De la semilla a la flor

Los que habeis seguido el blog, sabeis que desde hace unos meses estuve cultivando un brote del alba, vamos, unas petunias. En mi casa parece haber una terrible maldición que acaba con toda forma de vida que no sea animal o persona, más que nada porque la mayor parte del día da el sol de lleno y, el tiempo de primavera ha sido tan corto, que apenas sí le dio a la planta para completar su ciclo.

Desde el pasado domingo y durante siete días, decidí crear en yokoyyo.com una semana temática para mostrar definitivamente el proceso de crecimiento de la petunia, desde los preparativos hasta la flor. Entre bambalinas detrás de la cámara era un placer fotografiar con todo detalle el inicio de una nueva forma de vida, desde la tierra inerte y las semillas, el tierno brote tan indefenso, los tallos blanquecinos que empezaban a abrirse camino.

Durante unos días temí por la planta, sus tallos se volvieron rojos y los capullos en flor que estaban a punto de abrirse de repente se tornaron mustios. Justo aquella noche en que parecía no haber solución, hice un último intento dándole un empuje y regándola de noche. Fue un placer levantarse por la mañana y descubrir que la flor se había abierto por fin, de un color entre azulado y morado muy intenso, con pequeñas motitas brillantes.

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Por desgracia este sueño duró apenas unas horas. Con la caída de la noche, la flor se cerró y nunca más volvería a abrirse, a pesar de los intentos por recuperarla. Durante varios días estuve como un médico intentando reanimar a un paciente que parece perdido y finalmente no sobrevivió. Los tallos se volvieron de color oscuro y la flor cerrada se secó por completo. Una pequeña momia, un ser inerte que permanecía de pie, apoyado en la tierra en la que creció.

A través de las siguientes fotografías dejo el legado de su existencia, breve pero intensa. Porque hay pequeños detalles en la vida que no deben dejarse pasar desapercibidos.

Pulsando sobre cada una de ellas podréis ir a la entrada completa de cada etapa del proceso de crecimiento con más fotografías. Y ya aprovecho para convocaros a la siguiente semana temática, esta vez centrada en la diversión, que comienza ya mismo.

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Brote del alba

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Siempre he tenido especial admiración por ver cómo la vida se abre paso. Una simple semilla que guarda en su interior un pequeño big bang al que solo hay que poner bajo unas condiciones para que toda la información que lleva dentro comience a darle forma.

Dentro de esta lata hay semillas de brote del alba. He pasado muchos días riéndome un poco con mi sobrino, haciéndole creer que están dentro de la lata porque son plantas carnívoras y en realidad se lo ha creído.

Por muchos años que pasen, esa admiración no desaparece. Llegó el momento de plantar las semillas.

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Sergio

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La historia volvió a repetirse. Tiempo revuelto con tormentas, de nuevo me pilló en el trabajo y esa llamada inesperada de mamá: «salimos corriendo hacia Fuenlabrada que tu hermana está ingresada». Y tras algunas complicaciones sabía que tenía que ser ese día, un 11 de febrero, el número 11 otra vez, siempre.

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Me levanté antes de las seis de la mañana y cogí el primer tren que salió. Fui el primero en llegar, tras pelearme con unas calles que había recorrido previamente gracias al mapa virtual de google. Habitación 3D-25. Les desperté sin querer. Allí estaba Sergio con apenas unas horas de vida en su nueva burbuja llamada mundo, disfrutando de sus primeras horas de sueño.

Si pudiéramos revivir el momento de cada fotografía de nuestro álbum

Lo que daríamos a veces por hacer un poco de magia y poder revivir como si fuese un making of algunas de las fotografías de nuestro álbum.

Yo me trasladaría a la Talavera de la Reina antigua, al menos más antigua de la que yo conozco claro, a ese paseo en blanco y negro con el carrito donde iba mi hermana mayor, o a las ferias en las que mi padre se divertía tirando con la escopeta junto a sus amigos, cuyos hijos fueron amigos míos después, o al momento en que mis padres se hacían fotografías apoyados junto al puente de hierro que cruza el Tajo.

Reviviría aquellos momentos frente a la puerta de la casa de mi abuelo, junto a mi prima y su columpio azul, o cada cumpleaños con sus bizcochos de chocolate y un montón de gente rodeándome mientras apago las velas.

Volvería para verle a él, mi pequeña criatura, mi cincuenta por ciento, y volveríamos a realizar ese primer paseo en que era un pequeño canijo pelirrojo con las patitas delgadas, del que había que tirar para que andase porque le daba miedo.

Sin duda, volvería.

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La luz de un semáforo

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Iba absorto por la calle en mis pensamientos, a veces me dicen que voy serio, otras me llaman la atención porque no he visto a alguien conocido. La gente espera que estés con los cinco sentidos al salir fuera y que te des cuenta de todo, pero yo no me paro a mirar cada cara con la que me cruzo.

