás de la cámara era un placer fotografiar con todo detalle el inicio de una nueva forma de vida, desde la tierra inerte y las semillas, el tierno brote tan indefenso, los tallos blanquecinos que empezaban a abrirse camino.

Durante unos días temí por la planta, sus tallos se volvieron rojos y los capullos en flor que estaban a punto de abrirse de repente se tornaron mustios. Justo aquella noche en que parecía no haber solución, hice un último intento dándole un empuje y regándola de noche. Fue un placer levantarse por la mañana y descubrir que la flor se había abierto por fin, de un color entre azulado y morado muy intenso, con pequeñas motitas brillantes.

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Por desgracia este sueño duró apenas unas horas. Con la caída de la noche, la flor se cerró y nunca más volvería a abrirse, a pesar de los intentos por recuperarla. Durante varios días estuve como un médico intentando reanimar a un paciente que parece perdido y finalmente no sobrevivió. Los tallos se volvieron de color oscuro y la flor cerrada se secó por completo. Una pequeña momia, un ser inerte que permanecía de pie, apoyado en la tierra en la que creció.

A través de las siguientes fotografías dejo el legado de su existencia, breve pero intensa. Porque hay pequeños detalles en la vida que no deben dejarse pasar desapercibidos.

Pulsando sobre cada una de ellas podréis ir a la entrada completa de cada etapa del proceso de crecimiento con más fotografías. Y ya aprovecho para convocaros a la siguiente semana temática, esta vez centrada en la diversión, que comienza ya mismo.

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Brote del alba

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Siempre he tenido especial admiración por ver cómo la vida se abre paso. Una simple semilla que guarda en su interior un pequeño big bang al que solo hay que poner bajo unas condiciones para que toda la información que lleva dentro comience a darle forma.

Dentro de esta lata hay semillas de brote del alba. He pasado muchos días riéndome un poco con mi sobrino, haciéndole creer que están dentro de la lata porque son plantas carnívoras y en realidad se lo ha creído.

Por muchos años que pasen, esa admiración no desaparece. Llegó el momento de plantar las semillas.

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Sergio

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La historia volvió a repetirse. Tiempo revuelto con tormentas, de nuevo me pilló en el trabajo y esa llamada inesperada de mamá: «salimos corriendo hacia Fuenlabrada que tu hermana está ingresada». Y tras algunas complicaciones sabía que tenía que ser ese día, un 11 de febrero, el número 11 otra vez, siempre.

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Me levanté antes de las seis de la mañana y cogí el primer tren que salió. Fui el primero en llegar, tras pelearme con unas calles que había recorrido previamente gracias al mapa virtual de google. Habitación 3D-25. Les desperté sin querer. Allí estaba Sergio con apenas unas horas de vida en su nueva burbuja llamada mundo, disfrutando de sus primeras horas de sueño.

Si pudiéramos revivir el momento de cada fotografía de nuestro álbum

Lo que daríamos a veces por hacer un poco de magia y poder revivir como si fuese un making of algunas de las fotografías de nuestro álbum.

Yo me trasladaría a la Talavera de la Reina antigua, al menos más antigua de la que yo conozco claro, a ese paseo en blanco y negro con el carrito donde iba mi hermana mayor, o a las ferias en las que mi padre se divertía tirando con la escopeta junto a sus amigos, cuyos hijos fueron amigos míos después, o al momento en que mis padres se hacían fotografías apoyados junto al puente de hierro que cruza el Tajo.

Reviviría aquellos momentos frente a la puerta de la casa de mi abuelo, junto a mi prima y su columpio azul, o cada cumpleaños con sus bizcochos de chocolate y un montón de gente rodeándome mientras apago las velas.

Volvería para verle a él, mi pequeña criatura, mi cincuenta por ciento, y volveríamos a realizar ese primer paseo en que era un pequeño canijo pelirrojo con las patitas delgadas, del que había que tirar para que andase porque le daba miedo.

Sin duda, volvería.

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00:35

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Alguien se encargó de pintar con rotulador un par de líneas sobre un pergamino, en el que se dibujaba una cigüeña portando un bebé con una tela en el pico, marcando las 00:35 sobre un reloj analógico pintado, mientras yo no paraba de llorar en aquella sala del hospital.

Mi madre siempre ha sido muy fuerte, pero tan fuerte que es demasiado resistente y cabezona. A pesar de estar medio desmayada o con muchos problemas, siempre tiene un temple de hierro, es imposible que alguien se entere porque pone una barrera entre sus problemas y lo demás, su vida ha estado entregada a nosotros desde que nacimos y siempre nos ha sacado adelante sin hacernos partícipes de sus malestares.

Su punto cabezota fue lo que marcó el inicio de mi vida. Pude haber nacido antes, pero ocultó las contracturas del parto a mi padre y terminó de ver el episodio de «Starsky y Hutch» antes de decirle que la llevase al hospital, que ya era hora de que yo viniese al mundo.

No sé si es por esto que me gustan tanto las series, que puede ser, al final llegué al mundo a las 00:35 de una noche del 2 de febrero, lo dice el papel que una mano desconocida pintó aquella noche antes de acurrucarme y sentir el contacto de esa persona tan fuerte.

De dónde vienen esos vientos de música

Sólo los que me conocen muy muy bien pueden entender que esta canción en su propia voz después de tanto tiempo suponga un momento muy especial. Cuando todo terminó temí no volver a escuchar la magia, pero afortunadamente el Universo infinito con cada uno de sus hilos volvió a moverse a favor del viento trayendo de nuevo la melodía.

