Los postes que pasan

Cuando era pequeño, ante los interminables viajes que te impedían leer o mantener la vista fija, eran muchos los juegos que se me ocurrían mientras no paraba quieto de un lado al otro del coche en la parte trasera y colándome entre los dos asientos delanteros para comentar algo que había visto.

Uno de esos juegos tontos que con el tiempo me llevaban a un profundo estado de somnolencia era contar los postes telefónicos del campo mientras apoyaba la cabeza contra el cristal. Entre poste y poste mis ojos seguían detenida y pausadamente toda la longitud del cable, partiendo de lo alto, bajaba suavemente para volver a terminar en lo alto de otro poste, así en un ciclo ininterrumpido.

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