Fue al pulsar un semáforo, uno de esos momentos en que el tiempo parece detenerse, todo se vuelve más lento y te da tiempo a pensar y reflexionar como si fuesen minutos. Estaba yo solo en aquel paso de cebra, cruzando mientras los coches estaban detenidos a uno y otro lado, sobre esa pasarela intermitente de negro y blanco.

Al pulsar el semáforo quizá había cambiado el curso de la historia de todos aquellos que estaban esperando. Quizá había evitado un accidente o creado uno nuevo en algún otro lugar, quizá había evitado que alguien se conociese al cruzarse casualmente por la calle, o quizá había propiciado ese encuentro… todo en apenas unos segundos.

La vida no deja de ser un constante botón de un semáforo, en la que cualquier pequeña decisión de un desconocido puede cambiar nuestra vida, llena de causas inevitables. Puede ser un choque con otra persona y un cuaderno que cae mientras nos ayuda a recogerlo porque alguien pulsó el botón antes de tiempo y tuviésemos prisa, puede ser ese mensaje que recibimos en el móvil, que nos hace detenernos y cuando alzamos la vista vemos a la persona con la que compartiremos el resto de nuestra vida.

Una cadena de sucesos que conduce mágicamente a otros y que puede ser tan tremendamente trágica como deliciosamente maravillosa.

Un paseo por el zoo (y VI): Descubriendo otras vidas

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Estamos acostumbrados a tantas cosas y todo nos parece más de lo mismo, que cuesta creer que la propia vida no deje de sorprendernos por mucho que estemos ligados a ella. Entre una y otra fotografía han pasado apenas poco más de 3 años, Sofía ya tiene el pelo rizado, como su madre, casi su mismo carácter de cuando era pequeña y la serenidad, sabiduría y templanza de su padre.

Esta foto es especial, muy especial. Refleja su contacto con otras vidas, con otras criaturas, la imagen desprende encanto, la inocencia de un niño que con cuidado se acerca a lo desconocido, pero a la vez el sentimiento de protección que le incita a acariciar y tranquilizar.

Nunca es tarde para volver a aprender a sentir como lo hicimos, sólo hace falta encontrar la excusa perfecta para abandonarse a lo que nos hace sentir felices sin tener que abandonar la estabilidad emocional necesaria de la que somos rehenes.

Ojos en la niebla

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Un paseo por la ciudad a por las compras navideñas. Me gusta levantarme pronto para ir a los sitios, no me gustan las aglomeraciones en los centros comerciales a no ser que sea para una tarde de cine o risas con los amigos, pero para ir a por mis cosas necesito la tranquilidad de poder avanzar por los pasillos, de observar sin tener que esperar ni cometer algún empujón.

Aún las diez de la mañana y la densa niebla sigue presente. Paso frente a mi antiguo colegio y miro hacia arriba, las farolas contra la niebla parecen sacadas de un cuento, igual que los árboles que se desdibujan en el fondo de un campo cientos de metros más adelante. Si dejase volar mi imaginación, bien podría estar en uno de ellos, en Nunca Jamás por ejemplo.

Un perro negro y bajito espera paciente y en silencio mirando la puerta de un comercio, la correa roja en el suelo pillada con la puerta, en la que hay un cartel con un precio marcado a rotulador.

Allá donde mire parece ser un día especial, la niebla difumina los rostros, las formas, otorga un halo de brillo a las cosas, un filtro de photoshop natural de trecientos sesenta grados e infinito.

Puedo leer infinidad de libros sobre cómo tomar una fotografía, cuándo hacerlo, la mejor forma de hacerlo, distinguir entre retrato, paisaje o acción, imbuirme de terminología y consejos, pero si cuando miro lo que tengo enfrente no fuese capaz de ver que algo especial está sucediendo ante mis ojos y la necesidad de captarlo como un momento fugaz que jamás se volverá a repetir, si no sintiese esa sensación de que se escapa y se pierde antes de poder captar ese marco bello e invisible, no serviría de nada.

El cometa Ison contra el Sol

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Es cuanto menos una sensación extraña pero que nos ocurre a menudo, el no saber nada de la existencia de algo o de alguien, de repente se cruza en nuestras vidas diarias, saber que no volveremos a verlo nunca más y embargarte un sentimiento muy cercano al desaliento.

Esto es lo que ocurrirá con el cometa Ison, ese completo desconocido que ahora mismo se está cruzando en nuestras vidas. Viene de muy lejos, conoció el inicio del Universo, forma parte de él de forma prístina. De repente algo lo arrojó a una aventura que ha durado mucho tiempo. Hasta entonces era un congelado eterno, pero ahora juega a ese juego que es la vida y en estos momentos lucha contra el Sol.

