21 años

Hoy me he levantado tarde, remoloneando en la cama antes de poner los pies en el suelo. He desayunado tranquilamente y al cruzar la cocina he sentido una sensación de vacío que ya sé que nunca nadie podrá llenar nunca. Fui ingenuo cuando le tuve por fin conmigo, pensaba entonces que estaríamos juntos al menos un cuarto de siglo, pero nuestra ilusión se quedó en poco más de la mitad de tiempo. Hubiera cumplido hoy 21 años.

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No nos conocimos al uso, no recuerdo qué estaba haciendo yo tal día como hoy cuando él nació, sólo sé que gracias a que dos días más tarde me levanté antes de lo normal y desayuné tranquilamente viendo la televisión antes de ir al instituto, nuestros destinos se cruzaron a través de una pantalla. Es natural cabrearse cuando no salen las cosas como uno quiere, cuando un suceso se topa en tu camino por haber elegido ese día ir por otro sitio o cuando lo eludes y das gracias por no haber estado allí en ese momento, tantísimas cosas que pasan a diario y que son causa de nuestras decisiones combinadas con las de los demás y la propia naturaleza, que es infinito. Yo aprendí aquel día que todo ocurre por algún motivo, y que dentro de ese infinito de posibilidades, hubo, hay y habrá buenas y malas por siempre, porque son… las cosas que pasan.

Todo lo que ocurrió después fue una maravillosa locura que no cambiaría por nada del mundo y que repetiría una y otra vez si pudiera echar el tiempo atrás. En todo este tiempo que ha pasado, nuevas vidas han llegado a la familia. Hace poco me sentaba con mi sobrina Sofía aprovechando que se quedó unos días en casa, para mostrarle las fotografías. Nunca llegó a conocerle y le hablé de él, de cómo sus primos le daban de comer yogur cuando se lo acababan. Se quedó mirando fija las fotos, como pensativa. Yo también pensé cómo sería si aún viviese.

Te quiero, mi cincuenta por ciento.

La vida no es como tú esperas…

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Pierdes un montón de tiempo pensando en cómo será tu vida.

El caso es que no lo sabrás hasta el día en que abras los ojos y veas. Que si te relajas y aceptas lo inesperado, tal vez encuentres algo más hermoso de lo que podías haberte imaginado.

La vida no es como tú esperas… es aún mejor.

(A la memoria de Yoko 15 oct 1993 – 8 dic 2006, por el día en que me levanté sin esperar nada, me relajé, abrí los ojos y le vi, por regalarme ese tiempo inesperado con el que nunca conté)

20 años

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Hoy nacías tú. En algún lugar del mundo, mientras yo continuaba mi vida sin saber de ti, tú nacías y abrías por primera vez tus pequeños ojos para ver este mundo, sin saber que en pocas horas nuestros destinos se cruzarían por una extraña mezcla de casualidades, por lo inevitable.

Cuando lo tenía entre mis manos, cuando aún era lo bastante pequeño para cogerlo en el regazo y acariciarlo, siempre pensé que estaríamos juntos mucho tiempo, quizá veinticinco años. Lo acariciaba mientras dormía apacible, observando esa cara tan dulce y pelirroja, su perfecta narizota negra y redondeada, sus orejas suaves, le molestaba un poco viendo cómo se revolvía cuando le hacía cosquillas en los tres pelos del bigote que le sobresalían del morro y no me resistía a darle unos besos grandotes, pensando todo lo que nos quedaba por disfrutar y por vivir.

Aunque cuando nació aún no sabíamos el uno del otro, nos conocimos un 16 de octubre de 1993, bueno, más bien yo lo conocí a él. Papá y mamá habían viajado a Córdoba y estaba solo en casa con mi hermana mayor. Esa mañana hice algo inusual porque me levanté antes de lo previsto, simplemente me desperté antes, no sé por qué. No era consciente de que ese pqueño descontrol me cambiaría la vida. Normalmente solía levantarme con la hora pegada, el tiempo justo para prepararme el desayuno, arreglarme y salir pitando al instituto. Pero aquella vez fue distinto, me lo tomé con calma, me preparé un desayuno más completo, y en lugar de desayunar de pie como siempre, me senté tranquilamente en la mesa de la habitación para beber el cola cao con leche y unos cereales.

Sólo iba a desayunar, pero como había tiempo por delante decidí poner la tele. Podía haberme levantado más tarde haciendo el remolón en la cama, haber desayunado sin más, podía haber puesto el televisor en cualquier cadena, incluso unos minutos más tarde y entonces todo en mi vida habría tomado otro rumbo, pero ocurrió como debía ocurrir. Estaban terminando los dibujos animados de Telecinco en «Desayuna con alegría», presentado por Sofía Mazagatos entonces y acto seguido salió una camada de once cachorros pelirrojos, todos en una cesta, recién nacidos el día anterior. Junto a Juan Luis Malpartida, el criador (más conocido también por llevar los animales de El Gran Juego de la Oca de Emilio Aragón en Antena 3), estaba Sofía Mazagatos. De esa camada, cada uno de los perritos iba a quedarse en alguna casa, dos para Sofía, uno para Patricia Pérez, otros para presentadores y presentadoras de la cadena y dos de ellos iban a ser para dos niños, los que estábamos al otro lado de la pantalla. Para ello había que escribir una carta de por qué queríamos tener un perro. No había sorteo de por medio, nada de suerte, aquí jugaba el sentimiento.

No tenía ni idea de que un mes más tarde uno de esos niños era yo. Redacté la carta y la finalicé al llegar del instituto. Una vez redactada contando todas las ganas que tenía de tener un perro, le dije a mi hermana lo que iba a hacer y la dejé en el buzón de correos más cercano. Más tarde Pilar Soto, redactora que la eligió, me contó que se había emocionado mucho al leer la carta y que estaba en los archivos de la cadena, yo desgraciadamente no tengo ninguna copia, aunque me encantaría e intentaré ver si es posible rescatarla de alguna forma, sabr el sentimiento que escribí aquel día y que me llevó a él.

