21 años

Hoy me he levantado tarde, remoloneando en la cama antes de poner los pies en el suelo. He desayunado tranquilamente y al cruzar la cocina he sentido una sensación de vacío que ya sé que nunca nadie podrá llenar nunca. Fui ingenuo cuando le tuve por fin conmigo, pensaba entonces que estaríamos juntos al menos un cuarto de siglo, pero nuestra ilusión se quedó en poco más de la mitad de tiempo. Hubiera cumplido hoy 21 años.

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No nos conocimos al uso, no recuerdo qué estaba haciendo yo tal día como hoy cuando él nació, sólo sé que gracias a que dos días más tarde me levanté antes de lo normal y desayuné tranquilamente viendo la televisión antes de ir al instituto, nuestros destinos se cruzaron a través de una pantalla. Es natural cabrearse cuando no salen las cosas como uno quiere, cuando un suceso se topa en tu camino por haber elegido ese día ir por otro sitio o cuando lo eludes y das gracias por no haber estado allí en ese momento, tantísimas cosas que pasan a diario y que son causa de nuestras decisiones combinadas con las de los demás y la propia naturaleza, que es infinito. Yo aprendí aquel día que todo ocurre por algún motivo, y que dentro de ese infinito de posibilidades, hubo, hay y habrá buenas y malas por siempre, porque son… las cosas que pasan.

Todo lo que ocurrió después fue una maravillosa locura que no cambiaría por nada del mundo y que repetiría una y otra vez si pudiera echar el tiempo atrás. En todo este tiempo que ha pasado, nuevas vidas han llegado a la familia. Hace poco me sentaba con mi sobrina Sofía aprovechando que se quedó unos días en casa, para mostrarle las fotografías. Nunca llegó a conocerle y le hablé de él, de cómo sus primos le daban de comer yogur cuando se lo acababan. Se quedó mirando fija las fotos, como pensativa. Yo también pensé cómo sería si aún viviese.

Te quiero, mi cincuenta por ciento.

La vida no es como tú esperas…

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Pierdes un montón de tiempo pensando en cómo será tu vida.

El caso es que no lo sabrás hasta el día en que abras los ojos y veas. Que si te relajas y aceptas lo inesperado, tal vez encuentres algo más hermoso de lo que podías haberte imaginado.

La vida no es como tú esperas… es aún mejor.

(A la memoria de Yoko 15 oct 1993 – 8 dic 2006, por el día en que me levanté sin esperar nada, me relajé, abrí los ojos y le vi, por regalarme ese tiempo inesperado con el que nunca conté)

Historia de dos almas iguales en lugares distantes

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No es algo que me suela ocurrir y cuando ha sucedido ha sido una especie de deja vu que enseguida se ha desvanecido, eso de tener un amigo, distanciarse por obligaciones de la vida y entre la nueva gente que conoces en otro lugar de repente encontrar a su alma gemela, que de pronto te encuentras escuchando sus mismas tonterías que tanta gracia te hacen, sus mismos gestos y expresiones y darte cuenta de que ese amigo no stá quizá tan lejos y un poquito de él puedas encontrarlo en otra persona en un lugar distante.

Nunca me ha ocurrido como ahora con mi amigo Javi, con sus payasadas, quizá un poco más burro al hablar, sus gustos, las bromas que solía gastarme. Apenas bastaron unas horas para encajar a la perfección el uno y el otro y todo un verano para disfrutar, uno de mis primeros amigos reales, del que me di cuenta de que me necesitaba y no era un quedar por quedar para salir a alguna parte. Tuvimos que separarnos, al igual que de otros amigos, por circunstancias del trabajo y para continuar nuestros caminos, pero ahora cada día tengo un poco de él en un compañero de trabajo.

Sus mismas tonterías, manías y bromas, las mismas expresiones y conexión o camaradería, como se quiera llamar. Es increíble descubrir en uno y otro aspectos y gustos similares, como en la última foto que mi amigo Javi compartió, con una recreativa en su habitación cuando hace poco mi compañero me enseñó su propia recreativa. Son como dos almas iguales separadas con las que el destino me ha cruzado, algo que alivia un poco la espera de poder volver a verlo, porque lo tengo más cerca que nunca. No es él, pero se le parece.

El séptimo cumpleblog (especial 3,000,000 de visitas)

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El siete, ese número mágico con tantas connotaciones en nuestras vidas, las vidas de un gato (azul), los años de mala suerte al romper un espejo roto y mirarse en él, los siete días de la creación y su contínua repetición en el apocalipsis del final de nuestras vidas, el siete, ese número perfecto.

El siete, los siete días de la semana, las siete notas musicales y los siete colores del arco iris (tradicionalmente, venga, vamos a repetirlos como nos enseñaron en la escuela). Las siete maravillas del mundo, las antiguas y las nuevas. El siete es el número del universo, con sus siete rayos con nombre, Sthula Sharira, Linga Sharira, Kama Rupa, Kama Manas, Manas, Buddhi y Atma. El siete es la balanza y la pareja. Siete son las ramas del saber, Raja, Karma, Jnana, Hatha, Laya, Bhakti y Mantra y siete son las ciudades sagradas, Ayodhya, Máthura, Gaya, Casi, Kanci, Avanti y Dv Araka.

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Aunque el número once es el que más me ha acompañado a lo largo de toda mi vida (y aún hoy sigue haciéndolo de forma misteriosa), mi vida parece regida por el número siete. Hoy confesaré que a los 7 años rompí un espejo y me miré en él. No soy especialmente supersticioso, antes sí, ahora ya no, soy de los que pasa debajo de las escaleras sin temor, de los que no se asusta por cruzarse con un gato negro y de los que ya no hacen tonterías cuando se cae la sal o veo a alguien vestido de amarillo, aprendí a pasar de las supersticiones.

Y aunque no soy supersticioso, sé reconocer algunas cosas y una de ellas es que mi vida ha ido en ciclo de 7 años, pero no siempre para mal, muchas de las veces para bien, cambiando sin querer, quizá fruto de la casualidad, desde que rompí aquel espejo. A los 14 aprendí a ser adulto haciéndome más fuerte, a los 21 abandoné mi soledad para cambiar drásticamente de vida y conocí a los que hoy son mis amigos, a los 28 la vida se llevo mi cincuenta por ciento, a lo que más quería, a mi siempre amigo eterno Yoko al que dediqué el nombre de todos mis proyectos desde entonces. Estoy en los 35, esperando saber si el destino reserva algo o si ese espejo ya se cobró su deuda. A lo mejor el cambio se está produciendo poco a poco, en este mismo momento, y no sepa ver su cara hasta que pase el tiempo.

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Este blog se inició en otro lugar y con otro nombre un 11 de octubre, por el mero hecho de escribir y compartir con los demás, con ese mundo que es una audiencia inmensa, en el que siempre hay alguien para escuchar. Apenas dos meses más tarde y tras la trágica pérdida, Yoko le dio otro sentido y su nombre.

Est teclado está diciendo basta, tras pulsar cada una de sus teclas millones de veces, algunas no se quedan marcadas, os invito a ver que la letra «e» desparace de vez en cuando de las palabras. Su sucesor está aquí al lado y hay que darle paso antes de que mis cabreos al leer lo escrito aumenten.