La lucha entre la vida y la muerte. Cada minuto que pasa, cuanto más se acerca al astro, mayor es la lucha. Un núcleo helado que se va desintegrando poco a poco con el intenso calor. Así puede terminar su aventura después de miles de millones de años, convirtiéndose en una nube de polvo en el basto Universo donde nació, sin que lo hayamos podido ver nunca.

Si sobrevive y da la vuelta, nos regalará el mayor espectáculo que hayamos podido ver en el cielo, será tan brillante como la Luna, pero después de eso partirá y no volveremos a verle nunca más.

Ison no deja de ser una representación de la vida, de la muerte, del principio y el fin, de la cantidad de momentos que nos perdemos por nuestra condición. No podemos abarcarlos todos, pero sí tenemos la posibilidad de disfrutar de aquellos que el destino pone en nuestro camino.

Historia de dos almas iguales en lugares distantes

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No es algo que me suela ocurrir y cuando ha sucedido ha sido una especie de deja vu que enseguida se ha desvanecido, eso de tener un amigo, distanciarse por obligaciones de la vida y entre la nueva gente que conoces en otro lugar de repente encontrar a su alma gemela, que de pronto te encuentras escuchando sus mismas tonterías que tanta gracia te hacen, sus mismos gestos y expresiones y darte cuenta de que ese amigo no stá quizá tan lejos y un poquito de él puedas encontrarlo en otra persona en un lugar distante.

Nunca me ha ocurrido como ahora con mi amigo Javi, con sus payasadas, quizá un poco más burro al hablar, sus gustos, las bromas que solía gastarme. Apenas bastaron unas horas para encajar a la perfección el uno y el otro y todo un verano para disfrutar, uno de mis primeros amigos reales, del que me di cuenta de que me necesitaba y no era un quedar por quedar para salir a alguna parte. Tuvimos que separarnos, al igual que de otros amigos, por circunstancias del trabajo y para continuar nuestros caminos, pero ahora cada día tengo un poco de él en un compañero de trabajo.

Sus mismas tonterías, manías y bromas, las mismas expresiones y conexión o camaradería, como se quiera llamar. Es increíble descubrir en uno y otro aspectos y gustos similares, como en la última foto que mi amigo Javi compartió, con una recreativa en su habitación cuando hace poco mi compañero me enseñó su propia recreativa. Son como dos almas iguales separadas con las que el destino me ha cruzado, algo que alivia un poco la espera de poder volver a verlo, porque lo tengo más cerca que nunca. No es él, pero se le parece.

Cruce de caminos

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Todos los días hago frente a un cruce de caminos, un juego peligroso en cierto sentido, pero necesario para llegar al destino, un pequeño puzle diario en el que las piezas que juegan son peatones y coches y cuya dificultad se acrecenta en las mañanas en hora punta cuando los niños van al colegio.

Peatones que cruzan desde ambas aceras, coches que van de frente en uno y otro sentido, cuatro giros posibles. En definitiva, un puzle como esos en los que una pieza está atrapada y hay que conseguir sacarla hacia un lado moviendo todas las demás, solo que aquí todas, excepto la pieza que debe salir, están en constante movimiento.

Hace poco vi un documental en National Geographic en que se explicaba que nuestra vista posee un pequeño rango en grados en que podemos ver de forma nítida. Nos perdemos más del 90% de las cosas que suceden a nuestro alrededor. Así es, la mayor parte de lo que vemos es mediante visión periférica y la mayoría de veces nuestras acciones están basadas en lo que apreciamos mediante formas y en experiencias anteriores. Si una figura a la que no enfocamos con la vista se está moviendo en un sentido, nuestro cerebro determina la dirección en la que irá. Pequeños detalles como un intermitente en un coche nos hacen determinar que se producirá la acción que debe suceder a continuación, en este caso que gire hacia ese sentido.

Cuando uno se coloca en un cruce para intentar pasar, se pone en marcha un maravilloso entramado de mecanismos en el que la atención a las señales y nuestra visión periférica no pueden fallar y que está basado en el comportamiento que esperamos de un objeto inanimado que nos es familiar porque estamos acostumbrados a él desde que somos pequeños.

La próxima vez que te situes frente a un cruce, piensa en la cantidad de elementos que el cerebro tiene en cuenta antes de pasar. Luces intermitentes, los gestos de los conductores, la velocidad a la que va cada coche… y lo mejor es que siempre, absolutamente siempre hay un lado por el que cruzar de forma más segura que por el resto, siempre a la derecha, por si quieres ponrte las cosas más fáciles.

Un paseo por el zoo (IV): Peces

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En algún momento de la vida, una especie que vivía en los océanos se adentró hacia la tierra descubriendo un nuevo hábitat y dando lugar a nuevas especies, cuya sustancia vital era el agua de la que provenía. El organismo se adaptó para respirar el aire exterior, volviéndose tan torpe que ya le fue imposible surcar las profundidades por sí solo.

