El gato azul: El regreso de Sofía

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Después de algunas semanas en que apenas he tenido tiempo para sentarme a escribir como se merece, aquí os traigo la tercera entrega de esta historia. Escribir un relato o un libro conlleva mucho tiempo. Muchas veces cuando me viene la inspiración hago una sentada de algunas horas y, a veces, sale algo bueno. Otras veces en muy contadas ocasiones, me despierto en mitad de la noche y mi cabeza se inunda de buenas ideas, en ocasiones a consecuencia de sueños o pesadillas (que por qué no, también ayudan y mucho).

Detrás de mí, en la otra habitación, conservo una carpeta con decenas de hojas e historias de ese personaje que algún día espero sacar a la luz y que sólo los que estuvieron conmigo en la Residencia Universitaria Bartolomé Cossio tuvieron la oportunidad de leer en un fragmento que saqué en la primera revista mensual (esa que se nos quedó en el limbo del tiempo después, proyecto de los fanzines que tanto me gustan). Ellos, entre ellos mis amigos, pudieron leer el principio de todo, el primer episodio de la novela.

Ese personaje tiene su pequeña historia, y mientras crece y se desarrolla, otro ocupa mi tiempo, este curioso gato azul del que tengo tantas y tan buenas ideas que a veces no sé por cual comenzar. Muchos, a puerta cerrada, sobre el anterior capítulo le tomaron cariño al gatito que se salvó y el final lo consideraron un tanto trágico cuando pensaban precisamente que ese era el protagonista de la historia. No puedo contarles todo ni a ellos ni a vosotros. Me gusta saber que, cuando escribo, alguien no puede adivinar con tiempo lo que va a suceder en una historia, quiero que cuando una persona se siente a leer lo haga sabiendo que puede ser sorprendido… pero también que otras veces tiene el control, hasta el punto de no saber si lo que imagina será o no lo que ocurra.

Quizá con esta nueva entrega sepan perdonar la tragedia de la anterior. En el capítulo que váis a leer, se mezclan el tiempo presente y un pequeño flashback emotivo. Esa mirada atrás no es ni mucho menos el inicio de la historia, pero sí parte de ella.

El Gato Azul: El regreso de Sofía – por José Francisco Cedenilla

Sofía Tarenzi vio cómo su vida de repente daba un giro inesperado. Hacía apenas unos minutos ocupaba el asiento 42 de un pájaro volador en los cielos de Italia y ahora estaba sentada en el tercer banco de una iglesia. Pensó que se sentía como un mantel blanco colgando de una cuerda y meciéndose contra el viento bajo la luz del sol del atardecer de la Toscana, mientras alguien vareaba sus entrañas con fuertes sacudidas que, si bien eran dolorosas, tenian ese regusto amargo y a la vez dulce de la expiación de los pecados. Mientras enfocaba la vista en la figura de un Cristo crucificado, imponente sobre la cabeza del párroco, y bajaba la mirada hacia el ataúd semiabierto, no podía dejar de admitir que toda su vida se había visto condenada al mismo hecho, alejarse de las personas a las que más quería y quererlas en la distancia hasta perderlas para siempre. Un cariño que ella sentía de verdad, pero que nunca llegaba a transmitir.

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Sus manos, con más hueso que piel, dedos finos y alargados, agarraban los pantalones vaqueros de color negro. Dos anillos de plata colgando de su cuello por una cadena, contrastaban con el color añil de la camiseta. Semblante serio y pensativo, ojos verdes llenos de tristeza, rasgos finos con pómulos que sobresalían y se convertían en su rasgo más característico, acentuado por el negro color de su pelo en media melena, un poco rizado y despeinado, abombado y despegado de su rostro. Las palabras del Señor se habían convertido durante aquella media hora en un mero tránsito entre sus dos oídos, porque su cabeza estaba ocupada recordando el tiempo que pasó a su lado.

Sofía tenía apenas siete años cuando, de la mano de un hombre, cruzó la puerta por primera vez. Una mano grande acarició su cabeza, aquel hombre se agachó, le dio un beso en la mejilla y dejó a su lado una maleta de equipaje donde estaban algunas de las cosas que había recogido de su habitación. Allí se quedó estática durante unos minutos, desorientada. Aquella casa olía a bizcocho recién horneado, a madera, a flores, a primavera, olía a hogar. Mientras miraba hacia el fondo del pasillo, donde había unas escaleras que subirían a algún desván lleno de secretos, una voz ronca y desgastada salía del lugar de donde venía ese dulce olor. La puerta, rota y desgastada, se entornó con un chirrido y una señora mayor se acercó ilusionada a la pequeña niña, llenándola de besos y abrazos.

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Recordaba aquel momento mejor que ningún otro porque algo en su interior se rompió del todo. Fue cuando su abuela Olivia le cogió de la mano, mientras con la otra portaba su maleta, mientras subían juntas las escaleras del fondo hacia ese desván lleno de secretos que se convertiría en su nuevo hogar, fue mientras pisaba cada uno de los escalones y a cada pisada su corazón se iba llenando de un peso insoportable y le costaba más respirar, cuando notó las primeras lágrimas de sentimiento resbalar por sus mejillas y sintió que dejaba algo atrás.

Un pequeño alboroto en la iglesia le hizo despertar de su sueño de recuerdos, cuando el párroco pidió a todos ponerse en pie. A pesar del dolor, sabía que cuando había perdido a alguien en su vida, por suerte siempre aparecía alguien para consolarla, este era su destino.

Ensimismada aún en sus pensamientos, sintió que alguien a su lado le agarraba de la mano y le daba un pañuelo. Apenas se había percatado de que las lágrimas volvían a inundar su rostro. Sin llegar a levantar la mirada mientras se secaba, le dio las gracias. La otra persona le tendió la mano y le ayudó a levantarse mientras le susurraba bajito.

– Hola, me llamo Noel.