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Esta celebración del séptimo cumpleaños del blog es muy especial por muchas cosas. El 8 de octubre así como quien no quiere la cosa, las estadísticas reflejaron ya más de 3,000,000 de visitas durante todo este tiempo. Tres millones de miradas que me ilusionan y que se hace una cifra enorme e imposible de asimilar lo suficiente como para ser consciente de ella. Pero no son sólo esos tres millones. Durante esta aventura surgieron otras, El libro gordo de Petete para los niños con sus más de 600,000 secretos, Mars & McLeod con más de 350,000 seriéfilos, el blog no oficial de Mujeres y Hombres y Viceversa con 1,500,000 seguidores, o la pasión por los videojuegos destada en Yoko’s Play con más de 2,300,000 jugadores.

Esos blogs han sido partícipes de parte de mis pasiones y desde hace unas semanas llegan a un nuevo nivel, el de los dominios propios abandonando la casa que los acogió. De esta forma nació primero el lugar que pronto, ahora en prueba, será el centro de todo, el cerebro, la placa madre, el motor, Yoko y Yo.

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La pasión por el entretenimiento no desaparece, Yoko’s Play y Mars & McLeod se fusionan para dar forma a una web de la que estoy muy orgulloso por su estética y por el cuidado que he puesto en hacerla paso a paso durante los meses de verano, En Episodios Anteriores. Con logo creado por un experto chico con residencia en Rumanía y con mascota propia, Jack Shephard y Vincent, creada por uno de los mejores dibujantes de cartoon del mundo, Muhamad Rizqi.

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El círculo se completa con una ilusión hecha realidad y la que fue la fuente de inspiración para que todo esto comenzase hace 7 años. Todo nació el día en que accedí a un blog grupal, creado por unos amigos de Barcelona. De cada publicación, con cada opinión, con cada historia y cada fotografía, consiguieron inspirarme para buscar mi propio hueco en el océano inmenso. Con el tiempo y cada vivencia y situación personal, terminaron dejando el blog. Ahora 7 años más tarde y con muchos nervios y sudores para conseguir su regreso, que ya contaré en otra entrada, se me iluminan los ojos y se me dibuja una gran sonrisa al anunciar la vuelta de Ideoflexia.

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Tras hablarlo con alguno de los autores originales y tener el visto bueno de su creador, volverán Anna y Tietgale (que me emociono de sólo pensarlo). Los lazos de esta vida me cruzaron con gente impresionante a la que no puedo olvidar, compañeros de residencia universitaria que también estarán allí, como Alberto, ese gran artista del que siempre quise un cuadro, un gran polemista y «opinador» y José Luis, educador, con el que apenas compartí unas palabras en su día y alguna que otra hora de gimnasio y de fiesta, pero que el facebook ha hecho que pueda leer unos artículos y ver una personalidad que no pude descubrir en su día.

Cada texto, cada palabra en estos siete años no ha sido tiempo perdido delante de una pantalla. Ha sido como hablarle al mundo, pero sobre todo a mí mismo. La posibilidad de plasmar en palabras pensamientos, inquietudes, aficiones, reflexiones y que cada una de esas palabras esté condicionada por tu propio día a día, hacen que escribir un blog sea algo grande y único. Os espero aquí y en esos nuevos lugares donde las ideas y las pasiones se vierten en un océano sin límites, como botellas con mensaje, donde lo bonito es atrapar una, sacar el papel y disfrutar de la sorpresa que aguarda.

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y volver

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El tiempo me enseñó a aceptar la muerte. Me enseñó a poder revivir los mejores momentos con una sonrisa en la cara en lugar de con lágrimas, a mirar cara a cara a los últimos momentos sin sentir un nudo en la garganta. Pero al tiempo se le olvidó avisarme de algo más.

Ayer en el parque vi aquella figura tan reconocible, pelos de color pelirrojo, andares de cazador, cazadora en este caso y no pude resistir ir hacia ella. Además de a Yoko, sólo he visto en mi vida a tres setter irlandés, pero lo que hace especial esta circunstancia es que nunca había visto uno desde que él murió.

Me acerqué y empecé a acariciar ese pelo tan suave, el mismo que acaricié durante años, cada mañana, cada noche, cuando entre risas o entre sollozos ponía su cara delante de la mía intentando participar en todo, lo bueno y lo malo. Mientras le acariciaba, hizo esa postura, apoyando su lomo contra mis piernas, como hacía él. Todo era igual, como volver.

Me hubiera quedado así eternamente. Fue unos segundos después de dejarle cuando entendí que el tiempo no me había enseñado aún a aceptar la gran necesidad de tenerle a mi lado de nuevo… y volver.

Volver

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Cuando miro algunos años atrás en el tiempo y recuerdo lo que era sentirse feliz, cuando nos reencontramos y probamos de aquella mezcla explosiva que se creó mágicamente, cuando siento lo que sentía, cuando veo sus sonrisas, cuando disfruto de nuevo de sus bromas y de su compañía, el tiempo de nuevo regresa donde debiera estar y cuando se esfuma, me invade una profunda sensación de desasosiego.

Me pregunto qué estoy haciendo con los mejores años de mi vida, en una ciudad que para mí es como una cárcel, y no hablo de fronteras físicas con rejas, sino de una cárcel de sentimientos, sin poder disfrutar de los amigos que están a cientos de kilómetros.

Ya hace un año que planeé volver a retorcer mi vida, no obstante ya lo hace sola cada cierto número de años de una forma incomprensible y me cambia por completo. Ahora sólo queda definir de nuevo el cuento para que de alguna forma pueda continuar con ese final feliz y eterno que no acabe nunca, para poder sentir que no estoy dsperdiciando ni un solo momento de mi vida.

Mamá Sara

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Es, además de mi prima, una de las mejores amigas que tuve desde la infancia. Juntos recorrimos muchos lugares, desde La Manga del Mar Menor, hasta Cuenca. Siempre inseparables, cada fin de semana en Los Alcores, jugando con bolas de tierra, al tenis, en la piscina, en el parque, no nos despegábamos el uno del otro.

Sólo el tiempo y el destino con sus caminos consiguieron separarnos y ahora apenas hablamos una vez cada año. Pero aquello que vivimos sigue estando ahí en el recuerdo… y es bonito, muy bonito.

El día 22 de mayo en la madrugada se convirtió en mamá y me invadió una enorme felicidad que acabó con todo lo malo del día, un sol entre las nubes. Me puse a rebuscar entre nuestras fotografías.

Y al final me decanté por uno de los lugares donde pasamos los 7 días más felices de nuestras vidas, en la playa, donde no hubo día igual, donde no hubo noche igual, cerca de donde se juntaban los dos mares, a unos kilómetros más allá de Oasis, donde decían que el barro de aquellas playas tenía propiedades únicas. Así decidimos posar, con el barro en la cara y felices, con ese Seat 127 amarillo al fondo que consiguió llevarnos hasta allí.

Teníamos tantas fotografías, entre viajes, cumpleaños y la antigua casa de los abuelos, que me costó decidirme por una para poner aquí, en esta, su entrada, porque es suya y para ella. ¡Felicidades mamá!