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Ahora miramos, admiramos de tú a tú a las criaturas que dejamos atrás hace millones de años, sin comunicación posible, sin contacto físico, como quien contempla un fósil perdido en algún lugar remoto y se pregunta qué ocurrió sin obtener una respuesta.

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Moda

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He visto esta imagen y me ha sido imposible evitar que el primer pensamiento que me viniese a la cabeza fuesen los Power Rangers, y después de eso, toda esa serie de películas que mi padre nos alquilaba cuando éramos pequeños cuando teníamos el vídeo Beta y después el VHS, desde King Kong pasando por Godzilla y todos sus sucedáneos, mezclando a unos y otros, a cada cual peor hecho, en películas baratillas de serie B que ahora me parecen lo peor del mundo pero que en su tiempo lograban entretenerme. No sé si eran esos efectos especiales de tres al cuarto o la idea de imaginármelos como juguetes, pero fuese como fuese, me dejaban delante de la pantalla con los ojos pegados.

Los Power Rangers y toda esta parafernalia me pillaron con la edad justa en la que uno se deja llevar por el resto de niños. Que si ahora todos vestidos de Power Ranger, tú azul, tú rosa, tú amarillo, el regalo más deseado de las ferias y sus tómbolas, los muñecos campando a sus anchas por los escaparates de las jugueterías… el caso es que echo la vista atrás y aunque sí recuerdo que me lo pasaba muy bien delante de la pantalla, nunca llegué ni a vestirme de uno de los personajes ni a tenerlos como muñecos, a pesar de que los deseaba.

El tiempo pasa y uno se pregunta, como con Médico de Familia, cómo pudo llegar a ver semejantes bazofias. El secreto está muy claro, es la moda la que nos mueve desde siempre, audiencias millonarias para series y películas que no valen tanto pero sobre las que se genera un movimiento que te lleva a rastras sin querer. Y pasa lo mismo en todos los campos, en la literatura, en la moda de vestir, en los objetos y consumibles que utilizamos y comemos todos los días. Todo es objeto de la moda y lo que se escapa de ella está destinado a un segundo plano.

Lo mejor de todo es que cualquiera de nosotros podemos imponer una moda sin o pretendiéndolo. Basta con mezclar una idea en la que crees y confías al cien por cien con un mucho de personalidad en el momento oportuno. Y el ingrediente más importante: la suerte.

Un paseo por el zoo (II): Rinocerontes, avestruces y jirafas

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En vistas de las ampollas que levanta un baño de naturaleza, lo cambio por un paseo por el zoo, aunque la moraleja es la misma, por mucho que digamos que animales y humanos hemos nacido para ser libres, en realidad hemos creado una sociedad donde la libertad es fingida y la podemos poner entre comillas, ya que somos esclavos de más cosas de las que podemos imaginar.

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Sí, los animales han nacido para sr libres como nosotros, pero en el zoo están muy bien cuidados (en los buenos zoológicos) y si nos ponemos un poco filosóficos, no dejamos de estar encerrados dentro de un planeta que es como nuestra piscina de la que no podemos salir, por muy libres que seamos y por muy grande que sea el universo.

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Un baño de naturaleza (I): Delfines

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Todos nos sentimos identificados con algún animal en concreto y en mi caso siento especial debilidad tanto por los perros como por los delfines. Por suerte con los canes la cosa es más fácil y se puede ver a uno o varios cada día paseando por la calle, pero con los delfines es otra historia, a no ser que vivas en las islas o la costa. No es mi caso, aquí en el centro de la península.

Podría haber llamado a esta serie de entradas como «un paseo por el zoo», porque al fin y al cabo es lo que es, pero como uno no siempre tiene la posibilidad de darse un paseo por la naturaleza admirando a tantas especies de animales a la vez, prefiero llamarlo un baño de naturaleza, que a todos nos hace falta de vez en cuando para escapar de la rutina de la ciudad, aunque no esté muy de acuerdo con que permanezcan en cautividad.

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Delfines. Es su movimiento armónico y lleno de belleza incomparable, su capacidad para transmitir un sentimiento de paz y confianza con solo mirarles, son como personas pero con otra forma, no pueden hablar pero comunican, creando un enlace, un vínculo persona-animal de mamífero a mamífero que sobrepasa la barrera de lo natural.

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Curro y el legado de las aves

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No hay verano que no tengamos a cargo a una mascota. Echando la vista atrás, desde el año 2008 unos peces de colores, unas tortugas, el año 2010, el mejor de todos, mi queridísimo perro Noddy y los maravillosos nueve días que me regaló entre mordiscos y muchas, muchas tonterías, después vinieron unas cobayas y este año le tocó el turno a un agapornis.