El reloj de mi ordenador marca el año 2014… parece que haya pasado apenas un ratito cuando, jugando de pequeño, soñaba con el año 92 y las olimpiadas que parecía no llegar nunca. Ahora el tiempo pasa tan rápidamente que no me doy ni cuenta, con metas definidas pero inciertas. A veces creo saber de dónde vienen esos vientos de música, pero es todo una ilusión. Esos vientos vienen de alguna parte, van a ningún lugar y entre medias se pierden en el vacío. Esos vientos son una chispa de magia que de repente se encienden en mi cabeza.

La luz de un semáforo

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Iba absorto por la calle en mis pensamientos, a veces me dicen que voy serio, otras me llaman la atención porque no he visto a alguien conocido. La gente espera que estés con los cinco sentidos al salir fuera y que te des cuenta de todo, pero yo no me paro a mirar cada cara con la que me cruzo.

Fue al pulsar un semáforo, uno de esos momentos en que el tiempo parece detenerse, todo se vuelve más lento y te da tiempo a pensar y reflexionar como si fuesen minutos. Estaba yo solo en aquel paso de cebra, cruzando mientras los coches estaban detenidos a uno y otro lado, sobre esa pasarela intermitente de negro y blanco.

Al pulsar el semáforo quizá había cambiado el curso de la historia de todos aquellos que estaban esperando. Quizá había evitado un accidente o creado uno nuevo en algún otro lugar, quizá había evitado que alguien se conociese al cruzarse casualmente por la calle, o quizá había propiciado ese encuentro… todo en apenas unos segundos.

La vida no deja de ser un constante botón de un semáforo, en la que cualquier pequeña decisión de un desconocido puede cambiar nuestra vida, llena de causas inevitables. Puede ser un choque con otra persona y un cuaderno que cae mientras nos ayuda a recogerlo porque alguien pulsó el botón antes de tiempo y tuviésemos prisa, puede ser ese mensaje que recibimos en el móvil, que nos hace detenernos y cuando alzamos la vista vemos a la persona con la que compartiremos el resto de nuestra vida.

Una cadena de sucesos que conduce mágicamente a otros y que puede ser tan tremendamente trágica como deliciosamente maravillosa.

Un paseo por el zoo (y VI): Descubriendo otras vidas

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Estamos acostumbrados a tantas cosas y todo nos parece más de lo mismo, que cuesta creer que la propia vida no deje de sorprendernos por mucho que estemos ligados a ella. Entre una y otra fotografía han pasado apenas poco más de 3 años, Sofía ya tiene el pelo rizado, como su madre, casi su mismo carácter de cuando era pequeña y la serenidad, sabiduría y templanza de su padre.

Esta foto es especial, muy especial. Refleja su contacto con otras vidas, con otras criaturas, la imagen desprende encanto, la inocencia de un niño que con cuidado se acerca a lo desconocido, pero a la vez el sentimiento de protección que le incita a acariciar y tranquilizar.

Nunca es tarde para volver a aprender a sentir como lo hicimos, sólo hace falta encontrar la excusa perfecta para abandonarse a lo que nos hace sentir felices sin tener que abandonar la estabilidad emocional necesaria de la que somos rehenes.

La vida no es como tú esperas…

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Pierdes un montón de tiempo pensando en cómo será tu vida.

El caso es que no lo sabrás hasta el día en que abras los ojos y veas. Que si te relajas y aceptas lo inesperado, tal vez encuentres algo más hermoso de lo que podías haberte imaginado.

La vida no es como tú esperas… es aún mejor.

(A la memoria de Yoko 15 oct 1993 – 8 dic 2006, por el día en que me levanté sin esperar nada, me relajé, abrí los ojos y le vi, por regalarme ese tiempo inesperado con el que nunca conté)

El cometa Ison contra el Sol

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Es cuanto menos una sensación extraña pero que nos ocurre a menudo, el no saber nada de la existencia de algo o de alguien, de repente se cruza en nuestras vidas diarias, saber que no volveremos a verlo nunca más y embargarte un sentimiento muy cercano al desaliento.

Esto es lo que ocurrirá con el cometa Ison, ese completo desconocido que ahora mismo se está cruzando en nuestras vidas. Viene de muy lejos, conoció el inicio del Universo, forma parte de él de forma prístina. De repente algo lo arrojó a una aventura que ha durado mucho tiempo. Hasta entonces era un congelado eterno, pero ahora juega a ese juego que es la vida y en estos momentos lucha contra el Sol.

La lucha entre la vida y la muerte. Cada minuto que pasa, cuanto más se acerca al astro, mayor es la lucha. Un núcleo helado que se va desintegrando poco a poco con el intenso calor. Así puede terminar su aventura después de miles de millones de años, convirtiéndose en una nube de polvo en el basto Universo donde nació, sin que lo hayamos podido ver nunca.

Si sobrevive y da la vuelta, nos regalará el mayor espectáculo que hayamos podido ver en el cielo, será tan brillante como la Luna, pero después de eso partirá y no volveremos a verle nunca más.

Ison no deja de ser una representación de la vida, de la muerte, del principio y el fin, de la cantidad de momentos que nos perdemos por nuestra condición. No podemos abarcarlos todos, pero sí tenemos la posibilidad de disfrutar de aquellos que el destino pone en nuestro camino.