Rocío y Claudia

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Creo que tengo que desvelar ya cómo inicié esa aventura llamada Universidad. Muy pocos conocen la historia de esos primeros momentos, pero Claudia me ha obligado a hacerlo ahora y no en otro momento.

Aquella mañana de un 13 de octubre y que encima caía en martes, desperté en una habitación con la extraña sensación de que estaba en otro lugar, hasta que caí en la cuenta de que efectivamente aquella ya no era mi casa, sino una habitación compartida (de momento por dos personas, el tercero estaba por llegar ese mismo día) de la Residencia Universitaria.

Primera mañana y primer desayuno. Mi compañero ya apuntaba maneras a que aquello no iba a salir bien. Digamos que cuando uno encaja con otra persona, la situación no es tirante. Para qué engañarse, sólo hablábamos de tonterías y apenas había conversación posible, no coincidíamos ni llegamos a coincidir en nada, ni en gustos musicales, ni en aficiones ni en temas comunes y su interés por realizar esa carrera distaban mucho de los míos. Así de esa manera llegamos al primer desayuno en el comedor, donde a cuentagotas la gente iba llegando formando fila para prepararse el zumo, la leche y algo de repostería. No sabía cómo sacar la leche de aquel aparato, toda la vida abriendo el tetrabrick, pero alguien me echó una mano (no recuerdo quién).

Dicen que teníamos una enorme suerte y efectivamente así es. Aquello era como tener la Universidad en la propia Residencia Universitaria, a un tiro de piedra, nunca mejor dicho, cómo decirlo, que si me hubiera planteado lanzar un pedrusco a la Universidad desde las escaleras de la residencia, hubiera acertado al cien por cien, porque está cruzando la carretera.

La hora de la presentación se acercaba y mi nuevo compañero (al que conocí apenas hacía un día) y yo, comenzamos a patear, sin tener ni idea de dónde íbamos, cada planta del edificio. Ante nuestro tremendo desconocimiento (llamémoslo así por no decir torpeza), decidimos regresar al punto de partida, a la recepción, donde una amable pareja, que pasarían con el tiempo a formar parte de nuestra vida diaria, nos indicó que el Salón de Actos, ese que después se convertiría casualmente en mi causa defendida para poner fin a la carrera, se encontraba justo detrás de nosotros.

Y al darnos la vuelta allí estaba ella, Rocío, la chica con pecas de pelo pelirrojo y rizado, lanzando una sonrisa gigante de oreja a oreja, preguntándonos dónde se encontraba el Salón de Actos. «¿Tú también eres de Teleco?» le pregunté, «Sí, no me digas», me respondío alegre como sin poder creérselo.

En vistas a que hubo un retraso porque aún debían llegar algunos profesores, aprovechamos el antes y el después para estar los tres juntos. Bajamos al Alcampo (antiguo Pan de Azúcar en la época en que estuvo allí mi hermana) y nos quedamos en una de las terracitas interiores tomando algo (la misma terracita que me vio partir el primer año comenzando con un buen desayuno) y conociéndonos mejor. Allí Rocío nos contó de dónde venía y algunos datos de su vida, mientras nosotros hacíamos lo mismo. No paraba de hablar, lo cual en cierta forma era un alivio, si tenemos en cuenta que entre mi nuevo compañero y yo no había apenas nada más que decir desde el momento en que nos conocimos.

Ella creó un pequeño vínculo con nosotros, de esos de los primeros compases de una convivencia, como si fuese mi propio gran hermano. Comienzas a conocer a muy diversas personas, al principio vas como el agua o el viento, siguiendo la corriente, hasta que con el tiempo te plantas como una piedra en el camino que decides seguir, rodeándote de las personas con las que convivirás finalmente.

Rocío fue la compañera de esos primeros compases, y aunque nunca se convirtió en amiga, sí fue algo que puede acercarse a la amistad. Era siempre sonrisa, alegría y eso que tanto me gusta y que tanto escasea, una persona sin maldad. Todo lo que ella mostraba, era lo que había, sin dobleces.

Hoy aquella chiquilla ha dado a luz a su primera hija,Claudia. Se me hace difícil ver la primera imagen de ese nacimiento y no recordar a la muchacha pelirroja que me encontré al darme la vuelta en la recepción, con su sonrisa siempre. Y yo estoy feliz, por ella, por los que le rodean, por mí, por haber formado y seguir formando en cierta forma parte de su vida. Quizá un día pueda contarle a Claudia como conocí a su madre.

Palitos de merluza

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De nuevo anoche se coló en mis sueños, mi cincuenta por ciento. Pasó por allí y se comportó como siempre, como si hubiéramos estado juntos todo este tiempo de ausencia. Estaba a mi lado dando vueltas y moviendo la cola, esperando mientras escuchaba cómo sacaba su comida y se la echaba en el plato.

En un movimiento imposible, se metió en el plato de comida, donde le mezclé su comida con algunos palitos de merluza. Estaba contento y eso me sirvió, desperté y le dejé allí comiendo, en mis sueños.

Mi otro cincuenta por ciento

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Éramos él y yo y cada uno a su vez la sombra del otro, durante más de trece años moviéndonos a la vez, mi nombre no existía sin el suyo ni el suyo sin el mío y un día me quedé sin sombra.

El pequeño ser de pelo rojizo y orejas largas que se movía al lado de mis pies, burro como él solo, amante de las causas imposibles. No puedo evitar recordar el hoy de hace doce años, cuando los dos nos quedamos dormidos en el sofá y despertando en el amanecer de un nuevo siglo o ese día de enero de la mayor nevada en la ciudad y su cara al ver todo el paisaje blanco, un paseo inolvidable de nuestra corta pero intensa historia.

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Mi cincuenta por ciento está aquí, mi otro cincuenta por ciento se encuentra dividido, entre los paisajes que recorrieron sus pies, en los yogures que se acaban con el sonido característico de la cuchara, en el tintineo de una correa, en la manta que cubre mi cama, en el recorte del mueble de la cocina a cuyo pie descansaban su agua y su comida.

Un día me di cuenta de que las cosas no son eternas y me arrepentí el no haberlas aprovechado más cuando vivían, aún si lo hice, porque nunca parece suficiente cuando el tiempo se acaba.

No me quieras tanto, que de tanto amor muero

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«Déjalo en las ramas, es demasiado pequeño aún, se habrá caído del nido.»

Ella se resistía a abandonarlo a su suerte, tan pequeño e indefenso. Y si lo dejaba allí y se caía y se hacía daño.

«Déjalo entre las ramas, entre las hojas, así aprenderá a volar«. Y tras decir esto se dio la vuelta.

Ella no pensaba dejarlo allí, aún conservaba en su bolsillo el alpiste para las gallinas que se había traído de casa antes de salir hacia la ciudad y en un rápido pero cuidadoso movimiento, metió al pequeño pajarillo en su bolsillo, donde  tendría abundante cantidad de comida, donde estaría a salvo de caídas, de la lluvia y de pisadas de extraños, allí estaría confortable y calentito, al abrigo y sin faltarle de nada.

