Es cuanto menos una sensación extraña pero que nos ocurre a menudo, el no saber nada de la existencia de algo o de alguien, de repente se cruza en nuestras vidas diarias, saber que no volveremos a verlo nunca más y embargarte un sentimiento muy cercano al desaliento.
Esto es lo que ocurrirá con el cometa Ison, ese completo desconocido que ahora mismo se está cruzando en nuestras vidas. Viene de muy lejos, conoció el inicio del Universo, forma parte de él de forma prístina. De repente algo lo arrojó a una aventura que ha durado mucho tiempo. Hasta entonces era un congelado eterno, pero ahora juega a ese juego que es la vida y en estos momentos lucha contra el Sol.
La lucha entre la vida y la muerte. Cada minuto que pasa, cuanto más se acerca al astro, mayor es la lucha. Un núcleo helado que se va desintegrando poco a poco con el intenso calor. Así puede terminar su aventura después de miles de millones de años, convirtiéndose en una nube de polvo en el basto Universo donde nació, sin que lo hayamos podido ver nunca.
Si sobrevive y da la vuelta, nos regalará el mayor espectáculo que hayamos podido ver en el cielo, será tan brillante como la Luna, pero después de eso partirá y no volveremos a verle nunca más.
Ison no deja de ser una representación de la vida, de la muerte, del principio y el fin, de la cantidad de momentos que nos perdemos por nuestra condición. No podemos abarcarlos todos, pero sí tenemos la posibilidad de disfrutar de aquellos que el destino pone en nuestro camino.