Por la parte paterna, los pájaros siempre han sido la mascota preferida, aunque parece ser que conmigo se rompió esa cadena, porque no logro encontrarle el sentido a tener a un pájaro en una jaula cantando todo el rato y volviéndote la cabeza loca, que es lo que me ha pasado con Curro, además situado al lado de mi habitación y respetando apenas las horas de sueño (y porque no escuchaba ningún ruido).

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Aunque no tengo muchas referencias más allá de lo que he visto, mi abuelo se dedicaba casi a la cría de pájaros, con discusiones con mi abuela frecuentemente debido a esta pequeña pasión que conservaba en la terraza. Tengo vagos recuerdos, de cuando los dejaba las puertas abiertas y me aseguraba que volverían para comer, y así era. De salir a saludarle siempre en el mismo lugar, dándoles de comer, observándoles. Cuando yo crecí, apenas hablábamos de ellos porque no me interesaban, pero sin duda tenía que tener grandes conocimientos, que ahora ya será imposible recuperar. El tiempo quita lo que da.

En casa, de pequeño, siempre tuvimos pájaros. Nunca les hacía caso alguno y terminé acostumbrándome a ellos. El último nos acompañó coexistiendo con Yoko (al que le decía «pipi» y se volvía loco levantándose sobre las patas traseras y mirando hacia la jaula).

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Un día me levanté y el pájaro estaba tirado en la parte baja de la jaula, inerte. Con él acabo el legado de esta mascota en la casa y comenzó el reinado de otra. Tuvo su entierro, necesario. Lo envolví con cuidado en unos trapos y junto con Yoko salimos de paseo a un pequeño camino al lado del colegio. Allí hice un pequeño hoyo con las manos, lo enterré y cubrí de tierra, haciéndole comprender mediante la palabra «pipi» que ahora allí descansaría para siempre. Para asegurarme, volví a pronunciar la palabra en casa. Yoko no se levantó sobre las patas buscando, algo había comprendido quizá.

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… y todo recto hasta el amanecer

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Siempre se empieza de la misma forma y siempre que se puede se acaba de la misma forma. Se pone el sol, la ducha te espera, un rato de relax, el único estímulo relajante de lo que te queda de noche. Crema hidratante y desodorante. Hora de ponerse guapo.

Sin pretenderlo sacas hasta tres o cuatro pantalones y camisetas. ¿Camiseta ajustadita? ¿De cuello de pico?¿Camisa? Cuesta decidirse. ¿Por qué cuesta tanto decidirse? Porque quieres estar guapo y nunca se sabe si esa noche podrás encontrar algo especial, y estar arreglado y sentirte bien ayuda mucho.

Cuando encuentras y le das el visto bueno al espejo, le guiñas un ojo y terminas lo que empezaste. Gomina y perfume. Mientras esos nervios indescriptibles van por dentro, los nervios de las ganas por comenzar ya. Dicen que la oscuridad y la noche encierran misterios. Es cierto, misterios y aventuras emocionantes.

La noche y su oscuridad encierran caminos, risas, gritos, música, besos, sexo, sonrisas. Y al final acaba todo de la misma forma, de la mejor forma. Puede que al lado de una persona que acabas de conocer o puede que con tus amigos, mientras desnudo en la cama echas un vistazo y miras a la ventana y te preguntas cómo pasó pero lo jodidamente maravilloso que fue todo o quizá por una calle dando gritos, recordando todo lo que dio de sí la fiesta junto a unos amigos que no paran de gritar y saltar mientras te diriges a la cama, todo recto, hasta el amanecer.

fotografía de cedequack (la sombra de Peter Pan)

A tale of two cities

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Hace un par de semanas me puse a ver Oblivion, la última película intepretada por Tom Cruise. Durante los primeros minutos se produjo uno de esas joyas que yo ya llamo «momento LOST», que también podría describir como «una pequeña nota de color, misterio, recuerdo, sensación o sobresalto que de repente inunda la calma y te hace entrar en un momento de exaltación y euforia». Por eso lo llamo más corto «momento LOST», ya que fue esta serie la que me hizo sentir por primera vez esa sensación maravillosa de locura transitoria frente a un televisor.

Jack, otra maravillosa coincidencia lo del nombre, Jack Harper en este caso, entra en su cabaña, en un lugar que aún permanece inalterado ante la invasión alienígena. Un lugar muy parecido a los barracones de Perdidos, otra semejanza más, ambos lugares reducto que parecen anacrónicos y desentonan en el conjunto de la historia y el paisaje global.