Mientras continuaba su día con normalidad, pensó en llegar a casa, dejar libre a ese pequeño amigo recién conocido y tenerlo para siempre. Su mente no estaba en los libros ni atenta a las palabras de la profesora, sino en un mundo imaginario muy lejos de allí. Su pequeño amigo, sería su pequeño amigo para siempre.

Pasaron las horas del mundo en las nubes y al salir metió la mano en el bolsillo para sacarlo y ver cómo estaba. Un ligero tinte impregnó su mano. Aquella persona que le había dicho que lo dejase entre las ramas se acercó.

«¿Qué tienes en la mano?»

«Sangre, tengo sangre«. Algo denotaba en su tono de voz que no quería terminar de reconocer la realidad, que no estaba preparada.

«Déjame que mire«. Introdujo la mano en el bolsillo y sacó alpiste tintado de rojo. Debía ser comida pasada que con el calor se había quedado así.

Volvió a introducir la mano y esta vez tocó algo más. Poco a poco, el cuerpo inerte de su pequeño amigo fue saliendo del bolsillo. De repente desaparecieron los sueños, la tarde que se antojaba soleada se tiñó de niebla igual que sus pequeños ojos. ¿Cuánto había durado aquella amistad? Si apenas fueron unos segundos, pensó.

a la memoria de Yoko, al que me unió una amistad de 13 años y que ahora perdura para siempre, siempre en los bolsillos te llevo

Relato : José Francisco Cedenilla

fotografía: Camino Natural del Tajo (Toledo), por José Francisco Cedenilla

música: Joshua Pearson «Where the Heart Begins»

Laika

Son muchas las ilusiones que unos padres vuelcan en sus hijos. Los tiempos cambian, las oportunidades son diferentes y todo aquello que un día ellos no pudieron llevar a cabo, hacen maravillas para que los que les siguen puedan lograrlo al fin, incluso esas pequeñas victorias que nacen y culminan las toman como logros personales, aunque no sean suyos propios.

Inconscientemente depositamos en nuestras mascotas otra serie de deseos. Les cubrimos bien con una manta cuando hace frío, les colmamos de caricias y jugueteamos con ellos, queremos que sean ajenos a los problemas del ser humano, son una evasión, nuestra evasión.

Hace ya 55 años, una perrita llamada Laika se convirtió en el primer ser vivo que viajaba al espacio. Toda una temeridad de aquellos a los que se les ocurrió la idea de utilizar un animal como conejillo de indias, poco valiente y algo que no comparto. Algo así como «pon tú la mano en el fuego y así si quema me avisas». Ellos no tienen voluntad para decidir lo que quieren hacer cuando nuestra orden está ya dada.

Y es que cuando de relaciones entre mascotas y humanos se refiere, puede haber puro interés o puro sentimiento y sólo cuando uno es capaz de entender que su mascota no es recipiente de sueños y que nuestros caprichos pueden hacer daño, empieza a crearse una cierta relación de empatía que no necesita expresarse con palabras.

19 años

Muchas veces lo hice para esperar de él una reacción, la que esperaba. Con las manos me tapaba la cara y fingía sollozos y lloros y dejaba caer la cabeza hacia abajo. Era instantáneo, ya podía estar tranquilamente relajado en el suelo o en la otra punta de la casa, enseguida se acercaba nervioso y metía los morros entre las dos manos, intentando encontrar un hueco entre ellas mientras lamía y gruñía por el hecho de no poder ver el rostro ni saber qué pasaba.

Otras veces no fingía, era algo real, momentos duros en que se acercaba y, a su forma, sin manos para borrar las lágrimas, sin brazos para abrazar, me consolaba, participando de ese momento, mi pequeña mitad.

Daría todo lo que tengo sólo por unos minutos de nuevo, por sentir ese suave pelo rojizo, por acariciarle detrás de las orejas, por dejar de ser como sombras perdidas en el tiempo, por dar un nuevo paseo bajo el sol.

Parece que fue ayer

Salimos en dirección a la Iglesia de San Andrés Apóstol en el coche de Jesús, yo de copiloto y Bea detrás, los tres hablando de los que haríamos y del presente, sí, a pesar de no habernos visto desde hacía muchos años, cuando lo normal es que se hable en pasado.Nada más arrancar, ya pasamos al lado de la peluquería (esa que Bea dice que está al lado de un «puti», que no lo está) en la que las chicas se pondrían guapas unas horas después para la boda, esa en la que tendrían que decir que se casaba el director de agricultura de Castilla La Mancha para que las dejasen un peinado «inagotable», vamos, de esos que duran una etenidad.

«Hay que ver, que parece que nunca nos hayamos ido, parece que fue ayer», sonó en la voz de Bea por primera vez. Sería esta una frase que pronunciaríamos varias veces. Así continuamos hablando durante todo el camino, no sé ellos, pero imagino que como yo contentos por estar juntos de nuevo y poder disfrutar de más tiempo. Ya de paso recordamos esta canción que le dejé a Bea hace algunos días, esa que escuchábamos en la sala de audio de la Residencia del Cossío y que decidimos que sería nuestra canción, tan cierta como que nos define a cada segundo, nosotros somos esos chavales que andábamos por el casco viejo de Cuenca de fiesta y ahora allí estábamos, algunos con hijos y de boda.

(lágrimas de alegría)…

La subida a la iglesia fue espectacular, nunca había ido más allá del Alcázar, callejuelas estrechas y empinadas, peores que las de Cuenca, que ya es decir (aún tengo un dedo mal y con tirita puesta cuando me marché), en que el coche encaja prácticamente pon algunos centímetros de diferencia y la gente va ocultándose en las puertas y recovecos para no ser atropellada, como si fuese un videojuego, igualico.

De repente un claro entre tanta estrechez y allí estaba Almu a la salida de la iglesia. Achuchón de aquellos de los viejos tiempos y de nuevo esa sensación d que todo se desbarata, de que el reencuentro imaginado desde hacía tanto tiempo, al final es más sencillo de lo que parecía, y de nuevo un «parece que fue ayer», como si definitivamente el día anterior nos hubiésemos visto y nos juntásemos de nuevo para la merienda de los fines de semana.

Reencuentro con Nico, el novio de la boda, el protagonista, el gruñón más simpático, religioso donde los haya, dándome un abrazo efusivo (pocas horas más tarde me haría llorar) y emocionado por que estuviese allí.

Una vez dentro, todos participamos de la decoración que aún faltaba, yo dejándome la dentadura partiendo celo para las flores, movimiento de bancos, últimos retoques y las reinas de la fiesta, las mariposas decorativas, un éxito sin precedente, tanto que las chicas no paraban de pensar desde que las vieron en la forma de secuestrarlas. Tan fácil como al final de la boda tirar de ellas. Un divertido rato de risas con las dos señoras mayores que «nunca habíamos visto una decoración tan bonita y mira que hemos visto bodas» que se dedicaban a ser los ojos del cura, que conocían lo que le gustaba y lo que no, fotos y confidencias, además de nuevas incorporaciones, una amiga de pilates de Jesús que se unía a la family de forma temporal.

Entonces aparecieron Gema y Sandra H., que dijeron que llegarían más tarde, estaban igual que siempre, como si el tiempo se hubiera detenido (una vez más) y en lugar de contar los años de ausencia, todo continuó de forma natural, como si nos hubiéramos visto hace una semana nada más.