Historia de dos almas iguales en lugares distantes

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No es algo que me suela ocurrir y cuando ha sucedido ha sido una especie de deja vu que enseguida se ha desvanecido, eso de tener un amigo, distanciarse por obligaciones de la vida y entre la nueva gente que conoces en otro lugar de repente encontrar a su alma gemela, que de pronto te encuentras escuchando sus mismas tonterías que tanta gracia te hacen, sus mismos gestos y expresiones y darte cuenta de que ese amigo no stá quizá tan lejos y un poquito de él puedas encontrarlo en otra persona en un lugar distante.

Nunca me ha ocurrido como ahora con mi amigo Javi, con sus payasadas, quizá un poco más burro al hablar, sus gustos, las bromas que solía gastarme. Apenas bastaron unas horas para encajar a la perfección el uno y el otro y todo un verano para disfrutar, uno de mis primeros amigos reales, del que me di cuenta de que me necesitaba y no era un quedar por quedar para salir a alguna parte. Tuvimos que separarnos, al igual que de otros amigos, por circunstancias del trabajo y para continuar nuestros caminos, pero ahora cada día tengo un poco de él en un compañero de trabajo.

Sus mismas tonterías, manías y bromas, las mismas expresiones y conexión o camaradería, como se quiera llamar. Es increíble descubrir en uno y otro aspectos y gustos similares, como en la última foto que mi amigo Javi compartió, con una recreativa en su habitación cuando hace poco mi compañero me enseñó su propia recreativa. Son como dos almas iguales separadas con las que el destino me ha cruzado, algo que alivia un poco la espera de poder volver a verlo, porque lo tengo más cerca que nunca. No es él, pero se le parece.

Pipas

La ignorancia. Conocer sobre las cosas que nos rodean es siempre estar un paso por delante. No conocerlas lo suficiente, puede ser la causa de todos nuestros problemas. La cantidad de errores que habremos cometido por ignorancia y que habrán cambiado nuestra vida hacia uno u otro rumbo.

Curro y el legado de las aves

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No hay verano que no tengamos a cargo a una mascota. Echando la vista atrás, desde el año 2008 unos peces de colores, unas tortugas, el año 2010, el mejor de todos, mi queridísimo perro Noddy y los maravillosos nueve días que me regaló entre mordiscos y muchas, muchas tonterías, después vinieron unas cobayas y este año le tocó el turno a un agapornis.

Por la parte paterna, los pájaros siempre han sido la mascota preferida, aunque parece ser que conmigo se rompió esa cadena, porque no logro encontrarle el sentido a tener a un pájaro en una jaula cantando todo el rato y volviéndote la cabeza loca, que es lo que me ha pasado con Curro, además situado al lado de mi habitación y respetando apenas las horas de sueño (y porque no escuchaba ningún ruido).

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Aunque no tengo muchas referencias más allá de lo que he visto, mi abuelo se dedicaba casi a la cría de pájaros, con discusiones con mi abuela frecuentemente debido a esta pequeña pasión que conservaba en la terraza. Tengo vagos recuerdos, de cuando los dejaba las puertas abiertas y me aseguraba que volverían para comer, y así era. De salir a saludarle siempre en el mismo lugar, dándoles de comer, observándoles. Cuando yo crecí, apenas hablábamos de ellos porque no me interesaban, pero sin duda tenía que tener grandes conocimientos, que ahora ya será imposible recuperar. El tiempo quita lo que da.

En casa, de pequeño, siempre tuvimos pájaros. Nunca les hacía caso alguno y terminé acostumbrándome a ellos. El último nos acompañó coexistiendo con Yoko (al que le decía «pipi» y se volvía loco levantándose sobre las patas traseras y mirando hacia la jaula).

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Un día me levanté y el pájaro estaba tirado en la parte baja de la jaula, inerte. Con él acabo el legado de esta mascota en la casa y comenzó el reinado de otra. Tuvo su entierro, necesario. Lo envolví con cuidado en unos trapos y junto con Yoko salimos de paseo a un pequeño camino al lado del colegio. Allí hice un pequeño hoyo con las manos, lo enterré y cubrí de tierra, haciéndole comprender mediante la palabra «pipi» que ahora allí descansaría para siempre. Para asegurarme, volví a pronunciar la palabra en casa. Yoko no se levantó sobre las patas buscando, algo había comprendido quizá.

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… y todo recto hasta el amanecer

todo recto hasta el amanecer

Siempre se empieza de la misma forma y siempre que se puede se acaba de la misma forma. Se pone el sol, la ducha te espera, un rato de relax, el único estímulo relajante de lo que te queda de noche. Crema hidratante y desodorante. Hora de ponerse guapo.

Sin pretenderlo sacas hasta tres o cuatro pantalones y camisetas. ¿Camiseta ajustadita? ¿De cuello de pico?¿Camisa? Cuesta decidirse. ¿Por qué cuesta tanto decidirse? Porque quieres estar guapo y nunca se sabe si esa noche podrás encontrar algo especial, y estar arreglado y sentirte bien ayuda mucho.

Cuando encuentras y le das el visto bueno al espejo, le guiñas un ojo y terminas lo que empezaste. Gomina y perfume. Mientras esos nervios indescriptibles van por dentro, los nervios de las ganas por comenzar ya. Dicen que la oscuridad y la noche encierran misterios. Es cierto, misterios y aventuras emocionantes.