Con tantos niños escribiendo para un programa tan popular, casi lo di todo por perdido desde el momento en que inserté la carta en el buzón, pero allá iba. Las semanas pasaron y un día llegó un aviso de telegrama. En ese momento nada se me pasó por la cabeza, sólo sé que recuerdo ir a la oficina de correos cuando caía la noche, cruzando la calle San Francisco, pasando por debajo de una escalera (no me olvidaré de este detalle), llegar a la oficina, recoger el telegrama y prometerme no leerlo hasta llegar a casa. Quizá era de alguno de los amigos o amigas con los que me carteaba por entonces.

Me pudieron la ganas, lo hice en el ascensor. Cogí el sobre y lo abrí leyendo sus primeras palabras: «Enhorabuena, has ganado el perro…». Me había hecho tan a la idea de la imposibilidad de que alguien me diese un regalo tan querido que lo había olvidado, incluso durante unos segundos me extrañé y no supe a qué se refería. Los 32 segundos en el ascensor dieron para abrir el telegrama, leerlo, extrañarme y comprender que se refería a aquel día en que escribí. También me dio tiempo a saltar de alegría, recuerdo la sensación como si estuviera allí dentro de nuevo, a salir disparado, llegar a casa y gritar por todas partes localizando a mi madre para decirle que me habían dado al perro.

Otro error de cálculo. El día que envié la carta, la única que sabía el secreto era mi hermana, así que las caras de mis padres eran un poema ya que no entendían nada. Con tranquilidad les expliqué todo y un poco reticentes ya que nunca habían querido que tuviésemos un perro en casa a pesar de llevar varios años insistiendo, no les quedó más remedio que aceptarlo.

En el telegrama me venía un telefono para llamar pero aunque lo hice, ya era demasiado tarde aquel día, tuve que esperar al día siguiente para contarcar con la redactora. Resultó que al escribir la carta, no indiqué ningún número de teléfono, además de casi ningún dato para contactar conmigo, lo que hizo que Pilar Soto tuviera que buscarse la vida para encontrar la dirección de alguna forma hasta dar conmigo. También tenía una mala noticia, y es que la entrega del perro se retrasaría hasta enero, debido a que la niña a la que le habían dado el otro tenía unos problemas personales. Pilar me prometió que los perros estarían muy bien acompañados, correteando entre la redacción y los presentadores de la cadena hasta que pudiésemos grabar el programa.

Sí, había que ir a Telecinco para grabar la entrega. Ocurrió a mediados de enero de 1994, una redactora nos llevó en coche directamente hasta los estudios por los que recorrimos sus pasillos, en los que muchos actores y presentadores se me quedaron mirando confundiéndome con uno de los personajes de Médico de Familia (Iván Santos, que hacía el papel de Alberto), hasta llegar, atravesando el comedor, hasta la zona exterior donde estaba situado el plató de «Desayuna con Alegría».

Nada más entrar y esperar un rato a que estuvise la otra chica, Sofía Mazagatos vino directa a saludarnos y a coger con cariño a los dos perritos que acababan de llevar a la entrada para que eligiésemos. Había una perrita y había un perrito. No sé muy bien cómo sucedió, miré a uno y a otro y sólo sé que en la cara de él había algo que me enternecía, así que lo cogí.

Prepararon nuestros micrófonos e hiceron algunas pruebas de sonido. Tenía a mi lado a Sofía Mazagatos, que me decía más o menos lo que iba a preguntarme además de contarme que ella se había quedado con dos y alguna que otra historia antes de empezar. Yo no dejaba de acariciar el pelo suave y rojizo de ese cachorro que se acurrucaba en mis piernas. Fue el día en que Yoko y yo nos conocimos por fin. Y así ocurrió…

Curro y el legado de las aves

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No hay verano que no tengamos a cargo a una mascota. Echando la vista atrás, desde el año 2008 unos peces de colores, unas tortugas, el año 2010, el mejor de todos, mi queridísimo perro Noddy y los maravillosos nueve días que me regaló entre mordiscos y muchas, muchas tonterías, después vinieron unas cobayas y este año le tocó el turno a un agapornis.

Por la parte paterna, los pájaros siempre han sido la mascota preferida, aunque parece ser que conmigo se rompió esa cadena, porque no logro encontrarle el sentido a tener a un pájaro en una jaula cantando todo el rato y volviéndote la cabeza loca, que es lo que me ha pasado con Curro, además situado al lado de mi habitación y respetando apenas las horas de sueño (y porque no escuchaba ningún ruido).

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Aunque no tengo muchas referencias más allá de lo que he visto, mi abuelo se dedicaba casi a la cría de pájaros, con discusiones con mi abuela frecuentemente debido a esta pequeña pasión que conservaba en la terraza. Tengo vagos recuerdos, de cuando los dejaba las puertas abiertas y me aseguraba que volverían para comer, y así era. De salir a saludarle siempre en el mismo lugar, dándoles de comer, observándoles. Cuando yo crecí, apenas hablábamos de ellos porque no me interesaban, pero sin duda tenía que tener grandes conocimientos, que ahora ya será imposible recuperar. El tiempo quita lo que da.

En casa, de pequeño, siempre tuvimos pájaros. Nunca les hacía caso alguno y terminé acostumbrándome a ellos. El último nos acompañó coexistiendo con Yoko (al que le decía «pipi» y se volvía loco levantándose sobre las patas traseras y mirando hacia la jaula).

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Un día me levanté y el pájaro estaba tirado en la parte baja de la jaula, inerte. Con él acabo el legado de esta mascota en la casa y comenzó el reinado de otra. Tuvo su entierro, necesario. Lo envolví con cuidado en unos trapos y junto con Yoko salimos de paseo a un pequeño camino al lado del colegio. Allí hice un pequeño hoyo con las manos, lo enterré y cubrí de tierra, haciéndole comprender mediante la palabra «pipi» que ahora allí descansaría para siempre. Para asegurarme, volví a pronunciar la palabra en casa. Yoko no se levantó sobre las patas buscando, algo había comprendido quizá.