Al salir ya era de noche, el tiempo de nuevo había pasado volando y nos costó mucho guardar silencio en la zona cercana donde estaban los coches y donde había reunido un grupo de visitantes escuchando las viejas historias de la ciudad y sus monumentos. Pero es que somos así, si ya solos somos un mundo, juntos somos como una bomba de relojería que explota constantemente.

Es muy difícil expresar ese sentimiento que se resume en las palabras «parece que fue ayer», una mezcla de necesidad de mostrar afecto sin mostrarlo, de expresar felicidad absoluta sin expresarla, quizá lo que más se le puede asemejar es el estar en el lugar que más te gusta del mundo, una playa en la noche mirando el horizonte estrellado, un bosque verde correteando entre los árboles, un lugar precioso y respirar la brisa mientras cierras los ojos, lo más parecido a sentirse a gusto sabiendo que estás con la gente que quieres.

No éramos todos los que estabamos, algunos podría verlos unos minutos al día siguiente y a otros algún día los veré, pero aún quedaba lo mejor, toda una noche por delante, con cosas de esas que sólo nos pasan a nosotros y algunas emocionantes aventuras por el parking…

Los primeros reencuentros

Cuando uno sueña con un reencuentro y el tiempo va pasando y nunca llega a producirse, la intensidad de ese sueño es proporcional a las ganas y a ese tiempo. Parece que nunca va a llegar el momento hasta que llega y entonces el mundo de repente deja de ser lo que es para convertirse en lo que quieres que sea.

Me tomé la semana con tanta tranquilidad y emoción que no preparé nada hasta última hora antes del viaje a Toledo. Apenas dos horas para tener todo preparado y además sin saber qué ponerme, un poco bastante perdido porque al llegar a la estación de autobuses no sabía ni a donde ir, hacía más de 6 años que no visitaba la ciudad. Al final, con unas cuantas prisas terminé un viernes 31 de agosto a las 17:30 de la tarde camino de la ciudad imperial recibiendo las indicaciones y consejos de los amigos que me esperaban en el destino, en el viaje más corto que recuerdo (a pesar de tener una duración considerable).

He de reconocer que las dos únicas veces que he cogido un taxi en toda mi vida fueron para subir de la plaza en Cuenca y para ir a ella, pero decidí hacer uso del comodín y dejar que un señor al que le tuve que indicar una calle que no conocía, al lado de una avenida que no conocía y un supermercado que sí conocía (para sorpresa mía) mientras le relataba mi niñez en aquella ciudad. Mientras le hablaba, atrás en el asiento, no podía quitarme de la cabeza el libro de «La estrella más brillante» de Marian Keyes, porque sin querer, ahora yo era uno de esos pasajeros que relataban sus historias.

Le hice parar cuanto antes (en parte porque el taxímetro se estaba hinchando demasiado ya) porque ya me podía guiar por esa zona. Quizá los metros más largos, una acera que subía. Pregunté por la calle y una chica me indicó. Nadie en casa. Llamada de teléfono. Y allí nos encontramos, a la salida de la puerta del supermercado, el primer reencuentro don Jesús, un abrazo, un par de besos y mucha emoción contenida. Nunca lo imaginé así en mis sueños, me sorprendió quizá porque no tenía esas ganas de llorar que siempre imaginé, tampoco ese abrazo intenso. Simplemente estaba feliz y sólo me apetecía continuar adelante.

Tras contarnos algunos momentos y recordar otros, aparte de quedarme un poco sorprendido por otro hecho, Bea ya se estaba aproximando. Bea, mi pequeña Bea, por la cabeza se me pasaban esos momentos de risas con su paricular humor. Salimos a recibirla abajo y allí estaba, saliendo del coche. De nuevo el recibimiento acabó con todo lo que imaginé. Un abrazo fuerte y un beso, como si el tiempo se hubiera detenido aquel verano de hace años y de repente hubiera decidido continuar su marcha. Quizá era hora de ir acostumbrándome, porque se repetiría una y otra vez.

Se que estos días algo ha cambiado, había dejado de sentir esa sensación y ahora que volví a sentirla, no puedo evitar echarla de menos. Sé que les necesito como siempre, como desde el primer día que conectamos. Hay tantas historias que son inacabables, cada minuto, cada segundo una nueva aventura, tantas para contar… estos son mis amigos.

Mis amigos y yo

No sé cuántas veces soñé con ese momento cada vez que nos separamos, los nervios del reencuentro, imaginar cómo sería, quizá un abrazo intenso, lágrimas, comenzar a contar todas las historias de estos últimos años…

Toooodo se desbarató. De repente, en un sólo segundo, todo cambió. Aquel abrazo intenso se convirtió en un abrazo normal y un par de besos, las lágrimas se sustituyeron por sonrisas cómplices y, excepto algún pequeño paréntesis, no malgastamos el tiempo contando los últimos años. Como Bea me dijo: «Parece como si jamás nos hubiésemos separado, como si no hubiera pasado el tiempo, como si fuera ayer la última vez que nos vimos».

Y nada tan cierto como eso, de repente es como si estuviésemos otra vez conviviendo en el mismo hogar, pateando las calles de Cuenca, esta vez las cuestas de Toledo, desayunando juntos, compartiendo espacios, redescubriendo las viejas bromas y nuestro particular sentido del humor que nos conectaron a todos de una forma inexplicable hasta el día de hoy y más allá.

No estábamos todos (la que podíamos haber liado si eso llega a suceder), pero sí una buena parte. Disfrutamos de los preparativos de la boda de uno de los nuestros y de una velada muy especial que terminó como sólo pudo terminar en nuestro caso, porque estas cosas sólo nos pasan a nosotros. Como diría alguien: «!Que se sepa quienes somos!».

Correr por el parking desierto del Alcázar a las casi 3 de la madrugada, con un hipo de la leche mientras la música clásica suena por los altavoces, no tiene precio. Por cierto, el ron me lo metieron en mi granizado de limón, no hay otra explicación posible.

Continuará…

Contando las horas

Ya está todo preparado… no, mentira, la verdad es que no tengo nada preparado, e inmediatamente cuando termine de escribir estas líneas me dedicaré a maldecir el por qué no lo hice ayer, vamos, lo que suele pasar ante un viaje.

No, no ha sido una buena semana, llena de dejavús de esos, demasiado repetitiva, monótona y sinsentido, de hecho cada vez le encuentro menos sentido a nada. Sin embargo estaba ahí esa pequeña ilusión que ha ido creciendo a lo largo de la semana y que hoy está ya en su punto máximo, donde uno se para a contar las horas que quedan para el reencuentro.

Sólo tengo un billete y un destino y en el destino me espera una de las cosas más importantes de mi vida, mis amigos. Serán unas pocas horas pero intensas espero, como coger ese pedazo de Cuenca, esa familia Cossiera que nació entre la época de exámenes y una sala de prensa y llevarla a Toledo, aunque no estaremos todos los que somos, tarea casi imposible porque somos muchos.

Ha pasado mucho tiempo, demasiado, es hora de dejar de contar y volver a vivir.