La noche y su oscuridad encierran caminos, risas, gritos, música, besos, sexo, sonrisas. Y al final acaba todo de la misma forma, de la mejor forma. Puede que al lado de una persona que acabas de conocer o puede que con tus amigos, mientras desnudo en la cama echas un vistazo y miras a la ventana y te preguntas cómo pasó pero lo jodidamente maravilloso que fue todo o quizá por una calle dando gritos, recordando todo lo que dio de sí la fiesta junto a unos amigos que no paran de gritar y saltar mientras te diriges a la cama, todo recto, hasta el amanecer.

fotografía de cedequack (la sombra de Peter Pan)

A tale of two cities

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Hace un par de semanas me puse a ver Oblivion, la última película intepretada por Tom Cruise. Durante los primeros minutos se produjo uno de esas joyas que yo ya llamo «momento LOST», que también podría describir como «una pequeña nota de color, misterio, recuerdo, sensación o sobresalto que de repente inunda la calma y te hace entrar en un momento de exaltación y euforia». Por eso lo llamo más corto «momento LOST», ya que fue esta serie la que me hizo sentir por primera vez esa sensación maravillosa de locura transitoria frente a un televisor.

Jack, otra maravillosa coincidencia lo del nombre, Jack Harper en este caso, entra en su cabaña, en un lugar que aún permanece inalterado ante la invasión alienígena. Un lugar muy parecido a los barracones de Perdidos, otra semejanza más, ambos lugares reducto que parecen anacrónicos y desentonan en el conjunto de la historia y el paisaje global.

Jack pone su mono encima de la nevera y suelta un libro sobre la mesa, encima de otro. En ese momento paro la imagen y, después de tantas coincidencias, surge ese «momento LOST», cuando me fijo en el título del libro que hay debajo, «A tale of two cities», historia de dos ciudades, la novela que Charles Dickens publicó en 1859 y que de alguna manera viene a contar la historia de dos sociedades, de dos formas de pensamiento que crecieron apartadas y siguieron sus caminos hasta que el destino las confronta.

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Una idea que muchos cineastas y guionistas han tomado ya como universal y que en algunas obras es una auténtica delicia. Mientras que en Oblivion supone la confrontación de dos razas que crecieron en mundos diferentes, su sentido en «Perdidos», título que además se le dio al primer episodio de la tercera temporada, fue otra confrontación, la de los supervivientes del Oceanic 815 y los Otros, dos vidas que crecieron por caminos separados y que el destino termina uniendo para dar comienzo a una batalla, a una lucha por otro tipo de supervivencia.

Nuestra vida no deja de ser esa novela. Andamos, vamos y venimos, crecemos dando molde a unas ideas, a un espacio. Muchas veces no somos conscientes de que otras vidas crecen, andan, van y vienen y crean sus propios pensamientos y su propio espacio. Entonces un buen día chocas, y de ese choque nacen amores, batallas, se entremezclan las ideas y los espacios y se forma algo nuevo que andará, irá y vendrá y volverá a chocar de nuevo.

La primera vez

primera vez

Cuando somos pequeños tenemos la enorme suerte de poder sorprendernos con cada nuevo descubrimiento. La primera vez que nos lanzamos a la piscina, la primera vez que vamos a la playa, nos sumergimos en esas aguas frías y probamos su sabor salado.

La primera vez que salimos a un largo viaje, el que nos cuentan que es tan largo que nos faltaba tiempo para acopiar en una mochila montones de juegos y chucherías, para al final acabar con la cabeza dando bandazos de un lado a otro en la parte trasera del coche.

La primera vez que sentimos algo por alguien sin saber qué es y algo comienza a cambiar.De repente nuestro pensamiento queda ocupado casi por completo todas las horas del día por ese sentimiento extraño sin poder sacarlo de la cabeza.

Afortunadamente cuando crecemos, el mundo nos ofrece otras primeras veces únicas e inolvidables para poder recordar, distintas sin embargo, pero que logran unir líneas temporales con el niño que fuimos.

Y lo más maravilloso de todo es vivir esas primeras veces sin saber que están ocurriendo, hasta que no pasa el tiempo y uno se da cuenta de lo importante que fueron, hasta que no tomas conciencia de que el destino las cruzó en tu camino por una razón. Quedan entonces convertidas en leyendas, en retales de nuestras vidas, personales, intransferibles.

@ fotografía de Alchemy Photography

Todos los ramos de flores tienen una bonita o triste historia

ramo de flores

Desde hace ya varios meses, un ramo de flores sale al paso en el camino por el que voy. Allí está, impertérrito, viendo pasar a la gente, aguantando el calor y bajo la lluvia. Cuando sus flores se ponen mustias, al día siguiente vuelve a aparecer uno nuevo en su lugar, siempre con sus colores rosa, azul y blanco.

La primera vez que lo vi imaginé su propia historia, quizá el homenaje a alguien que sufrió un accidente, como cuando uno encuentra un ramo en un semáforo. Pero la memoria de este persiste y es incansable. Hace un par de días descubrí quién se encargaba de sustituirlo, un hombre robusto, pasando la cuarentena, quizá padre, quizá tenga que ver con el accidente entre una moto y una niña pequeña a pocos metros de allí que se produjo casi al mismo tiempo que aquel ramo hizo acto de presencia.

Detrás de cada ramo siempre hay una historia, a veces bonita y con final feliz, de amor, de sorpresa y besos, de una nariz que huele los pétalos y una cara que dibuja una sonrisa. Otras veces su motivo es distinto y el ramo de flores viene a ser la propia sonrisa de alguien en la tierra que regala un beso eterno al cielo.

y volver

setter

El tiempo me enseñó a aceptar la muerte. Me enseñó a poder revivir los mejores momentos con una sonrisa en la cara en lugar de con lágrimas, a mirar cara a cara a los últimos momentos sin sentir un nudo en la garganta. Pero al tiempo se le olvidó avisarme de algo más.