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y volver

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El tiempo me enseñó a aceptar la muerte. Me enseñó a poder revivir los mejores momentos con una sonrisa en la cara en lugar de con lágrimas, a mirar cara a cara a los últimos momentos sin sentir un nudo en la garganta. Pero al tiempo se le olvidó avisarme de algo más.

Ayer en el parque vi aquella figura tan reconocible, pelos de color pelirrojo, andares de cazador, cazadora en este caso y no pude resistir ir hacia ella. Además de a Yoko, sólo he visto en mi vida a tres setter irlandés, pero lo que hace especial esta circunstancia es que nunca había visto uno desde que él murió.

Me acerqué y empecé a acariciar ese pelo tan suave, el mismo que acaricié durante años, cada mañana, cada noche, cuando entre risas o entre sollozos ponía su cara delante de la mía intentando participar en todo, lo bueno y lo malo. Mientras le acariciaba, hizo esa postura, apoyando su lomo contra mis piernas, como hacía él. Todo era igual, como volver.

Me hubiera quedado así eternamente. Fue unos segundos después de dejarle cuando entendí que el tiempo no me había enseñado aún a aceptar la gran necesidad de tenerle a mi lado de nuevo… y volver.

Pothound

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Un día cualquiera, se pasea por las calles de su tierra, sorteando peligros, entre risas y gritos, de aquellos con los que se cruza. Una vida a la deriva, que va y viene y se dedica a sentir el momento presente, sin el pasado que queda atrás, sin el futuro que lo llevará a cualquier parte, otro día cualquiera.

Palitos de merluza

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De nuevo anoche se coló en mis sueños, mi cincuenta por ciento. Pasó por allí y se comportó como siempre, como si hubiéramos estado juntos todo este tiempo de ausencia. Estaba a mi lado dando vueltas y moviendo la cola, esperando mientras escuchaba cómo sacaba su comida y se la echaba en el plato.

En un movimiento imposible, se metió en el plato de comida, donde le mezclé su comida con algunos palitos de merluza. Estaba contento y eso me sirvió, desperté y le dejé allí comiendo, en mis sueños.

Mi otro cincuenta por ciento

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Éramos él y yo y cada uno a su vez la sombra del otro, durante más de trece años moviéndonos a la vez, mi nombre no existía sin el suyo ni el suyo sin el mío y un día me quedé sin sombra.

El pequeño ser de pelo rojizo y orejas largas que se movía al lado de mis pies, burro como él solo, amante de las causas imposibles. No puedo evitar recordar el hoy de hace doce años, cuando los dos nos quedamos dormidos en el sofá y despertando en el amanecer de un nuevo siglo o ese día de enero de la mayor nevada en la ciudad y su cara al ver todo el paisaje blanco, un paseo inolvidable de nuestra corta pero intensa historia.

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Mi cincuenta por ciento está aquí, mi otro cincuenta por ciento se encuentra dividido, entre los paisajes que recorrieron sus pies, en los yogures que se acaban con el sonido característico de la cuchara, en el tintineo de una correa, en la manta que cubre mi cama, en el recorte del mueble de la cocina a cuyo pie descansaban su agua y su comida.

Un día me di cuenta de que las cosas no son eternas y me arrepentí el no haberlas aprovechado más cuando vivían, aún si lo hice, porque nunca parece suficiente cuando el tiempo se acaba.

19 años

Muchas veces lo hice para esperar de él una reacción, la que esperaba. Con las manos me tapaba la cara y fingía sollozos y lloros y dejaba caer la cabeza hacia abajo. Era instantáneo, ya podía estar tranquilamente relajado en el suelo o en la otra punta de la casa, enseguida se acercaba nervioso y metía los morros entre las dos manos, intentando encontrar un hueco entre ellas mientras lamía y gruñía por el hecho de no poder ver el rostro ni saber qué pasaba.

Otras veces no fingía, era algo real, momentos duros en que se acercaba y, a su forma, sin manos para borrar las lágrimas, sin brazos para abrazar, me consolaba, participando de ese momento, mi pequeña mitad.

Daría todo lo que tengo sólo por unos minutos de nuevo, por sentir ese suave pelo rojizo, por acariciarle detrás de las orejas, por dejar de ser como sombras perdidas en el tiempo, por dar un nuevo paseo bajo el sol.

Despierta

La vida nos sumerge en un estado de letargo, dentro de la rutina, donde todo sigue igual, donde los sueños permanecen dormidos y una extraña red mágica los contiene en un lugar muy profundo, debajo de las piedras de una habitación encantada.

Pero nada, absolutamente nada permanece dormido para siempre, puede tardar más o menos tiempo en removerse el mundo, el tambalearse los cimientos. Puede ser una palabra, puede ser un recuerdo, puede ser una imagen. De repente el sueño dormido emerge a la superficie y uno está llamado a cumplirlo, como está escrito en su destino.

Esperando que llegues a casa

Te apoderas de mi espacio y de mi vida, aunque desde un principio quiera mantener las distancias y hacer de nuestra relación lo que somos por naturaleza, con el paso del tiempo las diferencias se van haciendo más estrechas, diminutas, hasta volverse inexistentes. Después de pasar por el común proceso del «esto no» y «aquí no», llegamos al punto en que todo lo tuyo es mío, en que no existe un momento en que no estés a mi lado y en que los breves momentos en que no es así, los demás me preguntan por tu ausencia, porque somos uno.

Por eso cuando te vas me queda el cincuenta por ciento, porque los paseos los cambié por prisas, porque las caricias las sentí por las ganas de acariciar, porque tras cada yogur medio acabado miro el fondo, recordando que alguien se acercaba a terminarlo cuando escuchaba el rápido golpeteo de la cuchara.

Deberías ser tú el que estés esperando cómodamente en casa esperando a que llegue y entre por la puerta, atento a cada sonido, mis pasos, mi voz, pero la historia cambió y ahora soy yo el que cada día añoro que regrese lo que se perdió y apenas he de conformarme con sueños.