Esperando que llegues a casa

Te apoderas de mi espacio y de mi vida, aunque desde un principio quiera mantener las distancias y hacer de nuestra relación lo que somos por naturaleza, con el paso del tiempo las diferencias se van haciendo más estrechas, diminutas, hasta volverse inexistentes. Después de pasar por el común proceso del «esto no» y «aquí no», llegamos al punto en que todo lo tuyo es mío, en que no existe un momento en que no estés a mi lado y en que los breves momentos en que no es así, los demás me preguntan por tu ausencia, porque somos uno.

Por eso cuando te vas me queda el cincuenta por ciento, porque los paseos los cambié por prisas, porque las caricias las sentí por las ganas de acariciar, porque tras cada yogur medio acabado miro el fondo, recordando que alguien se acercaba a terminarlo cuando escuchaba el rápido golpeteo de la cuchara.

Deberías ser tú el que estés esperando cómodamente en casa esperando a que llegue y entre por la puerta, atento a cada sonido, mis pasos, mi voz, pero la historia cambió y ahora soy yo el que cada día añoro que regrese lo que se perdió y apenas he de conformarme con sueños.

Torso de GH 12 + 1 ha crecido tanto…

Ni siquiera ver al ganador de GH 12 + 1, Pepe (primer nombre que se repite como ganador en la historia del concurso) en el centro de un universo con su sol, su luna, las estrellas y un montón de polvo de estrellas que hicieron de ese el momento más mágico que se podía crear en televisión, pueden sustituir mi propio momento especial, en el que ni estaban presentes Pepe, ni Sindi, ni Marta y su pinza ni las risas de Dani, en una gala, que para qué engañarme, me resultó aburrida, ya no había vídeos que comentar ni lazos que desatar porque todo eso se había hecho antes, una decisión que supongo han tomado porque la final es tan precipitada que después todo se queda en el tintero.

Tras un vídeo, de repente apareció esa cosita, que en su día no sabíamos si era perrita o perrito y así estuvimos a vueltas varias semanas (y yo aún hoy lo dudo). No quería, no podía creerlo, quizá por la falta de costumbre después de tantos años desde que Yoko nos dejó, allí estaba aquella cachorrita nerviosa que tuvo también su momento de protagonismo gracias a Arístides. Y no podía dar crédito porque estaba enorme, en apenas 3 meses ya se ha convertido en casi una adulta y es que olvidé ya que durante los seis primeros meses los perros crecen hasta su tamaño máximo.

Torso creó en casa un momento mágico, porque sin tener que decir nada ni mirarnos, en Torso estaban nuestros recuerdos de alguna forma. Imagino que al igual que a mí, a mi madre le vendrían muchos momentos vividos. Hoy he visto la foto colgada y no me he podido resistir, porque es preciosa y porque para los que hemos seguido el concurso y hemos tenido una mascota a la que hemos perdido, significa mucho más de lo que enseña.

Parecidos, pero imposiblemente iguales

Un breve momento ha bastado para que mi cabeza hiciese ese «clik» que a veces surge en el momento oportuno. Diez años han pasado y me doy cuenta de que, sin querer, todo este tiempo he estado intentando encontrar en la gente que me ha rodeado desde entonces, aquellos caracteres de los que un día encontré y no tengo cerca. Y ahora que echo la vista atrás, si bien algunos han sido realmente parecidos y en ciertos momentos idénticos ya sea física o personalmente por la forma de ser, los pequeños detalles y diferencias se hacían tan grandes que eran insalvables.

Los originales y los auténticos están donde están y lo que vivimos y queda por vivir será nuestro.

Podcast El Ladrido de Yoko – Episodio 6: Covers de Tontxu «Se Vende»

Tontxu se cruzó en mi vida en Cuenca en 1999, cuando por casualidad vi un cd encima de la mesa de un compañero de la Universidad, en el laboratorio y le pregunté quién era ese cantante. Me ofreció el disco para que me lo llevara y lo esuchase, decía que me iba a gustar. Al principio tuve mis dudas porque el disco era de su hermana, firmado por Tontxu de su puño y letra en un concierto, me daba miedo perderlo. Pero me lo llevé. Y dentro de él descubrí con asombro que una de las canciones la compartía con Ella Baila Sola, algo inédito para mí.

Esa misma tarde ya no podía parar de oir sus canciones una y otra vez, pero lo mejor de todo es que sólo había descubierto una pequeña parte de lo que estaba por llegar. Un año más tarde pude conocerlo en persona, en un concierto que dio en la ciudad junto a Dhuncan Dhu en su regreso a la música. Pude tararear por fin y cantar a voz en grito esas canciones que me había aprendido durante todo ese tiempo. Descubrí a compañeros de la Residencia Universitaria que también compartían la afición por su música, alguno de ellos hoy se codea con amigos del cantautor, como Elena Bugedo (Elena Bu), a la que descubrí en «Tú Sí Que Vales» antes de saberlo. También pedimos su nuevo disco para la sala de música, en la que pasé horas y horas con los amigos y amigas, en la que decidimos que una de sus canciones sería NUESTRA canción, «Qué fue aquello», porque lo veíamos como el futuro, nuestro futuro.

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Cuando se ve el paso del tiempo de forma global, a veces uno tiene la sensación de que se teje con hilos que unen finamente unas cosas con otras para darles forma y crear unan historia de encuentros y casualidades.

En este número del podcast he grabado algo que he hecho muchas veces, mi voz sobre cinco de sus canciones, las cinco primeras canciones de su primer álbum, «Se Vende». Una de las cosas que más me sorprendieron al escucharme por primera vez hace algunos años, era que en la mayoría de tonos nuestras voces se funden y son muy parecidas y eso vuelve a ocurrir de nuevo aquí en esta nueva grabación.

Este cuarto

La última noche en aquel lugar, el que le vio nacer, donde pasó de una cuna a la cama, de la que tantas veces se cayó mientras dormía entre sábanas empapadas en sudor por culpa de alguna pesadilla. Se levanta a tientas en la oscuridad de la noche, con sólo el reflejo de la luna menguante que se cuela por la ventana y recorre aquel suelo por el que antaño gateaba y sobre el que dio sus primeros pasos, el que sirvió de escenario improvisado para las historias de sus muñecos y coches con los que pasaba las tardes después de la merienda, el que pisarían los amigos y familiares para celebrar cada 365 días esa gran fiesta de cumpleaños.

En su camino a la ventana respira un agradable aroma y de repente su cuerpo se hace más lento y pesado, como si para llegar a su destino tuviera que atravesar las risas de los invitados que alguna vez acudieron a aquel lugar, el aroma de tartas y bizcochos, su primera varicela, seres queridos, el recuerdo de aquella primera vez, un perro pelirrojo que de repente frena un instante su marcha, que descansa a sus pies hecho un pequeño ovillo. Se agacha y lo acaricia con el recuerdo.