Ayer en el parque vi aquella figura tan reconocible, pelos de color pelirrojo, andares de cazador, cazadora en este caso y no pude resistir ir hacia ella. Además de a Yoko, sólo he visto en mi vida a tres setter irlandés, pero lo que hace especial esta circunstancia es que nunca había visto uno desde que él murió.

Me acerqué y empecé a acariciar ese pelo tan suave, el mismo que acaricié durante años, cada mañana, cada noche, cuando entre risas o entre sollozos ponía su cara delante de la mía intentando participar en todo, lo bueno y lo malo. Mientras le acariciaba, hizo esa postura, apoyando su lomo contra mis piernas, como hacía él. Todo era igual, como volver.

Me hubiera quedado así eternamente. Fue unos segundos después de dejarle cuando entendí que el tiempo no me había enseñado aún a aceptar la gran necesidad de tenerle a mi lado de nuevo… y volver.

Volver

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Cuando miro algunos años atrás en el tiempo y recuerdo lo que era sentirse feliz, cuando nos reencontramos y probamos de aquella mezcla explosiva que se creó mágicamente, cuando siento lo que sentía, cuando veo sus sonrisas, cuando disfruto de nuevo de sus bromas y de su compañía, el tiempo de nuevo regresa donde debiera estar y cuando se esfuma, me invade una profunda sensación de desasosiego.

Me pregunto qué estoy haciendo con los mejores años de mi vida, en una ciudad que para mí es como una cárcel, y no hablo de fronteras físicas con rejas, sino de una cárcel de sentimientos, sin poder disfrutar de los amigos que están a cientos de kilómetros.

Ya hace un año que planeé volver a retorcer mi vida, no obstante ya lo hace sola cada cierto número de años de una forma incomprensible y me cambia por completo. Ahora sólo queda definir de nuevo el cuento para que de alguna forma pueda continuar con ese final feliz y eterno que no acabe nunca, para poder sentir que no estoy dsperdiciando ni un solo momento de mi vida.

Calles desiertas bajo el sol del verano

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La ciudad desierta, con sus calles vacías, el asfalto suplicante y una sombra acuciada por el tiempo. Y desde la sombra se escucha el sonido de algún motor, de las ruedas castigando la superficie, el sonido de una voz que sale de alguna terraza regañando a un niño que llora, risas en la otra calle y pisadas de chanclas sobre el suelo.

De vez en cuando una brisa se digna a darme un poco de aire, mientras un coche pasa por delante con las ventanas abiertas, risas y voces que intentan entonar la canción que llevan puesta a todo trapo.

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Ruido de llaves abriendo una puerta, alguien que está fregando los platos de después de la comida y su tintineo al soltarlos llega hasta mis lejanos oídos. Mis ojos empiezan a cerrarse con esta armonía de sonidos, dibujándome una sonrisa mientras los párpados pesan como piedras y en un leve intento por mantenerlos abiertos, el cansancio puede más. Me sumerjo en uno de los mayores placeres de la vida.

El tiempo es un río

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El tiempo es un río, que nace de la casualidad en alguna parte, que crece, que fluye entre rocas y juncos. El tiempo es un río que se desboca, que se concentra, que explota, que se bifurca. El tiempo es un río que crea otros tiempos, que sigue abriéndose camino hasta el fin de sus días.

El tiempo es un río, que envuelve y que guía, a través de senderos, de caminos inoportunos. Todo se puede hacer con el tiempo, excepto una cosa, que su corriente cambie de sentido.

fotografía de koppdelaney

Pothound

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Un día cualquiera, se pasea por las calles de su tierra, sorteando peligros, entre risas y gritos, de aquellos con los que se cruza. Una vida a la deriva, que va y viene y se dedica a sentir el momento presente, sin el pasado que queda atrás, sin el futuro que lo llevará a cualquier parte, otro día cualquiera.

Los 80

cumpleaños

La maravillosa etapa de los años que cambiaron por completo nuestras vidas me pilló cuando apenas podía mantenerme en pie. Es por eso que la recuerdo como si de un álbum de fotografías se tratase. En mi cabeza se agolpan olores, sabores, sentimientos, todos viajando por el tiempo, momentos intensos que nunca jamás podré olvidar.

Mientras el mundo adulto se rehacía y de la necesidad surgieron nuevas ideas que nos cambiarían para siempre y que aún hoy persisten y se mejoran, yo me limitaba a vivir, ajeno a todo, pero dentro de ese mundo en constante movimiento. Crecí con las canicas y las chapas y un pedazo de tierra para jugar, con el Cola Cao en polvo, las galletas Tosta Rica, Mecano, las canciones del verano, el cubo de Rubik, los juegos de dados y aventuras desmontables, los juegos de MB, el boom de las maquinitas de game watch y sus imitaciones, el tetris, la game boy, mi primer PC MSX y el de mi prima, un Spectrum, el come cocos, los marcianitos, el walkman, el loro que te llevabas a todas parte y ponías a todo volúmen para que los demás escuchasen la música que te gustaba y fardar, los Pitufos, Ferdy, los Fraggle, Barrio Sésamo, Los Aurones y el simpático poti poti, Falcon Crest y la Ángela Chaning, las telenovelas, Candy Candy y la llegada de los animes con las televisiones privadas, Los Mundos de Yupi, Cajón Desastre, La Rosa Amarilla y esas mañanas de sábado madrugando mientras los demás dormían… y tantas y tantas cosas nuevas. Los bicivoladores, los Goonies, Roger Rabbit, las pelis de cine de sábado tarde donde podías llevarte tus chuches, esas que comprabas en la tienda de al lado. E.T. y lo que todavía hoy me hace sentir porque su mensaje es inmortal.