Jack pone su mono encima de la nevera y suelta un libro sobre la mesa, encima de otro. En ese momento paro la imagen y, después de tantas coincidencias, surge ese «momento LOST», cuando me fijo en el título del libro que hay debajo, «A tale of two cities», historia de dos ciudades, la novela que Charles Dickens publicó en 1859 y que de alguna manera viene a contar la historia de dos sociedades, de dos formas de pensamiento que crecieron apartadas y siguieron sus caminos hasta que el destino las confronta.

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Una idea que muchos cineastas y guionistas han tomado ya como universal y que en algunas obras es una auténtica delicia. Mientras que en Oblivion supone la confrontación de dos razas que crecieron en mundos diferentes, su sentido en «Perdidos», título que además se le dio al primer episodio de la tercera temporada, fue otra confrontación, la de los supervivientes del Oceanic 815 y los Otros, dos vidas que crecieron por caminos separados y que el destino termina uniendo para dar comienzo a una batalla, a una lucha por otro tipo de supervivencia.

Nuestra vida no deja de ser esa novela. Andamos, vamos y venimos, crecemos dando molde a unas ideas, a un espacio. Muchas veces no somos conscientes de que otras vidas crecen, andan, van y vienen y crean sus propios pensamientos y su propio espacio. Entonces un buen día chocas, y de ese choque nacen amores, batallas, se entremezclan las ideas y los espacios y se forma algo nuevo que andará, irá y vendrá y volverá a chocar de nuevo.

La primera vez

primera vez

Cuando somos pequeños tenemos la enorme suerte de poder sorprendernos con cada nuevo descubrimiento. La primera vez que nos lanzamos a la piscina, la primera vez que vamos a la playa, nos sumergimos en esas aguas frías y probamos su sabor salado.

La primera vez que salimos a un largo viaje, el que nos cuentan que es tan largo que nos faltaba tiempo para acopiar en una mochila montones de juegos y chucherías, para al final acabar con la cabeza dando bandazos de un lado a otro en la parte trasera del coche.

La primera vez que sentimos algo por alguien sin saber qué es y algo comienza a cambiar.De repente nuestro pensamiento queda ocupado casi por completo todas las horas del día por ese sentimiento extraño sin poder sacarlo de la cabeza.

Afortunadamente cuando crecemos, el mundo nos ofrece otras primeras veces únicas e inolvidables para poder recordar, distintas sin embargo, pero que logran unir líneas temporales con el niño que fuimos.

Y lo más maravilloso de todo es vivir esas primeras veces sin saber que están ocurriendo, hasta que no pasa el tiempo y uno se da cuenta de lo importante que fueron, hasta que no tomas conciencia de que el destino las cruzó en tu camino por una razón. Quedan entonces convertidas en leyendas, en retales de nuestras vidas, personales, intransferibles.

@ fotografía de Alchemy Photography

Todos los ramos de flores tienen una bonita o triste historia

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Desde hace ya varios meses, un ramo de flores sale al paso en el camino por el que voy. Allí está, impertérrito, viendo pasar a la gente, aguantando el calor y bajo la lluvia. Cuando sus flores se ponen mustias, al día siguiente vuelve a aparecer uno nuevo en su lugar, siempre con sus colores rosa, azul y blanco.

La primera vez que lo vi imaginé su propia historia, quizá el homenaje a alguien que sufrió un accidente, como cuando uno encuentra un ramo en un semáforo. Pero la memoria de este persiste y es incansable. Hace un par de días descubrí quién se encargaba de sustituirlo, un hombre robusto, pasando la cuarentena, quizá padre, quizá tenga que ver con el accidente entre una moto y una niña pequeña a pocos metros de allí que se produjo casi al mismo tiempo que aquel ramo hizo acto de presencia.

Detrás de cada ramo siempre hay una historia, a veces bonita y con final feliz, de amor, de sorpresa y besos, de una nariz que huele los pétalos y una cara que dibuja una sonrisa. Otras veces su motivo es distinto y el ramo de flores viene a ser la propia sonrisa de alguien en la tierra que regala un beso eterno al cielo.

Evolución

evolucion

Dos horas al día andando y aún así quedan energías para un último esfuerzo al llegar del trabajo. Con el calor pegando fuerte a más de cuarenta grados, el sudor en la frente comienza a resbalar y ni las cejas pueden ya contener el goteo incesante, llegando hasta los ojos y lo que escuece cuando esto pasa.

Las cejas que protegen del sudor para que esto no ocurra, las pestañas que protegen a los ojos, actuando como una pequeña tela de araña que detecta posibles objetos extraños obligando al párpado a cerrarse, el pelo que trata de proteger del frío…

Me pregunto si en algún momento el ser humano se ha dado cuenta de su evolución a lo largo de los siglos, si fueron conscientes de que les estaban saliendo cejas, de que sus manos se hacían retráctiles para atrapar objetos y manejar herramientas más complejas, de que su cuerpo se despejaba de pelo a medida que utilizaban ropajes para cubrirse.