Cuando se incorpora y consigue dar un paso al frente, se percata de que en la silla hay un niño pequeño que llora desconsolado por sentirse incomprendido, extraño, pero no le preocupa, porque sabe que dentro de unos años ese dolor habrá desaparecido y lo habrá hecho más fuerte. Apoya los brazos sobre la ventana y respira hondo. Abajo en la calle todo cambia muy deprisa. Una madre que da de merendar a un niño en la calle mientras juega con su camión, un grupo de niños que se divierten jugando en el barro, un balón que se cuela por la casa de al lado, tres hermanos que se dirigen hacia un cobertizo donde guardan las bicicletas, ellas tienen una blanca, él una roja con el faro trasero roto.

Levanta sus brazos apoyados en la ventana y vuelve dentro, donde parece que la claridad de esa media luna ha logrado invadirlo todo, todo lo que queda. Las cajas de cartón se apilan por toda la habitación y ya sólo algunas fotografías adornan las desnudas paredes. Acerca su mano a ese ser al que tanto quiso y con la yema de los dedos intenta acariciar lo que ya no existe. Una a una las fotografías van desapareciendo, arranca con cuidado a ese grupo de amigos que están sentados alrededor de una fuente, sonrie con la sonrisa cómplice de dos amigas que hacen muecas a la cámara, y con esa en la que él y sus hermanas posan con algunos personajes de peluche de la tele.

Vuelve a la cama y se tumba boca arriba con las manos detrás de la cabeza, pensando en los momentos que ese lugar le regaló, un lugar que desde hace un tiempo estaba frío y distante, como si ya no sucediese nada importante que recordar entre sus paredes, como si estuviera perdiendo la vida. Se durmió pensando que quizá en un futuro, otra pequeña vida ocuparía su suerte, que habría otros primeros pasos, montones de cumpleaños con olor a tarta y bizcocho de chocolate y pequeños seres bajitos con los que lucharía sobre ese suelo, entre risas y mordiscos.

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Nací un 2 de febrero de 1978 y este soy yo

En la noche del 1 de febrero, lo que viene a ser dentro de unas horas desde este momento en que me encuentro escribiendo, yo me debatía en una lucha por salir al mundo, cansado inconscientemente de permanecer encerrado, con la necesidad de estirarme, de respirar, de sentir. A pesar de los dolores y las contracciones, mi madre pensó que para qué ponerse nerviosos y esperó a que acabase el episodio semanal de «Starsky y Hutch» para decirle a mi padre que la llevase al hospital. Lo del gusto por las series y la televisión se me debe haber pegado de forma natural.

Así nací un 2 de febrero de 1978 a las  01:35 de la madrugada, descartándose para mí el nombre que quería ponerme mi hermana mediana y recibiendo los nombres de mi padre y mi madre juntos en un nombre compuesto, con un apellido poco común procedente de orígenes holandeses y otro apellido más común con cuna en tierras argentinas. Bajo un escudo de un árbol y un perro que refleja en gran parte mi admiración por la naturaleza y los animales, Yoko que llegaría inevitablemente a mi vida regalándome media vida de amistad, y otro escudo del que aún no tengo claro qué conclusiones extraer, con una infancia muy feliz que no obstante pudo quedar truncada por un intento de secuestro en el que mi madre sacó uñas, dientes y templanza, una adolescencia muy dura que me hizo crecer antes de tiempo, amigos a los que quizá conocí cuando ya estaba en una etapa hacia el mundo adulto pero que son los mejores amigos del mundo y una vida con muchos sueños por cumplir. Este soy yo.

Mi cincuenta por ciento

Hola Yoko:

Pasa veloz el tiempo, como un tren sin destino, como el paisaje a través de sus ventanas, cambiante y sin posibilidad de retroceder para contemplar sus vistas de nuevo, pero los recuerdos viajan a nuestro lado y parecen tan sosegados al contraste con todo lo demás, ahí quietos en un rincón, como esperando una caricia que los despierte de ese estado de aletargamiento que sólo un viaje eterno ofrece.

Han pasado los años, todo ha cambiado, han ocurrido tantas cosas que no hemos podido disfrutar juntos, que nunca más podremos disfrutar juntos. Las lágrimas parecen haberme dado un respiro indefinido, quizá inmunes ante lo más doloroso ya vivido, convirtiéndose en una sonrisa de agradecimiento por tu tiempo, y han dejado lugar a los buenos recuerdos, a los momentos de risas, quizá el rumbo normal del ser humano cuando se supera una pérdida y se logra llevar la carga encima soportando mejor su peso.

Bajo del tren y llevo el equipaje conmigo, porque formaste parte de mi vida y lo sigues haciendo, porque tu nombre aún existe, aquí y en el cielo en el que estés, porque tú y yo seguiremos siempre siendo amigos, mi cincuenta por ciento.

La Cafetería Prado 16 enciende sus luces

El momento coke se traslada de casa a La Cafetería Prado 16, que tras varios meses por fin abre sus puertas hoy 1 de diciembre de 2011. Aquella idea que nació el mismo día del bautizo de Sofía y que era una invitación a un juego de dedución, se ha hecho realidad. Una planta baja con mesas al fondo, barra, cafetería y una segunda planta con mesas redondas y sillas de madera, decorada con cuadros de flores, zona wi-fi para subirse a tomar un café de forma más pausada mientras escribes en tu iPad o portátil ese libro o lees el e-mail o simplemente charlas con los amigos.

Una descripción física básica del espacio que se me queda corta a nivel emocional. No sabría expresar con palabras lo que he sentido al ver a mi hermana y a mi cuñado codo con codo detrás de esa barra, pero se me ha dibujado una sonrisa de felicidad y no he podido evitar recordar cómo y cuando empezó todo hace ya tantos años. Un cúmulo de momentos que de repente han aflorado sin saber por qué, mientras mis dos sobrinos correteaban de arriba a abajo. Momentos en flash de esos que parecen fotografía: yo sentado en el alféizar de la ventana redonda mientras lo conocía por primera vez sin saber que era él, mi hermana llorando emocionada mientras escuchaba «Bailar pegados» en la verbena de los sábados porque él no estaba, el día en que por primera vez tras aquella puerta sorprendí a mi hermana comiéndose un bocadillo y le dije que estaba embarazada o cuando viví el nacimiento de mi primer sobrino a muchos kilómetros de distancia…

Esta cafetería no es sólo un lugar, en su interior hay muchas historias y yo he sido partícipe de una de ellas. Quizá sea como muchas otras, o no, pero sigue siendo maravillosa.

Eventos online, ModNation Racers, la aventura de cada miércoles noche

No soy muy dado a asistir a eventos de videojuegos, tan sólo he asistido a dos en toda mi vida, uno de ellos las noches de U2 (Uncharted 2) del que me retiré por falta de tiempo y el día en que se celebraba y el que sí sigo desde hace ya más de un año, el evento ModNation Racers, que tras el parón del verano hemos retomado con record de participantes en el que ya es su 12º torneo con premio final.

¿Qué tiene este torneo que no haya tenido el otro o que no tengan los demás y que me haga asistir cada semana? Pues me da igual el juego, me dan igual las carreras y el premio, tiene lo principal, risas aseguradas y una gente de lo mejor de lo mejor, el nuki capaz de ganar mientras juega a lo pokemon, el PIÑITAS que no para de hacewr circuitos de agua para fastidiar a nuestro equipo, los CRT, Calandracas Racing Team: Más rápidos que un pony (titulares Winter y yo y Kaumy que nunca está pero siempre se apunta), cuyo nombre viene porque un día se me ocurrió decir que me temblaban las calandracas y el lema de esta temporada por las siglas que se le ocurrió escribir a Wiraj en el foro. Casi todas las semanas se va agregando gente nueva, nunca sobrepasamos los 12 participantes, pero el juego aporta todos los ingredientes para que podamos hablar (yo soy el sin micro) y pasar uno de los ratos más divertidos de la semana frente a la consola.