Mis primeros cumpleaños y lo que deseaba que llegasen acompañados con gusanitos que mi madre compraba. Me cogía la bolsa y no paraba de comerlos, y si eso de vez en cuando le daba uno a alguno de los invitados a la fiesta. El resto de cumpleaños rodeado de primos y amigos. El día que el 23-F me pilló en la calle jugando con mi camión, la caída del muro de Berlín que era tan comentado en la escuela al día siguiente como lo fue en los 00’s la expulsión de Maria José Galera.

Mis primeras vacaciones en la playa, nuestros fines de semana en un lugar al que ya no sabría ni cómo llegar, entre juncos, una auténtica aventura cada sábado, decorando una casa derruída con pegatinas de la Teleindiscreta y dándole algo de aire tecnológico gracias a los experimentos que hacíamos en la escuela. La primera vez que pisé el Club Social Los Alcores aquel mágico viernes a pocos días de acabar las clases y todo lo que viviría allí dentro, la primera vez que me enamoré.

Los 80 fueron una época maravillosa, increíble, indescriptible, inabarcable. Todo lo que sucedió entre sus barreras temporales es lo que hoy soy. Cada recuerdo, cada fotografía, no hacen sino sacarme una sonrisa y una ilusión, porque detrás de cada una se esconde un momento irrepetible.

Mamá Sara

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Es, además de mi prima, una de las mejores amigas que tuve desde la infancia. Juntos recorrimos muchos lugares, desde La Manga del Mar Menor, hasta Cuenca. Siempre inseparables, cada fin de semana en Los Alcores, jugando con bolas de tierra, al tenis, en la piscina, en el parque, no nos despegábamos el uno del otro.

Sólo el tiempo y el destino con sus caminos consiguieron separarnos y ahora apenas hablamos una vez cada año. Pero aquello que vivimos sigue estando ahí en el recuerdo… y es bonito, muy bonito.

El día 22 de mayo en la madrugada se convirtió en mamá y me invadió una enorme felicidad que acabó con todo lo malo del día, un sol entre las nubes. Me puse a rebuscar entre nuestras fotografías.

Y al final me decanté por uno de los lugares donde pasamos los 7 días más felices de nuestras vidas, en la playa, donde no hubo día igual, donde no hubo noche igual, cerca de donde se juntaban los dos mares, a unos kilómetros más allá de Oasis, donde decían que el barro de aquellas playas tenía propiedades únicas. Así decidimos posar, con el barro en la cara y felices, con ese Seat 127 amarillo al fondo que consiguió llevarnos hasta allí.

Teníamos tantas fotografías, entre viajes, cumpleaños y la antigua casa de los abuelos, que me costó decidirme por una para poner aquí, en esta, su entrada, porque es suya y para ella. ¡Felicidades mamá!

El gato azul: El regreso de Sofía

gato azul

Después de algunas semanas en que apenas he tenido tiempo para sentarme a escribir como se merece, aquí os traigo la tercera entrega de esta historia. Escribir un relato o un libro conlleva mucho tiempo. Muchas veces cuando me viene la inspiración hago una sentada de algunas horas y, a veces, sale algo bueno. Otras veces en muy contadas ocasiones, me despierto en mitad de la noche y mi cabeza se inunda de buenas ideas, en ocasiones a consecuencia de sueños o pesadillas (que por qué no, también ayudan y mucho).

Detrás de mí, en la otra habitación, conservo una carpeta con decenas de hojas e historias de ese personaje que algún día espero sacar a la luz y que sólo los que estuvieron conmigo en la Residencia Universitaria Bartolomé Cossio tuvieron la oportunidad de leer en un fragmento que saqué en la primera revista mensual (esa que se nos quedó en el limbo del tiempo después, proyecto de los fanzines que tanto me gustan). Ellos, entre ellos mis amigos, pudieron leer el principio de todo, el primer episodio de la novela.

Ese personaje tiene su pequeña historia, y mientras crece y se desarrolla, otro ocupa mi tiempo, este curioso gato azul del que tengo tantas y tan buenas ideas que a veces no sé por cual comenzar. Muchos, a puerta cerrada, sobre el anterior capítulo le tomaron cariño al gatito que se salvó y el final lo consideraron un tanto trágico cuando pensaban precisamente que ese era el protagonista de la historia. No puedo contarles todo ni a ellos ni a vosotros. Me gusta saber que, cuando escribo, alguien no puede adivinar con tiempo lo que va a suceder en una historia, quiero que cuando una persona se siente a leer lo haga sabiendo que puede ser sorprendido… pero también que otras veces tiene el control, hasta el punto de no saber si lo que imagina será o no lo que ocurra.

Quizá con esta nueva entrega sepan perdonar la tragedia de la anterior. En el capítulo que váis a leer, se mezclan el tiempo presente y un pequeño flashback emotivo. Esa mirada atrás no es ni mucho menos el inicio de la historia, pero sí parte de ella.