Llega el verano y llegan los abandonos de animales… otra vez

Que llegué a saltar una muralla, meterme entre zarzas y arriesgarme a todo por rescatar a un perro a las tantas de la madrugada es algo que ya contaré algún día. Como todo en la vida, parece que las cosas se rigen por polos opuestos, unos abandonan y otros rescatan. De nuevo se va acercando el verano y a algunos parece que les pesa más una semana en la playa y unas copitas que tantos años junto a su mascota.

Al menos el caso con el que me he encontrado hoy demuestra que, el/la que se haya ido de vacaciones, al menos ha tenido remordimiento de conciencia. Eran apenas las 7:30 de la mañana cuando en una plaza conocida de la ciudad, según me acercaba para torcer la esquina de un colegio, me encontraba a un perro (por la expresión de su cara parecía más bien hembra) que tendría uno o dos años como mucho, de unos 30 kilos de peso, bastante grande, atado con cadenas a la barandilla y muy cerca un cubo de agua que, a juzgar por la cantidad que quedaba, ya llebava un tiempecito allí, lo que daba una ligera idea de que el/la cobarde lo dejó abandonado de madrugada, cuando nadie miraba.

Al menos le dejaron con algo puesto, aunque con pasaporte a una perrera que con los tiempos que corren, probablemente será el último lugar que vea en vida.

Y uno se pone a imaginar, a intentar ponerse en la mente de esas personas. ¿Realmente estarán siendo felices en el día de hoy y los que vengan? ¿No les perseguirá el remordimiento hasta el resto de los días? Aunque bien pensado, a lo mejor esto lo imagino yo y todos los que vemos en este un acto repudiable y realmente haya gente que no tenga ni una pizca de eso que llamamos remordimiento ni sentido de la responsabilidad. Debe ser como la vergüenza, que algunos la tienen y otros no.

A la vuelta ya tenía todo pensado, no era cuestión de llamar enseguida y menos cuando andaba pillado de tiempo, tenía al menos bebida para aguantar varias horas y a la sombra, pero al regresar ya no estaba. No quiero pensar las horas que habrá pasado en la madrugada, al ver amanecer y comprobar dentro de sus posibilidades, que aquellos con los que jugaba ya se habían marchado para siempre, buscando en cara transeunte una mirada cómplice y una caricia mediante ladridos y gruñidos como los que me profería al pasar mientras movía la cola alegremente.

El tiempo pasará para él o ella y olvidará. Sólo espero que tenga ese tiempo para hacerlo.

La Eurocopa de la vergüenza, miles de perros por dinero

Parece como si el mundo se hubiera vuelto loco de repente, como si los dirigentes de todos y cada uno de los países que conforman el planeta no tuvieran ya ni escrúpulos ni nada que se le parezca. Mientras en el nuestro terminarán recortándonos hasta el pelo (pagando por adelantado, claro) y el presidente se esconde para no dar la cara, en otros países como Ucrania se exterminan perros como si se hiciesen panes.

Muchas han sido las denuncias, imágenes y noticias que han salpicado y sumergido en la más absoluta vergüenza a Ucrania, uno de los países que recoge la Eurocopa de este año 2012. Ante un acontecimiento de estas características bien es sabido que la imagen que debe ofrecer o quiere ofrecer un país al resto del mundo es la de limpieza absoluta, una soberana gilipollez teniendo en cuenta que cada país es conocido por ciertas cosas que por mucho que intente meter bajo la alfombra, nunca se irán.

En lugar de atajar el problema y ponerle una solución a la enorme cantidad de perros callejeros que históricamente pasean por sus calles medio muertos de hambre, la decisión ha sido cruda, cruenta y desgraciada, poner fin a la vida de miles de perros exterminándoles, envenenándoles y quién sabe cuántas cosas más. Las sociedades protectoras al conocer la situación enseguida se echaron a la calle para intentar poner una solución más coherente y con tiempo, esterilizar a los animales para evitar su proliferación y que mueran de inanición. Aún así no han conseguido su objetivo y por desgracia estos días ver imágenes y vídeos de perros apilados y encerrados para acabar con sus vidas han sido comunes y vomitivas.

Al margen de echar la culpa a patrocinadores e incluso a los organizadores del evento, lo cual está fuera de contexto ya que no tienen nada que ver con esta situación (y esto va para los que aprovechan cualquier cosa para echar el muerto a quien no lo merece), la principal culpa recae en aquellos quetoman este tipo de decisiones, desde los hijos de puta que dejan abandonados a los animales, hasta los desgraciados de los presidentes de gobierno o lo que quiera que sean, que demuestran tener en el ojo un puto dólar por insignia, en lugar de preocuparse por los derechos, ya sean humanos o animales, de la vida en sí.

Perdidos en La Cúpula. Horace y Vincent

Dentro de pocos meses hará 2 años que ‘Perdidos’ nos abandonó para siempre, dejando tras de sí una estela de misterios, personajes e historias que bien podrían formar un universo aparte por sí solas. También dejó una legión de fans y seguidores, muchos de los cuales ahora son los que comienzan a tomar las riendas de nuevas series (incluso alguna vocación como guionista o director ha despertado y reconducido)  y en las que en cierta forma dejan esa pequeña píldora, esa imagen, esa frase de alguno de sus personajes que hace mención a esta magnífica obra televisiva.

Pero no son los únicos que le hacen mención. Hoy leía con sorpresa (para qué negarlo, lo he releído unas cuantas veces) en ‘La Cúpula’ de Stephen King, el libro que actualmente ocupa un rato de mi ocio, en una de sus páginas, un comentario acerca de ‘Perdidos’ y que además el autor ha hilvanado concienzudamente. Se trata de un comentario acerca no de la serie en sí, sino de ‘The Hunted Ones’, a la que describe como una ingeniosa continuación de ‘Lost’, refiriéndose de esta forma a una de las series que una de las protagonistas del libro, Andrea, veía en su sofá. Pero lo curioso y llamativo es que hace mención a esto en un capítulo en el que es su perro, Horace, el protagonista del mismo, un capítulo corto en el que a través de la visión del can, se descubre un secreto. La cosa no queda ahí, ya que es en este episodio se desvela de forma anecdótica que Horace puede ver a los muertos, un detalle que nada tiene que ver con la trama, pero que no deja de ser un homenaje a ‘Perdidos’ y a Vincent. Recordemos además que en la serie había un personaje con el mismo nombre, Horace Goodspeed, matemático que perteneció a la Iniciativa Dharma.