El torneo consiste en 4 carreras de competición durante 4 semanas, y muchas veces agregamos a la competición nuestros propios circuitos, mods y karts, pero tras finalizarlo siempre hacemos nuestras carreras tradicionales del Coliseo y el Indoor Kart a 9 vueltas, circuitos que ya nos conocemos al dedillo y que son lo mejor del juego creado por usuarios.

Cada miércoles por la noche a las 22:30 todo se convierte en una fiesta… y esto sólo lo entenderán los implicados: ey ehhh eyy vadeeeeee, te via poneee el circuito más loco y más largo del mundoooo. xD

18 años

No me he levantado tarde, pero bastante justo como para tomar una ducha, desayunar rápidamente, leer apenas 4 páginas de un libro e ir a trabajar. Qué hubiera sido de mi vida y qué sendero habría tomado de no haberme levantado tan pronto hace 18 años, si no hubiera tenido tiempo para tomar un desayuno tranquilamente en la mesa, si no me hubiera dado por poner el televisor, si tras finalizar los caballeros del zodíaco lo hubiera apagado. Demasiadas posibilidades pero una sola verdad: la realidad.

Yoko hoy hubiera cumplido 18 años, esa deseada mayoría de edad, una edad adulta en la que los sueños comienzan a cumplirse, en la que se abre un nuevo camino de posibilidades.

Siempre pensé que permanecería conmigo al menos 25 años, pero ese tiempo, ingenuo de mí, se quedó en poco más de la mitad. Probablemente ahora estaríamos haciendo lo mismo de siempre, lo que no tiene por qué cambiar si está bien. Volvería a despertarme y estaría con su cabeza cerca de la mía al primer movimiento. Me estaría esperando a que me arreglase y saliese del baño, tras beber unos sorbos de agua, impaciente por escuchar ese tintineo de la correa y volveríamos a ese recorrido de su mundo conocido. 18 años es mucho más de la mitad de mi vida, mi casicincuenta por ciento, te echo de menos.

Un encuentro con Mario

El destino siempre tiene algo preparado cuando menos lo esperas. Las posibilidades de encontrarse en un lugar por el que nunca pasas con un compañero al que hace años que no ves y que no sabes ni dónde estaba ni qué era de su vida, deberían ser de una entre millones.

Podría haberme quedado un minuto más duchándome o haber salido de casa tan sólo un minuto antes y no nos habríamos encontrado nunca hasta quién sabe cuando, pero así es lo inevitable. Mientras me disponía a ir a por una entrega, cerca de un taller de automóviles me encontré con Mario, aquel chaval que estudiaba enfermería y que estaba tres habitaciones más allá de la mía en la Residencia Universitaria, esa cabra loca que no paraba de piropear a las chicas y que revolucionó parte del hogar. Ahora poniendo su propio negocio además de continuar con su trabajo como enfermero y muchas más cosas de las que nos ha dado tiempo a hablar durante casi una hora.

Necesitaría mucho tiempo para definir lo que la estancia en Cuenca cambió en mí, pero caló tan hondo que en cuanto lo he visto, así como cada vez que oigo hablar de alguno de los que allí estuvimos, se me ilumina la cara de alegría, y más al saber que todos conservamos de allí un recuerdo imborrable, un lugar al que nos gustaría volver como si fuera aquello la isla de Perdidos.

Grandes esperanzas

Nuestras vidas no son como un reality, donde más de cuarenta cámaras graban todos nuestros movimientos y donde otras cuarenta graban los movimientos del mundo que nos rodea, el que habla de nosotros, el que se mueve con nosotros y hace que seamos quienes somos. No podemos, es imposible controlar y ver todo lo que sucede a nuestro alrededor, una crítica, un halago, a veces llega hasta nuestros oídos y otras veces se pierde sin poder controlarlo.

Nos enfocamos hacia lo que sentimos, hacia esa cosa en concreto que se pone en nuestro punto de mira, tenemos un objetivo y todo lo que se escape a nuestra vista es como si no existiese. Pero eso que parece no existir, tiene vida, una vida como la nuestra, se mueve a su propio ritmo y en cualquier momento interrumpe dándonos una bofetada en la cara, situándose enfrente de nosotros y diciendo «eh, estoy aquí». Y como nos hemos perdido su existencia por estar concentrados en otro objetivo, el asalto nos parece fuera de lugar y toda una sorpresa inesperada.

Querer a alguien es una de esas cosas que nos hace perder la cabeza. Quién no se ha quedado horas mirando a esa persona que tanto le gusta, intentando buscar la manera de dar cada día un paso más hacia adelante para estar cerca de ella. El mundo alrededor en esos momentos no existe, pero se sigue moviendo, a su ritmo. Y a su ritmo mientras nosotros hacemos eso, otros hacen lo mismo y quizá nosotros seamos el objetivo, esa persona que hace perder la cabeza, pero no somos conscientes porque tenemos el nuestro propio.

Y de repente un día, quizá viendo «Grandes Esperanzas», esa persona que considerabas amiga y que siempre estaba a tu lado, a la que contabas tus deseos, intimidades y penas y alegrías, destroza todo tu universo y le da un vuelco, se pone frente a ti y te dice «me gustas». Yo, concentrado en mi propio mundo, pensando que la realidad era la que mi cabeza había imaginado, pero no… nuestra vida no es un reality que se grabe minuto a minuto, no vivimos solos con nuestros objetivos, millones de personas se cruzan cada día, millones de objetivos y deseos como los nuestros, imposibles de discernir, hasta que de repente un día te pegan una bofetada y te susurran al oído si deseas continuar tu camino o tomar otro sendero.

El lugar donde las bicicletas mueren

En la esquina que ahora doblo todos los días tras salir de casa, pared negra y con acera, se atesoran recuerdos de la infancia que lamentablemente ni tan siquiera conservo en fotografía, sólo en esa cámara llamada memoria.

Esa esquina antes cerrada era un pequeño establo, uno de los varios repartidos en hilera en una calle que antes estaba cerrada, el más pequeño de todos. Bajaba con mis hermanas cada tarde cuando hacía buen tiempo, no recuerdo si tenía llave o candado, sólo sé que ellas abrían la puerta de madera que estaba muy deteriorada y en del pequeño habitáculo sacábamos nuestras bicicletas, una blanca para ellas y la mía una roja a la que enseguida quité las ruedas de guía y a la que enseguida también se le rompió el faro bajando la cuesta de la calle que ahora está a mis espaldas.

Esa pequeña habitación ya no existe, ni la arena donde jugábamos cada tarde, tampoco existen esas bicicletas que tienen su propia historia de aventuras, de robos y pérdidas, de rivalidades. Objetos que forman parte de un mundo que ya no existe.