Podría calificar sin miedo a estos nueve intensos días como una pequeña aventura feliz, una especie de sueño cumplido lleno de cosas importantes, recuerdos recuperados y otras de menor importancia que se vienen a sumar a una experiencia de lo más placentera en su suma.
Una noche de tormenta que se despeja y deja paso a un cálido sol de verano, nace mi sobrina Sofía en ese preciso momento en que los rayos de sol comienzan a filtrarse entre las nubes de ese sábado, al día siguiente y durante los siguientes días de nuevo viví la experiencia de tener conmigo de nuevo un perro. Se frenan esas pesadillas en las que me olvidaba de poner agua o comida a Yoko, vuelvo a experimentar los paseos de la compañía de mi nueva mascota por lugares que ya no frecuentaba desde que falleció, los dos parques, la arena, el supermercado, el colegio para niños discapacitados, los chalets, el gimnasio… volver a pasar por cada uno de ellos era como vivir dentro de un sueño. Y nuevas experiencias, aunque Noddy es como los demás perros y tal y como hacía Yoko su lugar preferido para dormir en verano era el cuarto de baño donde hace más fresco, a su edad necesita morder las cosas y si Yoko en su día destrozaba periódicos, Noddy no iba a ser menos, pero Noddy tiene una manía especial que lo hace adorable, ahora cuando ve un banco, gime un poco para que lo suban a él y ahí nos podemos tirar las horas muertas, se sienta, se tumba, observa a su alrededor, un perro comprometido con su entorno.
La primera vez que vi a Sofía en el viaje a Fuenlabrada, nacida en el hospital donde su madre trabaja, y sus hoyuelos en la cara al sonreir mientras soñaba, que no olvidaré. Días mágicos a los que se vienen a sumar cosas menores pero también imborrables como los partidos de cuartos, semifinal y final, campeones del mundo de fútbol, la intensidad vivida y las celebraciones posteriores a cada triunfo, algo que no estaba dentro de nuestros planes.
9 días especiales, pero todo acaba y aunque queda verano por delante y nunca se sabe lo que podrá suceder, muy seguramente, como cada verano lo recuerdo por algo distinto, este lo recuerde por estos días intensos en los que muchos deseos se hicieron realidad como si me hubieran tocado con una varita mágica.
Y al igual que los recuerdos regresaron, al irse dejan ese mismo sabor agridulce. La mudanza de una mascota es tan sencilla que produce miedo. Unos cuantos juguetes, el cazo de la comida y el lugar donde dormir. Y una vez recogido es como si no quedase rastro de su existencia pero se nota una soledad terrible. Aún ahora espero al llegar a casa, mientras me quito las zapatillas, que una boca juguetona venga a interrumpirme mientras desato los cordones. Aún queda en mí la inercia de cerrar alguna puerta de la casa prohibida para él y entonces caigo en la cuenta de que tristemente ya puedo dejarla abierta. Aún no he pasado de nuevo por su lugar de paseo y sus bancos preferidos, pero sé que recordaré cada momento en cada uno de ellos, con el alba y el anochecer como telón de fondo mientras los búhos emitían sus sonidos en los árboles, esa tranquilidad que se respira a las 7 de la mañana en un parque vacío.
En la despedida, decidí quitarme una espina clavada, bajé con mis padres en el ascensor, con Noddy cogido en brazos antes de que se lo llevaran con sus verdaderos dueños y antes de meterlo en el coche le di un beso en la mejilla llevándome un cariñoso lametón. Creo que ya no volveré a tener pesadillas.