Por cierto, como detalle más curioso aún, decir que no busquéis ‘The Hunted Ones’ por ninguna parte, al menos de momento, ya que el nombre de esta serie se lo inventó Stephen King al escribir el libro, quizá como deseo de que alguien hiciese una continuación y adelantarse al futuro.

Humanos sin querer, salvajes por instinto

Nadie nos ha preparado para observar todo lo que nos rodea preparados para encontrar irregularidades que escapen a nuestra comprensión. Damos por hecho que una persona que anda en línea recta y va a cruzar una carretera, terminará cruzándola o parando para mirar, damos por hecho que cuando un animal se asusta, echará a correr en alguna dirección.

Lo hemos aprendido por instinto, porque llevamos escrito, como si fuese un libro de instrucciones, que cuando hace frío vamos a buscar el calor, que cuando alguien llora sentiremos afecto, que las risas y los bostezos se nos contagiarán de una forma natural. Buscamos en los gestos y las acciones cosas conocidas, les damos un sentido y lo amoldamos a nuestra experiencia para que nada se desencaje dentro de nuestra vida.

Pero qué hacemos cuando algo se sale de la norma y se escapa del «lo que debería ser». Intentamos capturarlo, recordar para contarlo, los pequeños momentos que duran un instante, que por un breve espacio de tiempo confunden a esa maquinaria perfecta llamada adn y nos permiten confiar en que aún pueden suceder cosas maravillosas que no están escritas.

Mi cincuenta por ciento

Hola Yoko:

Pasa veloz el tiempo, como un tren sin destino, como el paisaje a través de sus ventanas, cambiante y sin posibilidad de retroceder para contemplar sus vistas de nuevo, pero los recuerdos viajan a nuestro lado y parecen tan sosegados al contraste con todo lo demás, ahí quietos en un rincón, como esperando una caricia que los despierte de ese estado de aletargamiento que sólo un viaje eterno ofrece.

Han pasado los años, todo ha cambiado, han ocurrido tantas cosas que no hemos podido disfrutar juntos, que nunca más podremos disfrutar juntos. Las lágrimas parecen haberme dado un respiro indefinido, quizá inmunes ante lo más doloroso ya vivido, convirtiéndose en una sonrisa de agradecimiento por tu tiempo, y han dejado lugar a los buenos recuerdos, a los momentos de risas, quizá el rumbo normal del ser humano cuando se supera una pérdida y se logra llevar la carga encima soportando mejor su peso.

Bajo del tren y llevo el equipaje conmigo, porque formaste parte de mi vida y lo sigues haciendo, porque tu nombre aún existe, aquí y en el cielo en el que estés, porque tú y yo seguiremos siempre siendo amigos, mi cincuenta por ciento.

18 años

No me he levantado tarde, pero bastante justo como para tomar una ducha, desayunar rápidamente, leer apenas 4 páginas de un libro e ir a trabajar. Qué hubiera sido de mi vida y qué sendero habría tomado de no haberme levantado tan pronto hace 18 años, si no hubiera tenido tiempo para tomar un desayuno tranquilamente en la mesa, si no me hubiera dado por poner el televisor, si tras finalizar los caballeros del zodíaco lo hubiera apagado. Demasiadas posibilidades pero una sola verdad: la realidad.

Yoko hoy hubiera cumplido 18 años, esa deseada mayoría de edad, una edad adulta en la que los sueños comienzan a cumplirse, en la que se abre un nuevo camino de posibilidades.

Siempre pensé que permanecería conmigo al menos 25 años, pero ese tiempo, ingenuo de mí, se quedó en poco más de la mitad. Probablemente ahora estaríamos haciendo lo mismo de siempre, lo que no tiene por qué cambiar si está bien. Volvería a despertarme y estaría con su cabeza cerca de la mía al primer movimiento. Me estaría esperando a que me arreglase y saliese del baño, tras beber unos sorbos de agua, impaciente por escuchar ese tintineo de la correa y volveríamos a ese recorrido de su mundo conocido. 18 años es mucho más de la mitad de mi vida, mi casicincuenta por ciento, te echo de menos.

Frágil

Cuando Yoko llegó a casa por primera vez, comenzaron los preparativos para esa noche. Preparamos una caja de cartón en la que pudiera sentirse protegido, una manta para no pasar frío y un reloj para simular latido de un corazón, para recrear el mismo escenario maternal. No teníamos ni idea de animales ni de los cuidados, lo preparamos todo rápidamente y por suerte todo salió a la perfección, poco después descubriríamos el por qué y aprenderíamos parte de los secretos de la fauna doméstica.

Aquella caja improvisada, frágil, duró apenas un par de semanas como vínculo entre la vida que llevaba hasta ahora y la que iba a vivir desde ese momento. Pronto no hizo falta una caja, ni una manta ni el sonido del tic tac de un reloj despertador, él se convertiría en el despertador de toda la familia. El vínculo ya estaba sellado.

No perder nunca la esperanza

Resulta curioso observar a un perro cuando se cierra una puerta que quiere cruzar. Da igual cuantas veces pasemos y salgamos de la habitación, el animal siempre insiste y permanece atento a cada movimiento para intentar meterse dentro, aunque sea imposible, aunque lo haya intentado días, semanas, meses sin éxito, como si nunca perdiera la esperanza.

A diferencia de nosotros que, tras insistir un poco, entendemos que no tenemos nada que hacer y nos alejamos de esa puerta, agachamos la cabeza y reconocemos que nunca nos dejarán pasar.

Qué pasa por la mente de un perro para insistir una y otra vez cuando todo lo que hace, todo lo que espera, es para nada. Y qué pasa por nuestra mente para decidir que está todo perdido.

Una manta vacía a los pies de la cama

Siempre ha estado ahí, mientras tú estabas y me la arrancabas con los dientes y la llevabas arrastrando por el pasillo, y desde hace ya cuatro años que no estás, sea invierno o verano, desde aquel día que nada más podía tapar esa respiración agitada y el llanto… qué importante es respirar, y sentirlo.