El Gato Azul: El regreso de Sofía – por José Francisco Cedenilla

Sofía Tarenzi vio cómo su vida de repente daba un giro inesperado. Hacía apenas unos minutos ocupaba el asiento 42 de un pájaro volador en los cielos de Italia y ahora estaba sentada en el tercer banco de una iglesia. Pensó que se sentía como un mantel blanco colgando de una cuerda y meciéndose contra el viento bajo la luz del sol del atardecer de la Toscana, mientras alguien vareaba sus entrañas con fuertes sacudidas que, si bien eran dolorosas, tenian ese regusto amargo y a la vez dulce de la expiación de los pecados. Mientras enfocaba la vista en la figura de un Cristo crucificado, imponente sobre la cabeza del párroco, y bajaba la mirada hacia el ataúd semiabierto, no podía dejar de admitir que toda su vida se había visto condenada al mismo hecho, alejarse de las personas a las que más quería y quererlas en la distancia hasta perderlas para siempre. Un cariño que ella sentía de verdad, pero que nunca llegaba a transmitir.

gato azul 1

Sus manos, con más hueso que piel, dedos finos y alargados, agarraban los pantalones vaqueros de color negro. Dos anillos de plata colgando de su cuello por una cadena, contrastaban con el color añil de la camiseta. Semblante serio y pensativo, ojos verdes llenos de tristeza, rasgos finos con pómulos que sobresalían y se convertían en su rasgo más característico, acentuado por el negro color de su pelo en media melena, un poco rizado y despeinado, abombado y despegado de su rostro. Las palabras del Señor se habían convertido durante aquella media hora en un mero tránsito entre sus dos oídos, porque su cabeza estaba ocupada recordando el tiempo que pasó a su lado.

Sofía tenía apenas siete años cuando, de la mano de un hombre, cruzó la puerta por primera vez. Una mano grande acarició su cabeza, aquel hombre se agachó, le dio un beso en la mejilla y dejó a su lado una maleta de equipaje donde estaban algunas de las cosas que había recogido de su habitación. Allí se quedó estática durante unos minutos, desorientada. Aquella casa olía a bizcocho recién horneado, a madera, a flores, a primavera, olía a hogar. Mientras miraba hacia el fondo del pasillo, donde había unas escaleras que subirían a algún desván lleno de secretos, una voz ronca y desgastada salía del lugar de donde venía ese dulce olor. La puerta, rota y desgastada, se entornó con un chirrido y una señora mayor se acercó ilusionada a la pequeña niña, llenándola de besos y abrazos.

gato azul 2

Recordaba aquel momento mejor que ningún otro porque algo en su interior se rompió del todo. Fue cuando su abuela Olivia le cogió de la mano, mientras con la otra portaba su maleta, mientras subían juntas las escaleras del fondo hacia ese desván lleno de secretos que se convertiría en su nuevo hogar, fue mientras pisaba cada uno de los escalones y a cada pisada su corazón se iba llenando de un peso insoportable y le costaba más respirar, cuando notó las primeras lágrimas de sentimiento resbalar por sus mejillas y sintió que dejaba algo atrás.

Un pequeño alboroto en la iglesia le hizo despertar de su sueño de recuerdos, cuando el párroco pidió a todos ponerse en pie. A pesar del dolor, sabía que cuando había perdido a alguien en su vida, por suerte siempre aparecía alguien para consolarla, este era su destino.

Ensimismada aún en sus pensamientos, sintió que alguien a su lado le agarraba de la mano y le daba un pañuelo. Apenas se había percatado de que las lágrimas volvían a inundar su rostro. Sin llegar a levantar la mirada mientras se secaba, le dio las gracias. La otra persona le tendió la mano y le ayudó a levantarse mientras le susurraba bajito.

– Hola, me llamo Noel.

Abuelo no llores que pronto vendrá la Luna

abuelos

Hoy aquellas discusiones, las pinzas que siempre ponía a las bolsas, las gomas con las que solucionaba todos los problemas, para arreglar cualquier cosa, para juntar las cartas de naipes que nos escondía junto con las pilas del radiocasete, sus discusiones con ella durante todo el día, los pájaros que tenía y cuidaba en la terraza…

… hoy todo eso que antes no soportaba, hoy me parece adorable y lo echo de menos.

Rocío y Claudia

rocio y claudia

Creo que tengo que desvelar ya cómo inicié esa aventura llamada Universidad. Muy pocos conocen la historia de esos primeros momentos, pero Claudia me ha obligado a hacerlo ahora y no en otro momento.

Aquella mañana de un 13 de octubre y que encima caía en martes, desperté en una habitación con la extraña sensación de que estaba en otro lugar, hasta que caí en la cuenta de que efectivamente aquella ya no era mi casa, sino una habitación compartida (de momento por dos personas, el tercero estaba por llegar ese mismo día) de la Residencia Universitaria.

Primera mañana y primer desayuno. Mi compañero ya apuntaba maneras a que aquello no iba a salir bien. Digamos que cuando uno encaja con otra persona, la situación no es tirante. Para qué engañarse, sólo hablábamos de tonterías y apenas había conversación posible, no coincidíamos ni llegamos a coincidir en nada, ni en gustos musicales, ni en aficiones ni en temas comunes y su interés por realizar esa carrera distaban mucho de los míos. Así de esa manera llegamos al primer desayuno en el comedor, donde a cuentagotas la gente iba llegando formando fila para prepararse el zumo, la leche y algo de repostería. No sabía cómo sacar la leche de aquel aparato, toda la vida abriendo el tetrabrick, pero alguien me echó una mano (no recuerdo quién).

