La última mañana del último día del año en San Francisco

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San Francisco será esa gran ciudad con sus casas victorianas, su famoso y espectacular puente rojo y sus particulares calles empinadas, pero San Francisco aquí en mi ciudad es una calle céntrica y estrecha que históricamente siempre ha sido lugar de comercio y paseo, con apenas unos metros de recorrido pero un lugar mágico donde los haya.

Cualquier pisada, cualquier saludo, cualquier conversación, el sonido de los músicos callejeros que de vez en cuando ponen la nota de color, cualquier risa, rebota entre sus paredes y hacen de la calle un lugar vivo donde todos son partícipes de todo, hasta del más liviano y susurrado rumor.

Mágica y en silencio, a solas, difícil imagen de conseguir, vacía de ruidos, latente, parece que tiene vida propia y que en cualquier momento vaya a despertar con un sonoro bostezo.

Un paseo por el zoo (y VI): Descubriendo otras vidas

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Estamos acostumbrados a tantas cosas y todo nos parece más de lo mismo, que cuesta creer que la propia vida no deje de sorprendernos por mucho que estemos ligados a ella. Entre una y otra fotografía han pasado apenas poco más de 3 años, Sofía ya tiene el pelo rizado, como su madre, casi su mismo carácter de cuando era pequeña y la serenidad, sabiduría y templanza de su padre.

Esta foto es especial, muy especial. Refleja su contacto con otras vidas, con otras criaturas, la imagen desprende encanto, la inocencia de un niño que con cuidado se acerca a lo desconocido, pero a la vez el sentimiento de protección que le incita a acariciar y tranquilizar.

Nunca es tarde para volver a aprender a sentir como lo hicimos, sólo hace falta encontrar la excusa perfecta para abandonarse a lo que nos hace sentir felices sin tener que abandonar la estabilidad emocional necesaria de la que somos rehenes.

Ojos en la niebla

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Un paseo por la ciudad a por las compras navideñas. Me gusta levantarme pronto para ir a los sitios, no me gustan las aglomeraciones en los centros comerciales a no ser que sea para una tarde de cine o risas con los amigos, pero para ir a por mis cosas necesito la tranquilidad de poder avanzar por los pasillos, de observar sin tener que esperar ni cometer algún empujón.

Aún las diez de la mañana y la densa niebla sigue presente. Paso frente a mi antiguo colegio y miro hacia arriba, las farolas contra la niebla parecen sacadas de un cuento, igual que los árboles que se desdibujan en el fondo de un campo cientos de metros más adelante. Si dejase volar mi imaginación, bien podría estar en uno de ellos, en Nunca Jamás por ejemplo.

Un perro negro y bajito espera paciente y en silencio mirando la puerta de un comercio, la correa roja en el suelo pillada con la puerta, en la que hay un cartel con un precio marcado a rotulador.

Allá donde mire parece ser un día especial, la niebla difumina los rostros, las formas, otorga un halo de brillo a las cosas, un filtro de photoshop natural de trecientos sesenta grados e infinito.

Puedo leer infinidad de libros sobre cómo tomar una fotografía, cuándo hacerlo, la mejor forma de hacerlo, distinguir entre retrato, paisaje o acción, imbuirme de terminología y consejos, pero si cuando miro lo que tengo enfrente no fuese capaz de ver que algo especial está sucediendo ante mis ojos y la necesidad de captarlo como un momento fugaz que jamás se volverá a repetir, si no sintiese esa sensación de que se escapa y se pierde antes de poder captar ese marco bello e invisible, no serviría de nada.

La vida no es como tú esperas…

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Pierdes un montón de tiempo pensando en cómo será tu vida.

El caso es que no lo sabrás hasta el día en que abras los ojos y veas. Que si te relajas y aceptas lo inesperado, tal vez encuentres algo más hermoso de lo que podías haberte imaginado.

La vida no es como tú esperas… es aún mejor.

(A la memoria de Yoko 15 oct 1993 – 8 dic 2006, por el día en que me levanté sin esperar nada, me relajé, abrí los ojos y le vi, por regalarme ese tiempo inesperado con el que nunca conté)