«La manta del Yoko», así quedó bautizada y así continúa, no sé si por su olor, por su textura o por lo que diablos sea, era tu preferida, la que te atraía e incluso la que conseguía cambiarte los ojos de color en ese estado de euforia que tanta gracia me hacía.

Porque fuiste importante, porque vivimos juntos sin apenas despegarnos durante más de trece inolvidables años y porque sigues siendo mi mitad, esa que volveré a recuperar algún día. Cada año que pasa me aleja de ti, pero cada año que pasa también me acerca a tu alma. Una manta vacía a los pies de la cama no es nada, pero cuando la coges y te envuelves en ella con recuerdos, lo es todo.

17 años

Hola Yoko:

Hoy hubieras cumplido 17 años y faltarían ya pocas, poquitas horas para que, casi con mi desayuno en las manos, mientras cogía asiento para comer los cereales, de refilón te viera en la tele. Nuestro primer encuentro en la distancia, que es como ahora estamos al fin y al cabo, separados por un cristal invisible. Hace 17 años ese cristal me impedía tocarte y achucharte y durante tres meses no pudimos vernos, tan solo esperar hasta que llegó el momento del encuentro, en un plató de televisión, nada común para un dueño y su mascota, porque nuestra historia no es normal.

Ahora ese cristal es invisible y la espera es eterna, sólo podemos esperar infinitamente, no puedo cogerte ni acariciarte, ni hacerte cosquillas en esas enormes orejas. De vez en cuando levanto el colchón de la cama y ahí permanece tu correa. Intento coger las cosas con tiento, para que no suene, pero no puedo evitarlo a veces, el tintineo de la cadena que tan contento te ponía, ahora me produce melancolía.

Si tu enfermedad no te hubiera rondado durante tanto tiempo, quizá ahora estaríamos los dos andando por la ciudad, por nuestros sitios favoritos, parando de vez en cuando para que descansaras y disfrutando de los últimos años juntos hasta el final.

Sé que descubriste muchas emociones y que disfrutaste plenamente, aunque me faltara tiempo y espacio para que esto ocurriese más a menudo. El día en que te dejamos suelto por primera vez entre tanta gente cerca de una orilla, no sabías distinguir entre la profundidad y seguiste corriendo hasta tener las patas totalmente sumergidas en el agua, tras lo cual te quedaste parado sin saber qué hacer. Yo me asusté y fui corriendo a por tí mojándome pantalones y zapatillas. Los dos salimos juntos de aquella anécdota y unas toallas nos estaban esperando mientras el sol caía con los últimos rayos.

Nos faltaron tantas cosas por vivir o quizá vivimos las que teníamos que sentir, es algo que nunca sabremos. Sólo quedan momentos en el recuerdo como en un álbum de fotografías, que vienen de vez en cuando para sacarme una sonrisa y para hacerme saber que aquello mereció la pena.

TQ.

Jugando con la paciencia

Como seres humanos que somos, a pesar de que cada uno tiene un aguante específico para las situaciones que lo sacan de quicio (el mío he de reconocer que está alto y depende de quien), la paciencia es una virtud que nos ha sido concedida y aunque hay quien la pierde enseguida, existe por poca que sea.

¿Tienen los animales este mismo aguante? Si probamos a atosigar durante un rato a un perro haciéndole algo que no le guste, como levantarle una pata mientras descansa o acariciarle los bigotillos del morro para que estornude, podremos observar que existe también una cierta respuesta que viene a dejarnos un margen de paciencia ante la que responden. Primero ladearán la cabeza para ver qué estás haciendo, pero si sigues molestándole, no tardará en revolverse para hincarte los dientes en la mano que causa la molestia.

El grado de paciencia se va volviendo menor a medida que el animal es más salvaje. Los animales domésticos se han acostumbrado a convivir, a fiarse de los seres humanos (en casos normales claro) y por lo tanto han aprendido a tolerar determinadas acciones, pero los animales salvajes están a la espectativa de nuestras acciones, deben proteger su territorio y para conseguirlo su principal baza es responder rápidamente sin dudar un segundo.

Trasladado al ser humano, podría ser que la gente con mayor paciencia esté mejor acostumbrada a la convivencia, tenga mayor tolerancia y un mayor conocimiento de las personalidades que les rodean. Así que quizá si ves que conoces a alguien por primera vez y en un sólo día no ha tolerado algo que hayas hecho o dicho, antipatías personales aparte, no compartas piso.

Buscando la compañía

Todos los perros y sobre todo los cachorros, enseguida responden a una llamada, un silbido, una palmada, un grito, cualquier gesto que implique un movimiento por el que se puedan sentir atraídos, como si en todo momento intentasen refugiarse en la compañía y acercarse con confianza a esa mano que se les tiende.

Noddy, ahora despierto, ahora dormido

Flashback de nuevo hacie el primer día de Noddy en casa, de visita antes de adentrarse en nuestras vidas durante aquellos inolvidables 9 días.

Quizá por el efecto de la vacuna y porque había jugado ya demasiado, lejos de la presión del más pequeño que gusta de achucharlo tan fuerte que lo asusta, Noddy se sintió protegido en los brazos de la yaya y comenzó a quedarse profunda y plácidamente dormido.

Verano días 6 al 9 – Mudanza, la despedida

Podría calificar sin miedo a estos nueve intensos días como una pequeña aventura feliz, una especie de sueño cumplido lleno de cosas importantes, recuerdos recuperados y otras de menor importancia que se vienen a sumar a una experiencia de lo más placentera en su suma.