Cada cambio en el ser humano en su evolución es tan pequeño y tan lento que, al producirse durante centenares de generaciones, cuando al final alcanza su volución máxima termina siendo algo natural. Me pregunto si con el uso de pantallas táctiles, de ordenadores y con el mundo rodando a un ritmo tan endiabladamente rápido, no se sté produciendo en cada uno de nosotros un cambio sin que lo estemos notando, hasta que dentro de unos cuantos siglos llegue alguien que se pregunte si fuimos conscientes, tal y como yo estoy haciendo en este momento.

y volver

setter

El tiempo me enseñó a aceptar la muerte. Me enseñó a poder revivir los mejores momentos con una sonrisa en la cara en lugar de con lágrimas, a mirar cara a cara a los últimos momentos sin sentir un nudo en la garganta. Pero al tiempo se le olvidó avisarme de algo más.

Ayer en el parque vi aquella figura tan reconocible, pelos de color pelirrojo, andares de cazador, cazadora en este caso y no pude resistir ir hacia ella. Además de a Yoko, sólo he visto en mi vida a tres setter irlandés, pero lo que hace especial esta circunstancia es que nunca había visto uno desde que él murió.

Me acerqué y empecé a acariciar ese pelo tan suave, el mismo que acaricié durante años, cada mañana, cada noche, cuando entre risas o entre sollozos ponía su cara delante de la mía intentando participar en todo, lo bueno y lo malo. Mientras le acariciaba, hizo esa postura, apoyando su lomo contra mis piernas, como hacía él. Todo era igual, como volver.

Me hubiera quedado así eternamente. Fue unos segundos después de dejarle cuando entendí que el tiempo no me había enseñado aún a aceptar la gran necesidad de tenerle a mi lado de nuevo… y volver.

Volver

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Cuando miro algunos años atrás en el tiempo y recuerdo lo que era sentirse feliz, cuando nos reencontramos y probamos de aquella mezcla explosiva que se creó mágicamente, cuando siento lo que sentía, cuando veo sus sonrisas, cuando disfruto de nuevo de sus bromas y de su compañía, el tiempo de nuevo regresa donde debiera estar y cuando se esfuma, me invade una profunda sensación de desasosiego.

Me pregunto qué estoy haciendo con los mejores años de mi vida, en una ciudad que para mí es como una cárcel, y no hablo de fronteras físicas con rejas, sino de una cárcel de sentimientos, sin poder disfrutar de los amigos que están a cientos de kilómetros.

Ya hace un año que planeé volver a retorcer mi vida, no obstante ya lo hace sola cada cierto número de años de una forma incomprensible y me cambia por completo. Ahora sólo queda definir de nuevo el cuento para que de alguna forma pueda continuar con ese final feliz y eterno que no acabe nunca, para poder sentir que no estoy dsperdiciando ni un solo momento de mi vida.

Calles desiertas bajo el sol del verano

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La ciudad desierta, con sus calles vacías, el asfalto suplicante y una sombra acuciada por el tiempo. Y desde la sombra se escucha el sonido de algún motor, de las ruedas castigando la superficie, el sonido de una voz que sale de alguna terraza regañando a un niño que llora, risas en la otra calle y pisadas de chanclas sobre el suelo.

De vez en cuando una brisa se digna a darme un poco de aire, mientras un coche pasa por delante con las ventanas abiertas, risas y voces que intentan entonar la canción que llevan puesta a todo trapo.

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Ruido de llaves abriendo una puerta, alguien que está fregando los platos de después de la comida y su tintineo al soltarlos llega hasta mis lejanos oídos. Mis ojos empiezan a cerrarse con esta armonía de sonidos, dibujándome una sonrisa mientras los párpados pesan como piedras y en un leve intento por mantenerlos abiertos, el cansancio puede más. Me sumerjo en uno de los mayores placeres de la vida.

El tiempo es un río

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El tiempo es un río, que nace de la casualidad en alguna parte, que crece, que fluye entre rocas y juncos. El tiempo es un río que se desboca, que se concentra, que explota, que se bifurca. El tiempo es un río que crea otros tiempos, que sigue abriéndose camino hasta el fin de sus días.

El tiempo es un río, que envuelve y que guía, a través de senderos, de caminos inoportunos. Todo se puede hacer con el tiempo, excepto una cosa, que su corriente cambie de sentido.

fotografía de koppdelaney

Sentir mariposas

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Sentir mariposas en el estómago, estar enamorado, enamorado pero ¿de qué?

De un flechazo, al cruzar una esquina y ver a una persona que te atrae físicamente, fijarte en sus ojos, en su pelo, tantos deseos juntos que terminas por sentir ese cosquilleo de ilusión en el estómago, como si pequeñas mariposas revoloteasen ahí dentro.

