Isabel

puerta

Hay días que me rondan ideas y recuerdos por la cabeza, entonces vengo aquí, a mi lugar, un lugar en el que sé que pasa gente, algunos asiduos lectores, otros pasajeros, es como lanzar un mensaje de alegría, para compartir, de desesperanza, como lanzar un grito necesario en la calle, lo escuche quien lo escuche.

Hace unos días, debido a un grave accidente de una persona que apenas ví dos veces en mi vida cuando era pequeño, recordé a Isabel y así titulé este post que lleva en la recámara dos semanas.

Yo era apenas un crío que iba a cuarto o quinto curso de la EGB cuando unos señores llegaron, avisaron a la profesora y esta a su vez avisó a Isabel para que saliese fuera. Fue en ese momento cuando comprendí que aquello que rompe el ritmo habitual del día no siempre trae cosas buenas, que tras las puertas cerradas hay noticias y lamentos de esos que uno desearía tener el poder para dejar fuera, sin que nunca se abran y entren, dejando entrar con ellos la pena y la angustia.

Desde ahí no recuerdo nada más de aquel día, sólo una puerta cerrada, que la profesora nos comunicó la triste noticia del fallecimiento de la madre de Isabel y que una sensación de silencio y vacío lo invadió todo. Al día siguiente todos quisimos estar con nuestra compañera y fuimos a la misa. Yo me quede fuera con mis dos compañeros, Diego, ahora todo un director y cineasta y Rubén, desde hace tiempo jugador profesional de fútbol. Recuerdo las lágrimas de Rubén, al que nunca había visto llorar, el dolor de todos los que había alrededor, y recuerdo mis propias lágrimas de desesperación. Allí estuvimos hasta que vimos a Isabel montar en un coche camino del cementerio.

Y allí mismo, en la iglesia redonda frente al colegio, me juré que jamás iría a una misa de entierro, aquella sensación desgarradora del alma por una pérdida no me gustaba, dolía demasiado. Pude cumplirlo y así lo hice, nunca fui al entierro de mis dos tios ni de mi amiga.

Y esta promesa quedó rota en el momento en que Yoko dio su último suspiro con mi mano en su costado. A pesar de sentir el dolor más desgarrador de toda mi vida, aprendí a afrontar la pérdida, aprendí a dar el último adios a mis seres queridos.

Hoy esta entrada de repente cobraba su sentido y volvía a cerrarse una nueva puerta, aunque de otra forma diferente, como si todo volviese a suceder de nuevo en un círculo ininterrumpido. Porque no deja de ser la vida sino ese ciclo sin fin.