Dicen que teníamos una enorme suerte y efectivamente así es. Aquello era como tener la Universidad en la propia Residencia Universitaria, a un tiro de piedra, nunca mejor dicho, cómo decirlo, que si me hubiera planteado lanzar un pedrusco a la Universidad desde las escaleras de la residencia, hubiera acertado al cien por cien, porque está cruzando la carretera.

La hora de la presentación se acercaba y mi nuevo compañero (al que conocí apenas hacía un día) y yo, comenzamos a patear, sin tener ni idea de dónde íbamos, cada planta del edificio. Ante nuestro tremendo desconocimiento (llamémoslo así por no decir torpeza), decidimos regresar al punto de partida, a la recepción, donde una amable pareja, que pasarían con el tiempo a formar parte de nuestra vida diaria, nos indicó que el Salón de Actos, ese que después se convertiría casualmente en mi causa defendida para poner fin a la carrera, se encontraba justo detrás de nosotros.

Y al darnos la vuelta allí estaba ella, Rocío, la chica con pecas de pelo pelirrojo y rizado, lanzando una sonrisa gigante de oreja a oreja, preguntándonos dónde se encontraba el Salón de Actos. «¿Tú también eres de Teleco?» le pregunté, «Sí, no me digas», me respondío alegre como sin poder creérselo.

En vistas a que hubo un retraso porque aún debían llegar algunos profesores, aprovechamos el antes y el después para estar los tres juntos. Bajamos al Alcampo (antiguo Pan de Azúcar en la época en que estuvo allí mi hermana) y nos quedamos en una de las terracitas interiores tomando algo (la misma terracita que me vio partir el primer año comenzando con un buen desayuno) y conociéndonos mejor. Allí Rocío nos contó de dónde venía y algunos datos de su vida, mientras nosotros hacíamos lo mismo. No paraba de hablar, lo cual en cierta forma era un alivio, si tenemos en cuenta que entre mi nuevo compañero y yo no había apenas nada más que decir desde el momento en que nos conocimos.

Ella creó un pequeño vínculo con nosotros, de esos de los primeros compases de una convivencia, como si fuese mi propio gran hermano. Comienzas a conocer a muy diversas personas, al principio vas como el agua o el viento, siguiendo la corriente, hasta que con el tiempo te plantas como una piedra en el camino que decides seguir, rodeándote de las personas con las que convivirás finalmente.

Rocío fue la compañera de esos primeros compases, y aunque nunca se convirtió en amiga, sí fue algo que puede acercarse a la amistad. Era siempre sonrisa, alegría y eso que tanto me gusta y que tanto escasea, una persona sin maldad. Todo lo que ella mostraba, era lo que había, sin dobleces.

Hoy aquella chiquilla ha dado a luz a su primera hija,Claudia. Se me hace difícil ver la primera imagen de ese nacimiento y no recordar a la muchacha pelirroja que me encontré al darme la vuelta en la recepción, con su sonrisa siempre. Y yo estoy feliz, por ella, por los que le rodean, por mí, por haber formado y seguir formando en cierta forma parte de su vida. Quizá un día pueda contarle a Claudia como conocí a su madre.

Isabel

puerta

Hay días que me rondan ideas y recuerdos por la cabeza, entonces vengo aquí, a mi lugar, un lugar en el que sé que pasa gente, algunos asiduos lectores, otros pasajeros, es como lanzar un mensaje de alegría, para compartir, de desesperanza, como lanzar un grito necesario en la calle, lo escuche quien lo escuche.

Hace unos días, debido a un grave accidente de una persona que apenas ví dos veces en mi vida cuando era pequeño, recordé a Isabel y así titulé este post que lleva en la recámara dos semanas.

Yo era apenas un crío que iba a cuarto o quinto curso de la EGB cuando unos señores llegaron, avisaron a la profesora y esta a su vez avisó a Isabel para que saliese fuera. Fue en ese momento cuando comprendí que aquello que rompe el ritmo habitual del día no siempre trae cosas buenas, que tras las puertas cerradas hay noticias y lamentos de esos que uno desearía tener el poder para dejar fuera, sin que nunca se abran y entren, dejando entrar con ellos la pena y la angustia.

Desde ahí no recuerdo nada más de aquel día, sólo una puerta cerrada, que la profesora nos comunicó la triste noticia del fallecimiento de la madre de Isabel y que una sensación de silencio y vacío lo invadió todo. Al día siguiente todos quisimos estar con nuestra compañera y fuimos a la misa. Yo me quede fuera con mis dos compañeros, Diego, ahora todo un director y cineasta y Rubén, desde hace tiempo jugador profesional de fútbol. Recuerdo las lágrimas de Rubén, al que nunca había visto llorar, el dolor de todos los que había alrededor, y recuerdo mis propias lágrimas de desesperación. Allí estuvimos hasta que vimos a Isabel montar en un coche camino del cementerio.

Y allí mismo, en la iglesia redonda frente al colegio, me juré que jamás iría a una misa de entierro, aquella sensación desgarradora del alma por una pérdida no me gustaba, dolía demasiado. Pude cumplirlo y así lo hice, nunca fui al entierro de mis dos tios ni de mi amiga.

Y esta promesa quedó rota en el momento en que Yoko dio su último suspiro con mi mano en su costado. A pesar de sentir el dolor más desgarrador de toda mi vida, aprendí a afrontar la pérdida, aprendí a dar el último adios a mis seres queridos.

Hoy esta entrada de repente cobraba su sentido y volvía a cerrarse una nueva puerta, aunque de otra forma diferente, como si todo volviese a suceder de nuevo en un círculo ininterrumpido. Porque no deja de ser la vida sino ese ciclo sin fin.