Una noche de tormenta que se despeja y deja paso a un cálido sol de verano, nace mi sobrina Sofía en ese preciso momento en que los rayos de sol comienzan a filtrarse entre las nubes de ese sábado, al día siguiente y durante los siguientes días de nuevo viví la experiencia de tener conmigo de nuevo un perro. Se frenan esas pesadillas en las que me olvidaba de poner agua o comida a Yoko, vuelvo a experimentar los paseos de la compañía de mi nueva mascota por lugares que ya no frecuentaba desde que falleció, los dos parques, la arena, el supermercado, el colegio para niños discapacitados, los chalets, el gimnasio… volver a pasar por cada uno de ellos era como vivir dentro de un sueño. Y nuevas experiencias, aunque Noddy es como los demás perros y tal y como hacía Yoko su lugar preferido para dormir en verano era el cuarto de baño donde hace más fresco, a su edad necesita morder las cosas y si Yoko en su día destrozaba periódicos, Noddy no iba a ser menos, pero Noddy tiene una manía especial que lo hace adorable, ahora cuando ve un banco, gime un poco para que lo suban a él y ahí nos podemos tirar las horas muertas, se sienta, se tumba, observa a su alrededor, un perro comprometido con su entorno.

La primera vez que vi a Sofía en el viaje a Fuenlabrada, nacida en el hospital donde su madre trabaja, y sus hoyuelos en la cara al sonreir mientras soñaba, que no olvidaré. Días mágicos a los que se vienen a sumar cosas menores pero también imborrables como los partidos de cuartos, semifinal y final, campeones del mundo de fútbol, la intensidad vivida y las celebraciones posteriores a cada triunfo, algo que no estaba dentro de nuestros planes.

9 días especiales, pero todo acaba y aunque queda verano por delante y nunca se sabe lo que podrá suceder, muy seguramente, como cada verano lo recuerdo por algo distinto, este lo recuerde por estos días intensos en los que muchos deseos se hicieron realidad como si me hubieran tocado con una varita mágica.

Y al igual que los recuerdos regresaron, al irse dejan ese mismo sabor agridulce. La mudanza de una mascota es tan sencilla que produce miedo. Unos cuantos juguetes, el cazo de la comida y el lugar donde dormir. Y una vez recogido es como si no quedase rastro de su existencia pero se nota una soledad terrible. Aún ahora espero al llegar a casa, mientras me quito las zapatillas, que una boca juguetona venga a interrumpirme mientras desato los cordones. Aún queda en mí la inercia de cerrar alguna puerta de la casa prohibida para él y entonces caigo en la cuenta de que tristemente ya puedo dejarla abierta. Aún no he pasado de nuevo por su lugar de paseo y sus bancos preferidos, pero sé que recordaré cada momento en cada uno de ellos, con el alba y el anochecer como telón de fondo mientras los búhos emitían sus sonidos en los árboles, esa tranquilidad que se respira a las 7 de la mañana en un parque vacío.

En la despedida, decidí quitarme una espina clavada, bajé con mis padres en el ascensor, con Noddy cogido en brazos antes de que se lo llevaran con sus verdaderos dueños y antes de meterlo en el coche le di un beso en la mejilla llevándome un cariñoso lametón. Creo que ya no volveré a tener pesadillas.

Verano días 4 y 5 – Una habitación para Sofía

Sofía ya está en casa, la que a partir de ahora será su casa, su habitación, con sus colores, sus muñecos (aún debo decidir el mío mira que para una niña me cuesta decidirme más después de dos sobrinos) y su nueva cuna. Es maravilloso pensar cómo será su evolución a partir de aquí, lo que le condicionará a vestir de una forma u otra, a pensar de la misma forma a medida que crezca. Cuántas cosas nacen de algo tan simple.

Cuando se haga mayor no lo recordará, debido a la imperfección humana que nos hace olvidar experiencias algo más allá de los 4 años para abajo, pero otros lo recordarán por ella, sonreirá y se lo llevará consigo. Cuando le diga que fui el primero en ver sus hoyitos como los de su madre al sonreir mientras soñaba o cuando le cuente que mientras yo iba al trabajo en una noche de tormenta su madre se dirigía al hospital y mientras salía de nuevo el sol ella nacía, cuando su madre le recuerde cómo la cogió por primera vez piel con piel.

Mientras en Madrid Sofía se acomoda en sus nuevas mantas, la etapa del ecuador entre Noddy y yo llega a su punto más vulnerable, ese en que se coge ya demasiada confianza y uno empieza a pensar que muy pronto deberemos decirnos un largo «hasta luego». Apenas me dejó disfrutar ayer del partido que nos llevó por primera vez a la final de un mundial porque no paraba de darme la lata mordiéndome los pies. Ya estamos en la final, esto es como los cometas, que quizá uno sólo lo pueda ver una vez en la vida. Mención especial a la reina Sofía, muy bien vestida de bandera pero impresionante su nulo manejo del lenguaje español que me hace preguntarme si aún en sus aposentos no seguirá hablando griego, porque conjugar en una misma frase de dos palabras mal el género «jugador bonita» no lo hace ni un niño alemán recién llegado a las islas para pasatr sus vacaciones. Deprimente, hasta de mala leche me puso. Un poco más de cultura no le vendría mal.

Tras el partido, entre pitidos de coches, toda la humanidad vestida con la camiseta de España o las banderas (quién lo diría cuando los colores de España nos parecían antiestéticos hace tan sólo unos años) saqué a Noddy a la calle con poco tiempo por delante ya que al día siguiente había que estar en pie de nuevo para ir a trabajar. Y el trabajo ya es otra historia, podría decirse que por primera vez en más de tres años y medio me he sentido mal por las decisiones tomadas, engañado en cierta forma. Un día de inflexión que hará que jamás me fie ya de nadie. Cuánto echo de menos a quien se fue, porque estoy casi seguro de que esa decisión nunca la habría tomado. A algunos no les vendría mal un poco de objetividad y echarle un par de huevos.

Por suerte me queda aún una cosa, la seguridad y confianza en que todo tendrá su lado justo y en que hoy he hecho algo de lo que me siento orgulloso y que ha salido de camino del trabajo a casa. Y a partir de ahí que se coma la conciencia quien tenga que comérsela.