De un amigo, de tus amigos, de los que disfrutas su compañía y sabes que cosas grandes van a suceder. Su sola presencia significa lo que tú deseas, fiesta, diversión, un buen rato de risas olvidando todo lo demás. Su sola presencia consigue despertar a las pequeñas mariposas que encierra tu interior.

De una canción. De esa melodía, ese pequeño trozo en que el ritmo cambia, esa frase y esa voz que tanto te gustan. De repente es como si viajases en una montaña rusa de emociones y sentimientos, como si te inyectasen adrenalina por las venas, te apetece respirar hondo y comerte el mundo, las mariposas estallando de alegría inmensa.

Sentir mariposas en el estómago, estar enamorado, enamorado pero ¿de qué?

Pothound

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Un día cualquiera, se pasea por las calles de su tierra, sorteando peligros, entre risas y gritos, de aquellos con los que se cruza. Una vida a la deriva, que va y viene y se dedica a sentir el momento presente, sin el pasado que queda atrás, sin el futuro que lo llevará a cualquier parte, otro día cualquiera.

we are capable

creacion 1

Hemos nacido para aprender, para dejarnos ilusionar, para ver y querer, para una vez aprendido, intentar llegar más allá, aun sabiendo que estaremos dedicando toda una vida entera a una pequeña e insignificante parte de toda la existencia. Un intento que nace de una obsesión, de la necesidad o de la más pura casualidad inevitable.

Sólo alcanzado el grado de perfección extrema en nuestro empeño, nuestro cuerpo descansa en una paz imposible de describir, lo más cerca que el ser humano puede mirar a los ojos de la naturaleza en igualdad y decirle «estoy aquí».

creacion 2

Los 80

cumpleaños

La maravillosa etapa de los años que cambiaron por completo nuestras vidas me pilló cuando apenas podía mantenerme en pie. Es por eso que la recuerdo como si de un álbum de fotografías se tratase. En mi cabeza se agolpan olores, sabores, sentimientos, todos viajando por el tiempo, momentos intensos que nunca jamás podré olvidar.

Mientras el mundo adulto se rehacía y de la necesidad surgieron nuevas ideas que nos cambiarían para siempre y que aún hoy persisten y se mejoran, yo me limitaba a vivir, ajeno a todo, pero dentro de ese mundo en constante movimiento. Crecí con las canicas y las chapas y un pedazo de tierra para jugar, con el Cola Cao en polvo, las galletas Tosta Rica, Mecano, las canciones del verano, el cubo de Rubik, los juegos de dados y aventuras desmontables, los juegos de MB, el boom de las maquinitas de game watch y sus imitaciones, el tetris, la game boy, mi primer PC MSX y el de mi prima, un Spectrum, el come cocos, los marcianitos, el walkman, el loro que te llevabas a todas parte y ponías a todo volúmen para que los demás escuchasen la música que te gustaba y fardar, los Pitufos, Ferdy, los Fraggle, Barrio Sésamo, Los Aurones y el simpático poti poti, Falcon Crest y la Ángela Chaning, las telenovelas, Candy Candy y la llegada de los animes con las televisiones privadas, Los Mundos de Yupi, Cajón Desastre, La Rosa Amarilla y esas mañanas de sábado madrugando mientras los demás dormían… y tantas y tantas cosas nuevas. Los bicivoladores, los Goonies, Roger Rabbit, las pelis de cine de sábado tarde donde podías llevarte tus chuches, esas que comprabas en la tienda de al lado. E.T. y lo que todavía hoy me hace sentir porque su mensaje es inmortal.

Mis primeros cumpleaños y lo que deseaba que llegasen acompañados con gusanitos que mi madre compraba. Me cogía la bolsa y no paraba de comerlos, y si eso de vez en cuando le daba uno a alguno de los invitados a la fiesta. El resto de cumpleaños rodeado de primos y amigos. El día que el 23-F me pilló en la calle jugando con mi camión, la caída del muro de Berlín que era tan comentado en la escuela al día siguiente como lo fue en los 00’s la expulsión de Maria José Galera.

Mis primeras vacaciones en la playa, nuestros fines de semana en un lugar al que ya no sabría ni cómo llegar, entre juncos, una auténtica aventura cada sábado, decorando una casa derruída con pegatinas de la Teleindiscreta y dándole algo de aire tecnológico gracias a los experimentos que hacíamos en la escuela. La primera vez que pisé el Club Social Los Alcores aquel mágico viernes a pocos días de acabar las clases y todo lo que viviría allí dentro, la primera vez que me enamoré.

Los 80 fueron una época maravillosa, increíble, indescriptible, inabarcable. Todo lo que sucedió entre sus barreras temporales es lo que hoy soy. Cada recuerdo, cada fotografía, no hacen sino sacarme una sonrisa y una ilusión, porque detrás de cada una se esconde un momento irrepetible.