Verano día 3 – Confianza

Siempre, siempre sucede de la misma forma, en cualquier parte, cualquier entorno. Conocer a alguien por primera vez es como estar en un continuo estado de alerta. Sin pretenderlo, todos los sentidos están despiertos, atentos a cada movimiento, palabra, entonación, sonrisa, gesto que pueda indicar que estamos actuando frente al desconocido de forma correcto o incorrecta. Si contamos algo divertido que nos sale de forma natural y el otro sonríe, vamos por el buen camino, las cosas se hacen mucho más sencillas, se podría decir que entramos en un estado de «perfecta sintonía». Si por el contrario percibimos que ante nuestras bromas la otra persona no reacciona como esperábamos, comienza el desconcierto, lo cual, si bien hace las cosas mucho más interesantes, también dificulta la comunicación.

Con los animales ocurre exactamente lo mismo. Llegan a un lugar donde deberán observar las reacciones, donde nosotros observamos las suyas, donde se establecen una serie de normas en las que el SI y el NO van agarrados con fuerza de la mano. Noddy ya se ha soltado y ha cogido confianza, aunque a veces se toma demasiadas licencias, mordiendo nuestros talones a cada paso que damos por la casa, lo cual ha producido ya algun pisotón involuntario y eso sí, unas risas por las cosquillas impresionantes.

En la calle también ha cogido plena confianza, aunque aún entre gemidos me pide de vez en cuando que lo lleve en brazos… la calle es tan grande y él tan pequeño. Nustras paradas durante el largo camino en los bancos han tenido más éxito del esperado, esta misma mañana se subía a todos ellos intentando comunicarme que hiciésemos una parada en alguno. Digamos que está aprendiendo y entendiendo ya la rutina de salir a pasear, con un itinerario casi marcado. Las «normas», si es que se pueden llamar así, están comenzando a establecerse.

Sofía es otra de las grandes incógnitas. Mi hermana comienza a entender que el lenguaje de los bebés no es muy claro y así lo expresa cuando dice apesadumbrada «si es que no sé por qué llora». Gases, hambre, pipí, calor, quizá con el tiempo logre entenderlo, estableciendo así una comunicación no verbal, pero hasta que ese día llegue, aún hay que acostumbrarse. No hay nada de lo que preocuparse, todos hemos pasado por el estado bebé.

Aún no se sabe el día en que regresarán a casa, todo depende del peso. Casi todos los bebés al nacer pierden un porcentaje de su peso, pero si es superior al 10% y continúan perdiéndolo, necesitan algunas pruebas más. Mientras tanto Sofía comienza a coger confianza con el nuevo mundo fuera del vientre materno. Nuevas necesidades, un nuevo sitio en el que reposar, el contacto con esos seres de los que antes llegaba el sonido como muy lejano, el contacto directo con otras pieles, la luz del sol que entra por las rendijas de la ventana, las nuevas sensaciones que muy pronto formarán parte de la vida común.

Verano día 2 – Primer encuentro con Sofía

El despertador sonaba como cada mañana… qué narices, no hizo falta despertador que sonase como cada mañana. Normalmente a uno le despiertan la luz entrando por la ventana, el sonido de una moto, el teléfono, cosas normales. ¿Alguna vez os ha despertado el sonido de un paraguas cayendo al suelo? Pues así he despertado yo esta mañana.

No deja de resultar curioso. Antes de nacer Sofía el pasado sábado 3 de julio, esa misma madrugada, mientras yo estaba camino del trabajo, lo hacía bajo una noche de cielo tormentoso y lluvia incesante paraguas en mano esperando que no me cayese un rayo. Sobre las 11 de la mañana comenzó a salir el sol, curiosamente la hora a la que ella nació.

Pero el paraguas simbólico de aquella situación no cayó solo, fue Noddy, el nuevo inquilino, quien lo tiró. Al despertarme miré al suelo y allí estaba el enano, mirándome fijamente. Bastó con hacer un gesto al desperezarme para que intentase saltar encima de la cama (aunque no llega todavía). Parecía ser que el paseo de ayer le gustó mucho y quería repetir enseguida. Segunda escapada a la ciudad en la que le hice prácticamente el mismo recorrido aunque variando algunos tramos para que conociese muchos más sitios, esta vez con parada en el parque subiéndose al banco mientras a las 7 de la mañana sonaba el sonido de los buhos, ese que hace que a los perros se les agudicen los sentidos de una forma muy graciosa. Después del paseo (ya apenas se paraba), de vuelta a casa y primera vez que se queda solo.

Viaje a Fuenlabrada a las 10:30, camino de ver a Sofía por primera vez. Algo más de una hora, un hospital desconocido por mí, gigantesco, parece la terminal de un aeropuerto, nada más entrar un simpático vendedor de cupones de la Cruz Roja nos saca una sonrisa, se agradece, más cuando por los pasillos ves pasear a gente con cáncer que necesita que le alegren el día, y lo consiguen con creces. Planta nº3, parada de ascensor, pediatría y ya estamos dentro. Justo llegamos a la habitación cuando hay enfermeras dentro. Impaciencia por verla ya. Dice mi hermana que es enfermera, que después ellas incluso podrían ser las peores pacientes.

Pocos minutos después ya se puede pasar. Allí está Sofía. En foto parecía ya regordeta y bien formada, pero en realidad ha perdido un poco de peso y da sensación de fragilidad. Es guapa, muy guapa, y no descubriría sus hoyuelos, esos que le vienen de herencia de mi hermana, hasta haberme ido, cuando la dejamos soñando en su camita con pequeños espasmos faciales que los revelan en una simulada sonrisa. Es la primera vez que la veo sonreir y he sido el primero en verlo. Le digo a mi hermana que tiene los hoyuelos que ella tenía de pequeña también, desde la cama no puede verlo ahora. El viaje de vuelta rememorando se hace más corto, tanto como un suspiro.

Al llegar a casa Noddy ha destrozado medio periódico que tenía bajo el cazo de la comida y ya de paso, como ve tanta televisión, se ha hecho fan de Scottex y ha tirado del rollo de papel higiénico que está roto en pedazos por toda la casa. Mientras lo recojo no para de morderme los talones cuando ando, haciendo que me parta de la risa.

Desde luego, si la felicidad tiene un nombre bien podría condensarse una parte de ella en estos dos días. Los nuevos encuentros con seres bajitos siempre llevan una sonrisa marcada a fuego.